30 jun 2014

Medir la inteligencia



Existe la idea muy extendida de que puede medirse la inteligencia a través de un test. Esa es la obsesión de algunas personas e incluso de muchos sistemas educativos: sacar una puntuación alta que demuestre científicamente que son unos genios. Algo que explicaría lo poco que les entienden los demás debido a su superdotación.

En mi opinión el concepto mismo de “medir” algo tan voluble y cambiante como “la inteligencia” es absurdo. Es tan ingenuo como creer que unas notas en un boletín nos dicen lo listo que es alguien. Muchos han fracasado en el sistema educativo tradicional y oficial y después han sido personas extraordinariamente innovadoras, emprendedoras, inventoras, que han aportado grandes cosas a la humanidad.

Esas pruebas lo único que hacen es medir ciertas capacidades muy limitadas: la numérica y la visual (ser limitados memoristas). Poco más. Nada dicen de la inteligencia emocional, de la creatividad, de nuestro talento para innovar, para crear o de valores fundamentales en la vida como el trabajo en equipo, la constancia, el esfuerzo, la voluntad o los descubrimientos. Y esas son las verdaderas claves para tener éxito.

La mayor prueba de la inutilidad de cualquiera de esos test es el hecho de que es posible obtener un gran resultado en ellos y, después, llevar una vida sin sentido. La inteligencia es la comprensión de nosotros mismos y del mundo que nos rodea, lo que vamos aprendiendo en el camino. Si alguien es avaricioso, si se dedica a hacer daño a los que le rodean, entonces no estamos ante alguien inteligente, diga lo que diga una prueba. La inteligencia no se puede medir, pero se demuestra con cada uno de nuestros actos: es lo que somos.

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¿Cuál es mi ideología?



Muchas veces a lo largo de mi vida me han preguntado cuál era mi ideología. Algunos me han dicho que era socialista, comunista, anarquista, liberal y muchas otras cosas o simplemente no tengo ideologìa alguna. Tener una determinada orientación ideológica parece algo inevitable, como la necesidad de comer. Sin embargo, he de decir que nunca me definiría como seguidor de ninguna doctrina. El hacerlo me parece un grave error que nos aparta del camino correcto.
Lo importante es tener ideas propias, no seguir sistemas de pensamiento inventados por otros. La comprensión de la verdad no es posible si nos limitamos a repetir los dogmas ideológicos que hemos asumido como propios. No se trata de caer en el pragmatismo (otra ideología), sino de hacer siempre lo mejor en cada caso. La realidad es cambiante, al igual que las personas. Y Las ideologías son ideas petrificadas que simplifican el mundo, que lo empobrecen al aplicar el mismo molde a situaciones diferentes.
En un sentido profundo tener una ideología es lo mismo que profesar una religión. Se comulga con unos dogmas impuestos por una jerarquía, se siguen unos determinados ritos y se emplea un lenguaje especializado que dominan los iniciados y manipulan a las masas. De la misma forma que rechazo todas las religiones debo negarme a seguir una ideología, se llame como se llame.
En alguna ocasión he discutido con un marxista ortodoxo. La conversación ha sido completamente estéril. He tenido la misma sensación que cuando hablo con los seguidores fanáticos de cualquier credo religioso. Las ideologías nos dan seguridad, nos permiten formar parte de algo más grande que nosotros mismos. Nos proporcionan respuestas fáciles a problemas difíciles. Lo más sencillo es adoptar, cualquiera de ellas. Pero si lo hacemos nos alejamos del camino correcto. 

Solo con una libertad mental completa podremos intentar avanzar en el sendero de la verdad.

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Mi patria es la humanidad


 
No tenemos que crear más fronteras. Lo que hay que hacer es derribar los muros que separan a las personas. Soy cosmopolita, es decir, mi patria es la humanidad. No un pequeño trozo de tierra, sino todo el mundo. No me interesa la unidad de un Estado, sino la unidad de todos los seres humanos. Creo que debemos crear un gobierno mundial que ayude a superar esas divisiones que solo generan dolor y sufrimiento.
Desde la noche de los tiempos hemos estado divididos en tribus, etnias, razas o clases sociales. Ha llegado el momento de superar esas ideologías de la división y avanzar en la unidad en la diversidad. No es fácil lograr esa meta. Se nos programa desde pequeños para pertenecer a un pequeño grupo, a un país o a una religión determinada. Pocos somos los que pensamos así. Pero eso es irrelevante. Lo importante es hacer lo correcto, es luchar por lo que creemos verdadero.

