30 sept 2014

Palabras que antes eran tabú y que hoy usamos todos los días

LAS SOCIEDADES CAMBIAN Y LOS IDIOMAS TAMBIÉN. CONOCE ALGUNAS PALABRAS QUE ANTES HUBIERAN SONROJADO A LAS BUENAS CONCIENCIAS Y QUE HOY SON MUY COMUNES

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Los idiomas son seres vivos en constante cambio: una palabra que durante una época designa un tabú puede cambiar su sentido y normalizarse. La misma palabra tabú es un buen ejemplo: una de sus probables etimologías viene del polinesio y designa la prohibición de tocar algo: así, el “no tocar” del tabú cambia de sentido en Europa para designar aquello de lo que no se puede o no está bien visto hablar.
En lenguas como el francés, la palabra foca (foque) designa en ciertos contextos a los homosexuales de manera despectiva, y el inglés para premio (token) era, en el siglo XIX, una forma eufemística de referirse a las enfermedades de transmisión sexual (token of affection, así, no era tanto una “muestra de mi afecto”, sino eso que estás pensando justamente).
Del mismo modo, la palabra “fascinar”, que hoy designa una sensación de asombro o encanto, en la Roma antigua designaba a un pequeño amuleto en forma de pene, el fascinus, que se utilizaba para producir un hechizo amoroso (el fascinare). En cierto modo, se diría que “fascinar” a alguien era el equivalente a hipnotizar a alguien a la distancia con un pequeño pene mágico.
En un contexto bíblico, los verbos “acostarse”, “echarse”, “conocer”, “yacer” y “descubrir” suelen ser eufemismos que aluden a una relación sexual, como en el Deuteronomio 27:20: “Maldito el que se acueste con la mujer de su padre, porque ha descubierto la vestidura de su padre”. Los pies también suelen ser formas de encubrir un encuentro sexual. Cuando Noemí pide a Ruth que vaya a “descubrir los pies” de Booz, puede leerse como un ofrecimiento erótico. “Descubrir la desnudez”, como en el Génesis 9:20-24, tiene también un sentido sexual.
Un ejemplo más reciente de cómo una palabra puede cambiar de significado y dejar de ser tabú es el adjetivo earnest, que en el inglés de nuestros días significa solemne, sincero, así como decir algo seriamente. Pero en los tiempos del gran escritor Oscar Wilde, autor de The importance of being Earnest, esta palabra era un guiño para referirse a la homosexualidad. “Cecily”, otro de los personajes de la obra (que en español fue traducida como La importancia de llamarse Ernesto, lo que le quita la sutileza semántica), era una palabra para referirse a los proveedores de servicios sexuales masculinos. Del mismo modo, la palabra gay pasó de significar “alegre” o “gozoso” a designar a los homosexuales, y en la Inglaterra del siglo XV, la palabra occupy (ocupar) tenía el mismo sentido que hoy tiene “penetrar”.