Las banderas nacionalistas son un símbolo de la división. El cambiar una por otra no supone ningún avance. Sustituir una religión por otra, un partido por otro o una ideología por otra no es avanzar: es persistir en el error. Lo que debemos hacer es darnos cuenta de que la división, el separatismo, no es bueno, sino un mal a combatir. Cambiar algo equivocado por otro error no nos hace avanzar, es seguir en el mismo lugar de partida.

Somos unos primates territoriales, violentos y tribales. Estamos acostumbrados a que los más fuertes y despiadados sean los que gobiernan a la mayoría. Hemos tardado miles de años en desarrollar sistemas políticos donde el poder se renueve sin violencia, sin guerras y muerte. La democracia, con todos sus defectos conocidos (partidocracia, plutocracia y un largo etcétera), es un avance que todavía no ha llegado a gran parte de la humanidad, sometida a gobiernos dictatoriales que emplean la fuerza bruta para aplastar a los disidentes.

Queda un paso fundamental que dar. Puede que tardemos otros cientos o miles de años en darlo. Algún día las divisiones territoriales que tanto dolor causan desaparecerán. Entonces las banderas de la división dejarán de tener sentido, serán un triste recuerdo del pasado. Nos queda mucho por avanzar como especie para llegar allí. Sin embargo, ese es el camino que hay que recorrer para conseguir una paz verdadera, una prosperidad sin precedentes en nuestra historia.

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28 jun 2014

Por qué en grupo nos volvemos estúpidos

Un equipo de investigadores identifica un patrón de actividad cerebral que diferencia a aquellos que pierden su individualidad con la masa y se dejan llevar. Cuando estas personas están en grupo, sostienen los investigadores, son más propensas a realizar acciones que no harían en solitario, a celebrar las desgracias ajenas e incluso a agredir al contrario.