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27 sept 2014

Las mujeres inteligentes no tienen hijos

  Cameron Díaz: “Tengo una vida increíble en muchos sentidos porque no tengo hijos”  
Es un estudio incendiario, y su autor, Satoshi Kanazawa, ya se había ganado la medalla de polémico y excesivo por trabajos anteriores. Yo lo archivo como inquietante broma estadística. Voy al grano. Lo que concluye Satoshi es que cuanto más alto es el CI (Cociente Intelectual) de una mujer, menos hijos tiene.
Satoshi Kanazawa es investigador de la London School of Economics y, para realizar su trabajo, ha recogido datos de mujeres, con o sin hijos, y los resultados de los test de inteligencia que les hicieron durante la infancia, momento en el que estas pruebas (más o menos discutidas) se realizan en los colegios británicos.
Lo que ha encontrado Kanazawa es que: “La media del CI de las mujeres que no han tenido hijos era de 105.3, mientras que el CI de las que han sido madres es de 101.7”.  La diferencia en el promedio es casi de cuatro puntos, muy grande y estadísticamente significativa.
El estudio se ha publicado en un momento en el que el lema “Hijos No” (No Kids) gana fans. En 2009, Cameron Diaz declaraba: “Tengo una vida increíble y, en cierto sentido, tengo la vida que tengo porque no tengo hijos. No creo que sea una obligación tener hijos y no creo que sea una obligación no tenerlos, simplemente me parecen opciones distintas”. Desde entonces, a la “confesión” de Cameron se sumaron grandes del cine como Renée Zellweger (Bridget Jones):  “La maternidad nunca ha sido una ambición para mí. Tan sólo quiero ser independiente y ser capaz de cuidar de mí misma”, y la contundente Helen Mirren: “No tengo instinto maternal alguno”. Pero la tendencia No Kids llega cuando en Occidente la natalidad se tambalea peligrosamente. Y el estudio de Kanazawa echa nueva leña para avivar el fuego. Dice el autor del estudio que si el descenso de hijos se produce entre las mujeres más inteligentes, el CI de la población mundial descenderá.
Para Kanazawa: “Dado que las mujeres tienen un mayor impacto en la inteligencia media de las generaciones futuras, es previsible que se produzca una disminución de la inteligencia media de la población en los países industriales avanzados”.  La pregunta importante me parece que es: ¿Por qué algunas personas deciden no tener hijos?
El “invierno demográfico” (Demographic Winter)
La natalidad cae en picado en Occidente, y es una preocupación de primer orden. Si el sociólogo francés Auguste Comte tenía razón cuando dijo “La demografía es el destino”, echémonos a temblar para lo que se nos viene encima. Los expertos que estudian las razones de este Efecto Hamelín, en el que los niños desaparecen de las ciudades, apuntan que todos los aspectos de la modernidad van a favor de la vida sin hijos.
Un hijo es caro, muy caro, y (afortunadamente) ya no es una inversión para la vejez. Tenerlos ya no es una férrea ley social: ya solo las abuelas mantienen la cantinela del “se te pasa el arroz”. Además, las mujeres de hoy no vinculan su felicidad exclusivamente al hecho de ser madres.  En estudios recientes en los que se mide la felicidad, los hijos apenas alimentan la satisfacción, e incluso en algunas encuestas se valora como negativo. Conciliar vida laboral con vida profesional es un nudo que ahoga y, sobre todo en España, el hecho de tener hijos está aún muy asociado al abandono de la formación y el desarrollo personal. Así que todo apunta a que tendremos que abrigarnos para paliar el granizo del invierno demográfico que vaticinan los expertos.
Queda otra “broma” de Satoshi Kanazawa, lo que él llama La paradoja de la inteligencia.  Los humanos hemos desarrollado herramientas que nos permiten ir más allá de los “mandatos biológicos”. Los anticonceptivos permiten que reproducirnos sea una elección, que nada tiene que ver con perpetuar la especie o darle sentido a nuestra vida, ni siquiera con el disfrute del sexo. La naturaleza No siempre es sabia.
Y con todo esto, qué opinas tú: ¿Qué te parece una vida sin hijos?
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¿Qué te parece una vida sin hijos?