  Nuestras decisiones son diferentes si actuamos en grupo  

La forma en que nuestro cerebro toma decisiones morales es diferente cuando estamos solos y cuando actuamos en grupo. Diversos experimentos han demostrado que las personas pueden cometer actos de vandalismo y brutalidad cuando actúan dentro de la masa que no cometerían como individuos particulares, como si el sentido de la responsabilidad se disolviera en el anonimato colectivo. Pero, ¿cómo pierde uno el contacto con sus propios principios morales para saltárselos a la torera en mitad de una turba o celebración? 
Algunas personas son más propensas a disolver su personalidad entre la multitud
La doctora Rebecca Saxe, neurocientífica del Instituto tecnológico de Massachusetts (MIT), investiga qué partes del cerebro están implicadas en la empatía, las decisiones morales y cómo cambian en función de determinadas variantes, hasta el punto de que  se pueden manipular mediante estimulación magnética transcraneal (aquí puedes ver su interesante charla TED). En el estudio publicado en la revista NeuroImage y liderado por Mina Cikara, una de sus estudiantes de posdoctorado, su equipo ha ido un poco más allá y ha demostrado cómo las personas pierden contacto con sus referencias morales individuales cuando actúan en grupo y cómo esto facilita la posibilidad de que agredan a los que no pertenecen al grupo.
Para realizar el trabajo, los científicos reclutaron a 23 voluntarios y analizaron su actividad cerebral con resonancia magnética funcional en dos situaciones: participando en un juego de forma individual y haciéndolo en grupo. Los investigadores centraron su atención en un área del cerebro, la zona medial de la corteza prefrontal, que se activa siempre que la persona hace valoraciones sobre sí misma y las cosas que piensa, como si fuera una especie de sentido del ‘yo’.  Durante las pruebas, los autores del estudio descubrieron que en una serie de sujetos esta zona se activaba mucho durante el juego individual pero se inhibía cuando estaban jugando en grupo. Lo que los científicos preveían es que las personas cuya actividad en esta zona del cerebro era menor, tendrían más probabilidades de perjudicar a los miembros de otro equipo en otra tarea realizada después del juego. Y para medirlo les pidieron que eligieran dos fotos entre seis de los miembros del equipo rival que se publicarían después en el estudio. 
La gente cambia sus prioridades cuando hay un 'nosotros' y un 'ellos' 
Las personas que habían tenido menor actividad en la corteza prefrontal eligieron sistemáticamente las fotos en las que sus rivales habían salido menos favorecidos, lo que, según los investigadores, confirma sus sospechas de que son más propensas a actuar contra los miembros del otro grupo con algún tipo de represalia."Esta es una buena manera de usar la neuroimagen para intentar comprender algo que ha sido realmente difícil de explorar solo con el comportamiento", asegura el profesor de psicología de la Universidad de Yale, David Rand, en una nota del MIT. Para Cikara y su equipo, el resultado es una confirmación de que "la gente cambia sus prioridades cuando hay un 'nosotros' y un 'ellos' y puede servir para comprender mejor por qué algunas personas son más propensas a "perderse a sí mismas" o disolverse dentro de un grupo que compite con otro. 
La propia doctora Cikara, que trabaja ahora en la Universidad Carnegie Mellon, explica que la curiosidad por estos procesos surgió hace unos años tras asistir con su pareja a un partido de béisbol en el estadio de los Yankees de Nueva York. Su marido llevaba una gorra de los Red Sox y no dejaba de ser increpado de los aficionados locales, así que ella le quitó la gorra y se la puso, pensando que sería menos objeto de insultos "por el hecho de ser mujer", dice. "Pero no podía estar más equivocada", recuerda. "Nunca me habían llamado cosas como esas en toda mi vida". Aquellas agresiones, que continuaron después en la ciudad, causaron un fuerte impacto en Cikara, que ni siquiera era seguidora de los Red Sox. "Fue realmente sorprendente porque me di cuenta de que había pasado de ser un individuo a ser vista como un miembro de la "nación Red Sox". Y la manera en que la gente me respondía, y la manera en que me vi a mí misma respondiéndoles, había cambiado por efecto de esta pista visual - la gorra de béisbol", asegura. "Una vez que te sientes atacada por tu grupo, aunque sea arbitrariamente,cambia tu psicología".
“Una vez que te sientes atacada por tu grupo, cambia tu psicología”
La literatura científica coincide en señalar que nuestros cerebros parecen desarrollar un sentido del grupo que nos hace percibir a los otros como extraños e incluso hostiles, y en los casos más extremos, deshumanizarlos. En estudios anteriores sobre los cambios en la empatía,  Saxe y Cikara ya habían visto que cuando emplean la lógica de grupos es frecuente que las personas se alegren secretamente de las desgracias ajenas, una sensación conocida con el término alemán "Schadenfreude". En experimentos con neuroimagen se ha comprobado que a algunas personas se les activan las zonas de "recompensa" del cerebro cuando el competidor recibe una descarga eléctrica dolorosa o cuando le sucede una desgracia.   
Como se quedó con la espinita clavada tras su experiencia en el estadio de los Yankees, la doctora Cikara realizó un estudio con aficionados de este equipo y de los Red Sox en los que midió su actividad cerebral. Los estímulos negativos (tu equipo pierde y el rival gana) activaban la ínsula y la circunvolución cingulada anterior, mientras que los estímulos positivos (tu equipo gana y el otro pierde, incluso con un tercer equipo) activaba el cuerpo estriado, que tiene que ver con el placer pero también con las tentaciones que los propios sujetos relataban de golpear a un seguidor del otro equipo.
¿Quiere esto decir que estar en grupo te convierte en una criatura agresiva y sin control? Por supuesto que no. Lo que el estudio apunta es que algunas personas pueden estar más predispuestas que otras a saltarse sus propios límites morales cuando se identifican con un grupo de gente. Esto puede tener también consecuencias positivas, como demostraba un estudio de 1990 en el que los sujetos eran más propensos a donar dinero para una buena causa cuando estaban en grupo que cuando estaban solos. Los mismos circuitos neuronales, aseguran los investigadores, pueden promover comportamientos prosociales o antisociales, aunque el contexto competitivo tiende a promover el segundo escenario y lo habitual es que, cuando el individuo pierde la referencia de su código moral, su actuación termine siendo desafortunada e irracional.