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“No es el deseo de mi vida ser madre”, dice Johanna. “Tener hijos no es la única manera de dejar tu huella en el mundo”.
Mujeres sin hijos. Mujeres que no quieren tener hijos porque no les da la gana. Ni razones económicas, ni desarrollo personal, ni aplazamientos biológicos… “No soy madre porque no quiero”, continúa Johanna en su comentario dejado en mi último post en el que pedí respuestas a esta pregunta: ¿Qué te parece una vida sin hijos?
En EE.UU hablan del movimiento No Kids (Sin Hijos) o Childfree (Libres de niños). Son mujeres y hombres que pueden, o no, tener pareja y que aumentan la cifra de las estadísticas en un apartado que hace unos años era mínimo, el de los que eligen no reproducirse.  Esta tendencia ha sido llamativa en los comentarios que he recibido.
El informe “El déficit de natalidad en Europa. La singularidad del caso español”,  elaborado por la Fundación “la Caixa” en 2013, llamaba la atención sobre el porcentaje de mujeres españolas que deciden no tener hijos. En comparación con las europeas, este porcentaje es reducido. Pero ha ido en aumento con los años. En la generación de las mujeres que rondan los cincuenta años el porcentaje de sin hijos roza el 13%, cuatro puntos más que el porcentaje de las mujeres que ahora pasan los setenta. Las británicas que deciden no ser madres rondan el 20%.
“Se puede ser feliz sin ser madre”, continúa Johanna y añade: “Me parece mas importante mi pareja, conocer, vivir, disfrutar, amar y compartir con él”.
Pero Johanna apunta que a día de hoy esa decisión no es fácil. “Nadie comprende que pueda tener expectativas de la vida tan diferentes, y se me juzga, como si fuera una mala persona. Pero me alejo mucho de ser así, simplemente no es el deseo de mi vida ser madre. Siempre se ha dicho que la mujer nació para dar vida, y que convertirse en madre es una realización. ¿Eso significa que una mujer que toma la decisión de no ser madre es una fracasada?
Han sido muchos los comentarios recibios a mi pregunta similares a los de Johanna.
German Nananiana escribe en Faceebook: “Mejor sin hijos. Prefiero vivir la vida para mí mismo, que para otro. Los hijos requieren una dedicación tan grande.. y durante tantos años…  Quizá es un pensamiento algo egoísta, pero es sincero”.
Y también en Facebook Angela Jover, que sí es madre, comenta: “Me parece genial que cada vez más mujeres decidan libremente no tener hijos. Yo decidí libremente tenerlos y no me voy a meter con nadie por ese rollito que se traen algunos con el amor infinito y grande y esas cosas… adoro a mis hijos, pero es la misma clase de amor “incondicional” (como les gusta esa palabrita a algunos…) que siento por mis padres o hermanos por ejemplo. Les quiero y daría mi vida por ellos sin pensarlo. Nadie, repito NADIE debería ser padre/madre por obligación o por presiones sociales”.
Andrea Veronica Caselli: “Admiro a la gente que se anima a vivir sin hijos… esto de tener hijos es una de las maneras que tiene la sociedad y el sistema de mantener cierto esquema…fijémonos no más en cuánta gente que conocemos sigue en pareja sólo por sus hijos”.

Cuando tener hijos Sí importa.

Por supuesto, también he recibido numerosas opiniones a favor de la opción A, desde luego la más extendida, la de hijos “Sí”. La mayoría de las razones tienen que ver con el hijo como “complemento” vital, o como experiencia única en la vida. Y, sobre todo, con la idea de que es algo que ocurre porque quienes optamos por el Sí lo deseamos muchísimo.
Comenta en mi muro de Facebook Mayte Titu: “Yo tengo uno, y para mí hubiera sido diferente completamente. Seguro que mucho más libre en mis decisiones, pero no por ello más reconfortante. En mi caso, es lo mejor que he hecho”.
David Mary Helen P. añade: “Yo sólo sé que soy padre, y para mí es la experiencia más maravillosa y apasionante del mundo. No me cambio por nadie ahora mismo”.
Erik Mia: “Intentar explicar el amor maternal o paternal a alguien que no tiene hijos es como hacer entender a un niño lo que significa estar enamorado”.
Y este es el comentario de Valentina Preza Flores en Facebook: “La única respuesta verdadera se encontrará cuando el tiempo haya pasado y las arrugas nos llenen la cara, y miremos hacia atrás. Ahí es cuando nos daremos cuenta si fue buena idea o no…”.
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26 sept 2014

¿La precrastinación es peor que la procrastinación?

MUY PROBABLEMENTE TE SIENTAS IDENTIFICADO CON EL NUEVO TÉRMINO ACUÑADO POR PSICÓLOGOS INVESTIGADORES: LA PRE-CRASTINACIÓN