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25 jun 2014

En la era de la información todos fingimos que sabemos

NUNCA HA SIDO TAN FÁCIL SABER UN POCO DE MUCHAS COSAS Y APARENTAR QUE SABEMOS DE TODO ¿QUÉ SIGNIFICA ESTO PARA LA CALIDAD DE NUESTRAS INTERACCIONES Y EL VERDADERO CONOCIMIENTO?


Quizás no nos damos cuenta de lo raro que es esto: podemos estar en casi cualquier parte del mundo e iniciar una conversación sobre un tema cultural al azar y es probable que la persona con la que conversamos, aunque sea desconocida y haya nacido en un país que en un principio nos podría parecer exótico, tenga por lo menos una vaga noción de lo que estamos hablando y logré al menos fingir que sabe de lo que estamos hablando sin que nosotros nos demos cuenta de que está fingiendo. Y seguramente todos estaremos contentos de seguir nuestra conversación superficialmente, reafirmando nuestra pertenencia y nuestra homogeneidad sin arriesgarnos a que descubran que no sabemos y que somos diferentes. Esto, sin embargo, no siempre ha sido así. Antes las personas sabían cosas distintas, que nos eran inaccesibles por no ser parte de una cultura específica.
Supongo que esto es a lo que se refieren las compañías de teléfonos celulares al siempre decirnos que nos conectan con el mundo  y que todo el territorio ya ha sido colonizado por la tecnología.  Todos conectados en la misma línea, viendo las mismas imágenes y consumiendo la misma información. Navegando por la superficie, en la era de la híper-información, con un escudo de datos y factoides, atentos a las modas: saber lo suficiente para que los demás no descubran que no sabemos y nos desnuden (como una nueva pesadilla de ir desnudos a la escuela o al trabajo).
Karl Taro Greenfeld escribe en un interesante artìculo:
Nunca ha sido tan fácil fingir que sabemos tanto sin verdaderamente saber nada. Elegimos temas y bits relevantes de Facebook, Twitter, o alertas de email y los vomitamos después. En vez de ver “Mad Men”, el Superbowl, los Oscar o el debate presidencial, simplemente puedes navegar los feeds de alguien haciendo live-tweets del evento o leer los encabezados de los diferentes sitios. Nuestro canon cultural está siendo determinado por lo que sea que tenga más clicks.
Hoy no sólo podemos saber sobre todo lo que está pasando en el mundo de las celebridades o de la política internacional en 15 minutos de dieta informativa, también podemos agenciarnos de un pequeño arsenal de alta cultura en la presentación de quotes y frases célebres o datos wikipédicos, suficientes para impresionar a una chica o defendernos mínimamente en una cena en una embajada. Es más, podemos escribir sobre literatura y filosofía sin haber leído libros de los abstrusos autores de los que hablamos –pero eso sí disparar una frase inspiracional, fresca de recibir cientos de retweets, un gancho al hígado del lector ávido de encontrar sus creencias reflejadas, cultivando un aura intelectual para nuestra reputación en línea. Esto no siempre ha sido así –antes la mayorías de las personas cuando hablaban sobre un autor en realidad habían leído libros o al menos artículos completos de ese autor.
Karl Taro Greenfeld sugiere  que existe una presión para saber –o para parecer culturalmente letrados, para así salir a flote e ilesos en nuestras interacciones sociales. “Nos acercamos peligrosamente a dar un performance de sapiencia que es en realidad un nuevo modelo de no-saber-nada”. ¿Saber un poco de todo es lo mismo que saber mucho de nada? O, ¿de toda esta panoplia de trivia, de todas las conexiones de datos superfluos, del agregado hipervinculado surge, como de un gestalt holístico,  la sabiduría? Aldous Huxley famosamente dijo que lo importante no eran las experiencias que tenemos sino lo que hacemos con ellas y la forma en la que las procesamos, lo mismo ocurre seguramente con la información, no importa tanto la cantidad y hasta la calidad de la información que tenemos sino nuestra capacidad de procesar, relacionar, detectar patrones e incluso transformar esa información en conciencia.
NPR hizo un ejercicio ilustrativo de lo que ocurre en nuestra era, publicó en el día de April Fool’s Day una nota con el título Why Doesn’t America Read Anymore? (¿Por qué ya no lee Estados Unidos?). La nota se viralizó en Facebook, obteniendo numerosas interacciones, incluyendo muchos comentarios de personas que aseveraban que ellos si leían o que exhortaban a los demás leer la nota. La nota, por supuesto, era una broma y su único contenido era afirmar que era una broma. Una inteligente treta motivada por la sensación que tenían los editores de que las personas comentan y comparten artículos que no sólo no han leído sino que ni siquiera han visitado.
Esto mismo lo hemos constatado en Planetafios, algunas de las notas tienen más shares en FB que vistas (lo cual claramente muestra que muchas personas comparten notas que ni siquiera han visto). Lo mismo ocurre con los comentarios, lo cual nos muestra el gran nivel de discusión que en ocasiones ocurre en estas notas.
Escribiendo y publicando algunos posts, me doy cuenta de que entre menos denso y cargado de referencias sea el texto más éxito tendrá el post, especialmente si se pueda sintetizar en una lista de bullets o frases cortas. Queremos que alguien desbroce y desglose para nosotros el contenido y sólo leer lo supuestamente esencial –las perlas exprimidas—pero no queremos atravesar ese proceso mayeutico con el autor. Pronto desarrollaremos una reacción alérgica cuando vemos una serie de largos y densos párrafos con enunciados igualmente extensos desdoblando múltiples significados y evocando múltiples momentos, en la cámara de ecos del texto (tiempo desgranado, espejos), como si no pudiéramos respirar por tantos caracteres hacinados en el texto, buscando el espacio blanco como el aire.
Tal vez en algún momento descubrimos que no era necesario saber mucho, que con un cierto mínimo podíamos obtener los beneficios sociales de saber. En un examen de escuela leímos los cliffnotes (versión resumida de un texto comúnmente usado por estudiantes anglosajones) de una novela y pasamos el examen. O salimos con una chica y fingimos que sabíamos del tema que le interesaba o que conocíamos un país al cual ella quería ir para impresionarla y conseguimos más fácilmente su afecto. A esto se le suma Internet donde estamos a un click de distancia de obtener un resumen especializado de cualquier tema que nos interese.
Así, haciendo una reverencia a la tradición, recordemos a Sócrates, quien, como todos sabemos (este es uno de los conocimientos globales infaltables que pueden hacerte pasar un rato vergonzoso en su pifia), dijo “Yo sólo sé que no sé nada”.  Eso es lo que se llama un buen comienzo en el camino de la sabiduría. En medio del simulacro del conocimiento resulta hasta más simpático no saber –no saber lo que todos saben. Ser una cabeza vacía parece más interesante que ser una cabeza llena de datos anodinos o de frases hechas dichas por alguien más, cuyo sentido y contexto ignoramos. No saber es también una postura más honesta y la honestidad es evidentemente el paso fundamental para la verdad. La filosofía platónica decía que “saber es recordar” pero quizás actualmente, antes, debemos de olvidar para poder acceder a una capa de memoria más profunda.
Twitter del autor: @alepholo