¿Normalmente te estacionas en el primer espacio libre que ves, aunque cuando regreses de la tienda tengas que cargar las bolsas por más tiempo? O ¿limpias tu casa, haces la comida, contestas correos y tachas actividades de tu lista de “cosas que hacer” antes de sentarte a trabajar? Si sí, entonces eres un pre-crastinador y saberlo puede ser importante en tu vida.
El término fue acuñado por psicólogos investigadores hace apenas algunos meses y publicado en Psychological Science. Describe a las personas que hacen las cosas lo antes posible (antes de lo requerido), incluso si ello significa más esfuerzo físico y más tiempo y energía perdidos. Los precrastinadores no difieren las tareas hasta el último minuto (como los procrastinadores), sino todo lo contrario. Y puede ser peor porque al estar resolviendo cosas uno no se siente culpable.
En el experimento que inspiró el término, los investigadores dieron a los participantes la elección de cargar una o dos pesadas cubetas llenas de monedas al final de un callejón. Una cubeta estaba colocada más cerca de la meta final, pero la mayoría de las personas eligieron la otra cubeta –la más cercana a ellos— incluso si tenían que cargarla más lejos, lo cual significaba más esfuerzo. La razón, de acuerdo con los autores del estudio, fue que la tarea que les pidieron les pesaba mentalmente: querían terminar con ella lo antes posible.
“Al levantar la cubeta cercana, podían tachar esa tarea de su “lista mental de cosas que hacer” más rápido que si levantaban la cubeta lejana”, apuntó el líder investigador David Rosenbaum. El fenómeno de las cubetas no es difícil de reconocer en la vida cotidiana. La seductora urgencia de “tachar cosas que hacer” antes de comenzar el verdadero trabajo nos coquetea a todos.
El peligro de la precrastinación, como se dijo arriba, es que, a diferencia de la procrastinación, la primera no se siente malportada. Cuando dejamos las cosas al último momento hay una incomodidad inmanente que no nos deja en paz hasta que hacemos lo que tenemos que hacer. Y además, en la procrastinación a menudo ocurren momentos de inspiración o encuentros poéticos inusitados. Al precrastinar, por el contrario, creemos que estamos arreglando todo para poder finalmente trabajar en paz, y ese momento se difiere muchas veces sin que nos demos cuenta.
Suena lógico que las tareas que tenemos en la agenda mental (sea limpiar la casa, contestar correos, estacionarnos lo antes posible, pintar la casa) nos pesen, casi físicamente, y nos quiten tranquilidad para trabajar –por ello queremos hacerlas y “tirar a la basura” el recordatorio constante–. Pero es una manera de confundir lo “urgente” con lo importante, incluso si esa urgencia es meramente ilusoria. La mejor manera de lidiar con la precrastinación es asignarle un horario definido y no empalmarla con el trabajo “real”. Limpiar la casa en un horario libre, contestar correos por la noche o pintar un cuarto el fin de semana, por poner algunos ejemplos.

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24 sept 2014

“Círculo de ritual abstracto”: la danza sagrada entre la creación y la destrucción


Circle of an Abstract Ritual es una poderosa máquina videopoética que nos muestra la realidad moderna como un eje ritual que se mueve en torno a un orden secreto, entre el fuego de la destrucción y la luz de la creación. Vemos desplegarse una geometría arcana y una arqueoastronomía secular,  girando sobre un omnipresente axis mundi, el árbol de la vida sobre el cual revuelven las estrellas y del cual colgamos también nosotros en la oscuridad. Un ritmo hipnótico nos habla de un proceso cósmico, espejo de todo lo que sucede, así en la tierra como en el cielo. Ritos, disturbios, pintura sacramental, la geografía de la luz en tránsito y una mirada que completa el círculo.
Jeff Frost es el autor de este time-lapse en stop motion que nos muestra que el videoarte está vivo y sano en las postrimerías de la historia. Frost ha combinado cientos de miles de imágenes tomadas en los últimos dos años de incendios, disturbios y casas abandonadas para superponer sus pinturas digitales y hacer a su vez un rito gráfico sobre la idea del rito en nuestra sociedad, que ocurre comúnmente como una fuerza inconsciente. “La película empezó como una exploración de la idea de que la creación y la destrucción tal vez sean la misma cosa”, dice Frost, y “una forma sutil de asomarse al borde de lo insondable”.
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22 sept 2014

El efecto Google: ¿para qué memorizar datos si tengo acceso instantáneo a ellos?