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Narcisismo, envidia y amor

“El que ama se vuelve humilde. Aquellos que amor tienen, por así decirlo, empeñaron una parte de su narcisismo”. (Sigmund Freud)


De la frase de Freud ya podemos deducir que amor y narcisismo son conceptos opuestos: el amor (hacia otros) socava el amor propio por asi decir. En efecto el amor nos vincula con el otro, algo que tiene sus riesgos, mientras que el narcisismo es un repliegue sobre nosotros mismos.
El narcisismo es efectivamente un espejo, como lo es la mirada del que nos mira y lo es el oído del que nos habla y escucha. A través de la mirada ese otro nos sostiene y nos transforma: mirar es pues nutritivo, tan nutritivo como mamar o alimentar.

La mirada rebota en el espejo del otro y le incita a través de la seducción a abandonar esa especie de nihilismo que es el amor encapsulado en uno mismo (narcisismo) y que no tiene más resultado que un engorde sistemático del Yo, que pierde así su condición reparadora y se transforma en una especie de cáncer emocional.
Y es por eso que los narcisistas no puede amar, el amor no les interesa, más que eso: han renegado del amor. Pero el narcisismo tiene otros efecto secundarios y que dependen de la grandiosidad del Yo narcisista. Uno de ellos es la envidia.
Usualmente solemos pensar que la envidia es un sentimiento que afecta sobre todo a los deprivados de afecto. Identificamos la deprivación afectiva con la comprensión de la envidia.
La envidia es un sentimiento muy complejo y mal comprendido, se trata de algo retorcido y que afecta tanto al envidioso como al envidiado.
La primera confusión procede del hecho de confundir envidia con codicia. El codicioso anhela lo que el otro posee y trata de robárselo para apropiárselo. Tanto la codicia como la envidia son comparativas, es decir necesitan un principio de realidad que dirija el deseo hacia aquello que no tenemos o que tememos perder.
Efectivamente la envidia afecta sobre todo a los narcisistas, a los egocéntricos, a los orgullosos o a los soberbios. ¿Cómo es posible que algunas personas que parecen que vayan “sobrados” sean a la vez tan envidiosos? Lo cierto es que todos tenemos ejemplos en nuestro entorno para ponerles cara a este tipo de personas que combinan el orgullo con la envidia. Vamos a retomar aqui el texto de un comentario de una lectora que dejó aqui despues de visionar el video en un ultimo post:

¿De qué tiene envidia Cain?

Caín mató a Abel por envidia, porque aún siendo Caín el primogénito y el que heredaría la autoridad de ser el cabeza de familia junto con el legado patrimonial … llevaba realmente mal que el padre tuviera predilección por su hermano, por Abel. Y la envidia, a veces, más que una carencia o falta sufrida por algo que no se tiene y que conocemos como codicia, contiene otros elementos más subterráneos y quizás más poderosos como influencias que empujan mucho más que esa carencia o falta observada. Y estos elementos bien pudieran ser la soberbia y la codicia, pues el orgullo del que se estima grandioso, que lo quiere todo para sí, llega a desear incluso lo que no tiene o concibe como estimable o apreciable, y de esa soberbia nace la envidia, la acaparación, el goce de sustraerle a ese otro que sí sabe apreciarlo, sólo por el goce de arrebatárselo para seguramente repudiarlo y despreciarlo una vez obtenido. Es el goce en el robo, en la sustracción, y ojo, en un robo con violencia, y cuando no se puede robar el cariño, se quita del horizonte al sujeto que era ese objeto de predilección, y el hecho está consumado.

Dicho de otro modo: la envidia de Cain se parece mucho a la codicia, puesto que en ella puede observarse una carencia: el amor del padre se ha decantado definitivamente por Abel. Cain odia y mata a Abel precisamente por esta razón: cambia muerte por un cariño, el del padre al que no puede acceder.
La envidia de Kevin.-

 La envidia de Kevin no tiene nada que ver con la envidia de Cain. Kevin asesina a Celia porque a sus ojos es un ser débil, porque tiene afectos, sentimientos, todo eso que él no tiene ni desea de lejos tener, pero que sí envidia, no para poseerlos él subjetivamente, porque si los deseara por si mismos, haría o lucharía por ellos … sino que por el efecto del orgullo y la codicia no tolera que otros a quienes considera inferiores, disfruten de algo que él no puede disfrutar, y por eso comienza con la manipulación y el sadismo con su hermana, que es una aniquilación cotidiana, como a plazos y que tendrá una consumación final.

A su padre lo asesina por pusilánime, pues estos guerreros odian lo tibio, y en cambio admira sin que lo sepa a su madre, porque sólo se ama lo semejante, y la falta de afectividad de Eva, por afinidad, es para él admirable, alguien a quien considera un igual y a quien desde que nace va a configurar con ella un círculo interesante de lucha de poder, pero de poder en términos de fuerza, como dos machos alfas escorándose ….Fíjense que es Kevin quien gana, pues en esos asesinatos difusos, anónimos y masivos, él está matando a su madre, pues en sí mismo, realmente consigue con esos asesinatos en masa, matar a su contrincante, la deja estigmatizada, muerta en vida, muerta socialmente y no sé si ya profesionalmente, y así puede que ya no viaje tanto … La maza, el tiro con arco ha alcanzado el centro de la persona, ha hecho diana, pues es un garrotazo, un mazazo en todos los ámbitos del ser, pues asesina y rompe el vínculo familiar, pues no sólo la deja viuda, sino también la despoja de la maternidad del segundo hijo, de la niña, y ya sólo quedan ellos dos, ya para siempre estará disponible. La aferra a él, pues su vida pasará a girar sólo en torno a esas visitas de los sábados como la de algunas viudas que sólo viven y respiran para visitar el cementerio una vez a la semana. y después pasar a off hasta el sábado siguiente …

La envidia para San Agustín.-

“La “Superbia”, la “arrogantia” tiene su consecuencia en la “invidia”, que es la aniquilación de los éxitos y alegrías de los demás, eran casi sinónimos en la antigüedad, y se oponían a su antídoto la “humilitate”, que no implicaba la anulación de la propia personalidad, sino respeto por la ajena.

En absoluto la envidia es hija del fracaso o deficiencia, de un sentimiento carencial, sino todo lo contrario, de ahí que sea tan difícil identificarla, tanto en uno mismo como en el prójimo. La envidia parte de la excelencia, de un elevado estatus (intelectual, social) cuya exclusividad el envidioso está dispuesto a sostener a casi cualquier precio, porque en ella radica su esencia, su ego, el origen inconfesable de su oscura felicidad. Sin tener esto presente es imposible acercarse al retorcido sentimiento de la envidia.

El envidioso no está contento con lo que tiene, que es mucho o bastante, quiere que el otro no tenga, eso forma parte de su placer. En cierto modo el envidioso es un sádico al que le divierte ser envidiado.

Lo que resulta abominable, y no estamos hablando de un simple pecado de catálogo de moralista cristiano, es interponerse, actuar para mantener forzadamente en la perpetua tiniebla a todos para así aumentar nuestro brillo, no querer el progreso ajeno porque atenuaría nuestra luz.

Con su “chinchate”- el afortunado envidioso siente alegría por la desgracia ajena, o lo que es lo mismo, tristeza por la alegría de otros, por su progreso, por la simple razón de que disminuye su gloria y excelencia al acortar la distancia que los separa de él.

Era este el parecer de San Agustín, que sabía muy bien lo difícil que es sustraerse del innoble sentimiento de soberbia que suelen experimentar las personalidades que destacan y son excelentes; pero mucho más grave que la soberbia consideraba a su hija la envidia, pues con ella el soberbio daba un paso hacia el abismo, pues comenzaba a medir su gloria por la infelicidad de los demás. “Cum igitur superbia sit amor por excellentiae propiae, invidia sit odium felicitatis alienae”.

El soberbio, amando su propia excelencia, envidia a sus iguales, porque se alinean con él, o a los inferiores, temiendo que se puedan equiparar con él, o a los superiores, viendo que no se puede equiparar con ellos. De este modo, siendo soberbio se convierte en envidioso.
De todo esto se puede deducir facilmente que los envidiosos fueran aquellos afortunados con dones y habilidades que tendían a exhibir y a complacerse al máximo y en esa situación de crédito ajeno temían ser desplazados por otros de igual o mayores dones y esplendores”.

Dicho de otra forma: la envidia es hija de la soberbia. Su subproducto.

La envidia según Melanie Klein.-

La envidia, según la analista de niños Melanie Klein, se desarrolla durante el período que va desde el nacimiento hasta el primer año de vida y es una respuesta a la dependencia e indefensión totales del niño respecto de la madre. “Desde el comienzo de su vida el niño acude a la madre para satisfacer todas sus necesidades”, escribió Melanie Klein. El pecho materno, hacia el cual están dirigidos los deseos del niño, es sentido instintivamente no sólo como una fuente de nutrición sino como la fuente de la vida misma.

No obstante, en la primera relación del bebé con la madre se introduce inevitablemente un elemento de frustración, porque “aun en el caso de que se sienta satisfactoriamente alimentado, ello de ninguna manera reemplaza la unidad prenatal con la madre”. La frustración e indefensión que el niño hambriento experimenta son las raíces de la envidia. El bebé “envidia” a su madre por el poder que ella tiene de alimentarlo o privarlo del alimento. En su frustración, quiere devorar la fuente de su alimento y del poder de ella: el pecho.