Cerebro virtual 400x300 El efecto Google: ¿para qué memorizar datos si tengo acceso instantáneo a ellos?Cada día, a cada minuto, seleccionamos inconscientemente mucho de los datos que guardaremos en nuestra memoria a largo plazo. Nuestro interés personal por ellos, su importancia subjetiva o su capacidad para causarnos determinados sentimientos como la sorpresa, el miedo o la alegría son algunos de los factores implicados en que un determinado recuerdo persista en algún recóndito lugar de nuestro cerebro.

Por esa razón, datos o hechos que consideramos superfluos, aburridos o irrelevantes suelen ir directos al olvido con mayor o menos rapidez. Y es también una de las explicaciones por las que tenemos mayor facilidad para aprender aquello que nos gusta o nos resulta interesante que aquello nos parezca un coñazo interminable.
Estos factores implicados en la selección inconsciente de datos para la memoria a largo plazo han ido ligados al ser humano probablemente desde sus comienzos. Sin embargo, con el desarrollo de sistemas de información inmensos y de accesibilidad casi instantánea, se le da otra vuelta de tuerca a la selección inconsciente de datos para que permanezcan en nuestra memoria. ¿Para qué memorizar un determinado hecho o dato cuándo podemos acceder a él en cuestión de segundos? Es una pregunta tan obvia que ni siquiera nos hace falta plantearla. Inconscientemente, ya sabemos que si una determinada información está guardada en algún sitio al que podamos acceder, es mucho más probable que olvidemos esa información o la recordemos con menor detalle mientras, eso sí, ponemos especial interés en recordar dónde o de qué manera hemos llegado a esa información.

A este curioso fenómeno potenciado por las tecnologías de la información y la comunicación (TICs) se le dio el nombre de “efecto Google en el año 2011. Es la tendencia que existe a olvidar información que sabemos que puede buscarse fácilmente en Internet a través de buscadores como Google. Este efecto fue evidenciado y estudiado con detalle mediante cuatro experimentos diferentes en ese mismo año y sus resultados fueron publicados en la revista Science por los investigadores Betsy Sparrow, Jenny Liu y Daniel M. Wegner: Los efectos de Google en la memoria: las consecuencias cognitivas de tener la información en la punta de los dedos. Francis explica muy bien en su blog los pormenores de los estudios en: El “efecto Google” y la internet como el disco duro de nuestro cerebro.

En realidad, el efecto Google en sí mismo se dio por primera vez en la historia de la humanidad, con mucha menor intensidad, cuando el hombre comenzó a grabar información de forma accesible ya fuera en papiros, libros… Aunque fue la alfabetización masiva de la población, mucho más tarde, la que permitió que estos sistemas de almacenamiento de información llegaran a casi todo el mundo. En la antigua Grecia ya hubo algún ilustre filósofo que percibió los efectos que podría tener sobre la memoria a largo plazo el texto escrito. Así, por ejemplo, Platón citaba a Sócrates en el texto Fedro afirmando con preocupación que la memoria se volvía dependiente del texto escrito, cuando estaba tan disponible.

En la actualidad, Internet se parece cada día más a una memoria RAM a la que accedemos para recuperar cierta información de forma temporal. Sin duda, esto hace que nuestra memoria sea más dependiente de múltiples tecnologías pero, al mismo tiempo, la refuerzan de una forma nunca antes vista. Jamás en la historia de la humanidad, el ser humano ha estado expuesto a tanta información y con tanta inmediatez. Además, la tendencia es que esto vaya todavía a más, en un mundo cada vez más conectado. Si tenemos en cuenta que la memoria de los ordenadores es precisa e invariable con el tiempo, mientras que la nuestra es turbia y tiende a distorsionarse con el tiempo, hemos encontrado el complemento ideal a nuestro analógico e impreciso cerebro.


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20 sept 2014

¿Qué hay después de la muerte?

  Click en la Imagen para ver Video  

Gran pregunta esa, me llama la atención el esfuerzo que ha realizado la humanidad para responderla y el poco que ha dedicado a la diametralmente opuesta, ¿qué hay antes de la vida? Da que pensar que toda esa creatividad pueda ser solo resultado del miedo a morir. En cualquier caso, la ciencia tiene la respuesta, aunque no sea la que muchos esperen.

Han subtitulado un vídeo de ScientificAmerican para Naukas, y puedes encontrarlo en este enlace o pinchando sobre la imagen.


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Diferencias y similitudes

Test comparativo entre un niño humano y una chimpancé de aproximadamente la misma edad.




Nada más que añadir.

Las imágenes pertenecen a este vídeo del famoso experimento de Winthrop Niles Kellogg
Los gifs los he encontrado en SkunkBear



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Relación entre tu olor corporal y tu preferencia política

EN EL CUENTO DE PINOCHO, LA NARIZ SIMBOLIZA LA MENTIRA QUE SE CONFIESA A SÍ MISMA. PERO EL OLFATO, DE HECHO, PODRÍA OCULTAR UNA CLAVE DE LA ATRACCIÓN SEXUAL Y SU RELACIÓN CON LA IDEOLOGÍA.

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El olfato, sobre cualquier otro de nuestros sentidos, parece ser el más congruente política y amorosamente. Al menos eso parece revelar una investigación de la Universidad de Brown, donde 146 personas de entre 18 y 40 años realizaron un curioso experimento: “oler” las preferencias políticas de otros podría estar ligado a la atracción sexual.
Aunque los sociólogos saben desde hace tiempo que las parejas de mucho tiempo tienden a compartir ideas políticas, la relación con el olfato es menos clara. Para probarla, los investigadores crearon una escala de siete niveles para situar a los participantes dentro del espectro político.
Luego, tomaron a 21 participantes (10 liberales y 11 conservadores) y les colocaron parches de gasa en las axilas. La consigna fue no realizar actividades que pudieran afectar el olor “natural” durante 24 horas: no fumar, beber, comer alimentos condimentados, tener sexo, jugar con mascotas, al igual que no usar desodorante.
Al día siguiente, los 125 participantes olieron cada parche (limpiándose el olfato entre cada olisqueada con un poco de aceite de pimienta), sin que supieran a quién pertenecía. Los participantes prefirieron el olor de los parches de aquellos con quienes se identificaban políticamente, a pesar de que no se conocieran.
La hipótesis es que los humanos tienden a agruparse con aquellos que comparten sus posturas ideológicas. Según el estudio, “si las actitudes sociales están ligadas al olor, como sugiere la literatura, entonces un mecanismo de preferencias olfativas que se transfiere de padres a hijos podría operar a través de la elección de pareja de las madres. De este modo, los procesos sociales podrían regular algunos de los caminos por los que los individuos prefieren a aquellos cuyo ‘aroma’ ideológico es compatible con el suyo.”
Tal vez a causa de su relación con la nariz, las mentiras políticas sigan caracterizándose con la famosa imagen de Pinocho…

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16 sept 2014

“¿Alguien se ha acordado si habìa dinosaurios en el Arca?”