Aun en el caso de que no aceptemos la idea de Melanie Klein de que el bebé “envidia” el poder que su madre tiene de alimentarlo, podemos sí aceptar la idea de que ese primer vínculo con la madre contiene los elementos fundamentales de la futura relación del bebé con el mundo. Si el vínculo es amoroso y satisfactorio, el bebé desarrollará un sentido básico de seguridad y confianza hacia la gente. Si el vínculo no es ni amoroso ni satisfactorio, se desarrollarán una inseguridad y una envidia profundamente arraigadas y el bebé se convertirá con el tiempo en un adulto envidioso. Cada vez que la envidia se desencadena en un adulto de esas características, las heridas de la primera infancia se reabren con todo su poder destructivo.

Melanie Klein piensa que los celos se basan en la envidia, pero que de todos modos son muy diferentes de ella. La distinción que ella establece entre ambos es similar a la que planteamos aquí: “La envidia es el sentimiento de enfado porque otra persona posee y disfruta algo deseable, y el impulso envidioso apunta a despojarla de ese algo o echarlo a perder”. Los celos, por su parte, conciernen a la relación de la persona con por lo menos otras dos personas, “y se relacionan principalmente con un amor que el individuo siente que le corresponde y le ha sido arrebatado, o bien está a punto de serle arrebatado”.

La envidia, según la describe Melanie Klein, es una emoción anterior, más primitiva y más destructiva que los celos. Es diferente del deseo que impulsa a los celos, en el que se trata de proteger la relación o de recuperar al ser amado. Cuando en una situación de celos hay un componente de envidia éste se manifiesta como impulso de destruir a la persona que goza de la ventaja envidiada, sea ésta el rival o el amado, que tiene el poder de hacernos felices y prefiere no ejercerlo. (Ultimo epígrafe extraido de esta web)

Personalmente no creo demasiado en la hipótesis de Melanie Klein en el sentido de una envidia primaria por parte del bebé, de existir algo asi no mereceria la pena llamarlo envidia sino más bien ” una consciencia de dependencia por parte del bebé” o "inconsciencia por parte de los padres" y que está bastante bien explicada en el concepto de narcisismo, esa etapa donde el niño ya reconoce a la madre pero no sabe que la madre es un individuo diferente y separado de él mismo. Si la vivencia del bebé narcisista es esa es muy poco probable que podamos hablar aqui de envidia.
En realidad el niño comienza a darse cuenta de que su madre es un sujeto diferente a él mismo cuando supera la fase de angustia de separación. Antes de eso el niño sigue suponiendo que él y su madre son un único organismo.

Del mismo modo me resulta discutible el pensar la gratitud como un derivado del rencor o la admiración como un derivado de la envidia. La envidia sería primaria y la admiración como resto afectivo seria un derivado sublimatorio. Pero por experiencia profesional creo que la gratitud puede ser primaria con más frecuencia que el rencor. Ambas, envidia y admiración seria los subproductos de esa escisión original con la que venimos los humanos de serie, unos -los humildes- suprimirían la envidia mientras los envidiosos suprimirían la capacidad de admirar (sublimar).
Lo que es cierto es que algunas personas en la clinica nos han enseñado que las pulsiones de devaluación (envidia) y las de idealización configuran dos polos bien definidos de la fluctuación en determinados sujetos. Los TLPs por ejemplo son personas que ahora devaluan y después idealizan, señalando con su fluctuación la incapacidad para integrar las dos pulsiones en una. La envidia seria el sentimiento que neutralizaría la excesiva idealización del otro siempre y cuando ambas pulsiones puedan vivirse en una nueva síntesis. Una imposibilidad que se conoce con el nombre de difusión de la identidad.

Para mi la envidia es un sentimiento muy complejo y abigarrado, de origen arcaico ciertamente pero no necesariamente primario. Más bien lo veo como un subproducto de la grandiosidad narcisista y de la rabia y miedo vivenciados en las primeras experiencias.
No hay envidia sin maledicencia y sin erosión de los logros del otro y tampoco podemos hablar de envidia sin grandiosidad (soberbia). Dicho de una manera más fácil de entender: yo puedo sentirme mal con los éxitos del otro y puedo sentirme alegre por sus fracasos. Se trata de dos clases distintas de envidia.

Hay algo en la manzana que impide ver el rostro de este hombre.

O lo que es lo mismo: hay algo en la manzana que impide mirar y ver y ser visto.

Neurociencia / Cultura

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