FOTOCOMPOSICIÓN (Noah's Ark II): Paloma Banderas.
  FOTOCOMPOSICIÓN (Noah’s Ark II)  
Esta pudo ser una trágica pregunta de Noé a sus ayudantes una vez comprobado en alta mar que los dinosaurios no estaban en el arca. ¡Se habían quedado en tierra! Esta posible pregunta de Noé podría resumir la posición de algunos creacionistas “pasados de moda” en cuanto a las explicaciones sobre la extinción de los dinosaurios no aviarios, no estaban en el arca. Para aquellos lectores poco avezados en las pseudociencias, plantearemos en qué consiste el creacionismo. En pocas palabras, los creacionistas creen que  nuestro planeta, incluida la biosfera (con los dinosaurios y los seres humanos, claro) y el resto del universo (es verdad, un mogollón de materia, energía,  espacio y tiempo) han sido diseñados y creados por un ser ultra natural, dios.
Parece un poco extraño que Noé y sus ayudantes se olvidaran de subir al Arca animales tan visibles como diplodócidos, braquiosaurios o tiranosaurios. De manera que el creacionismo moderno (el que pretende ser más “científico”) plantea que los dinosaurios fueron transportados en el arca. Esta nave de carga parece que era muy muy grande, pero… ¿tanto como para incluir cientos (quizás miles) de especies de dinosaurios no aviarios? La respuesta de algunos creacionistas es ingeniosa: Noé no metió a los dinosaurios adultos en el arca, sino a crías. Un ejemplo: en vez de incluir a una pareja  de Argentinosaurus , cada uno de 50 toneladas, subió al Arca un macho y una hembra de 100 kilos. Desde luego estos bebés ahorrarían espacio y recursos alimenticios. Pero, claro, desde el punto de vista del conocimiento científico da igual que el cuento creacionista  proponga dinosaurios adultos o crías. Podrían sugerirse incluso soluciones alternativas que serían tan (in)aceptables como la elección de crías. Por ejemplo, que Noé se decidiera a meter a los dinosaurios solitos en una segunda arca. Pero… ¡qué mala suerte! El arca fue destruida por el impacto de un meteorito. Esta sería una “buena” explicación para la extinción de los dinosaurios… pero los creacionistas niegan su desaparición en ese momento.
Creen que cuando bajaron del arca parejas de rinocerontes, moscas, ranas, chinches, leones, etc  (¿Cómo bajarían las ballenas por la rampa? ¿Y los lenguados?) descendieron también los dinosaurios. Luego, como el resto de los animales, se extendieron por la tierra. De manera que tiranosaurios y ceratopsios convivieron con los seres humanos durante unos pocos miles de años. ¿No os recuerda nada esta propuesta? Por supuesto, películas como “Hace un millón de años” (1966) o “Cuando los dinosaurios dominaban la tierra” (1970).
Según algunos creacionistas la relación histórica entre seres humanos y dinosaurios es un proceso violento, porque los humanos temían y odiaban a los dinosaurios. Nuestros antepasados trogloditas tuvieron que enfrentarse a ellos, pero no los extinguieron. Durante la antigüedad y la edad media la historia humana refiere a los dinosaurios como dragones (¡!??). Finalmente, la humanidad acabó (o casi) con los dinosaurios. De manera que, bajo esta interpretación, San Jorge tiene que ser considerado como un “Dinosaur Hunter” en sentido literal (“Dinosaur Slayer”).
En realidad, algunos creacionistas creen que todavía existen en la actualidad dinosaurios no aviarios vivos. Por ejemplo, el famoso “Mokele Mbembe” un saurópodo que  supuestamente habita la cuenca del río Congo (y nos vamos otra vez al cine ¿no habéis visto “Baby, el secreto de una leyenda perdida” de 1985?). En definitiva, esta es la propuesta de algunos creacionistas para entender  “científicamente” el mundo de los dinosaurios. Un supuesto estudio “serio” que se relaciona de forma directa con cuentos fantásticos, leyendas, mitos y desinformación.  Haganme un favor, no se lo crean.
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Sexo en piedra. Erotismo y sexualidad

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  Representaciones fálicas del Paleolítico Superior. Exposición “Sexo en Piedra”, de     Javier Angulo y Marcos García.  
¿En que momento de nuestra historia evolutiva la sexualidad tuvo continuidad durante todo el año?, ¿cuándo surgió el erotismo, como un paso más del comportamiento de cortejo que precede al acto sexual en otras especies?, ¿cuándo hemos desligado la erótica sexual de la reproducción?
Son preguntas sin respuesta, que han sido objeto de especulación en varias teorías sobre la evolución sexual de nuestros ancestros. Sin embargo, el registro arqueológico del Plioceno y del Pleistoceno Inferior y Medio no nos ayuda a responder a estas cuestiones. Tenemos que llegar hasta el Pleistoceno Superior y a épocas relativamente recientes (unos 30.000 años) para encontrar claras evidencias de erotismo, desde luego siempre ligadas a nuestra propia especie. Cuando nos encontramos con esas evidencias (grabados, pintura y esculturas) aparecen en todo su esplendor Este hecho puede llegar a plantear que el erotismo es más antiguo de lo que suponemos. Solo la socialización masiva de un hecho cultural deja pruebas en abundancia.
Javier Angulo (doctor en Medicina y especialista en urología) y Marcos García (doctor en Prehistoria y experto en arte paleolítico) trabajaron juntos hace ya algunos años en la investigación del erotismo en nuestra especie. Fruto de ese trabajo fue la publicación en 2005 de un libro titulado “Sexo en Piedra” y de una exposición sobre la misma temática. La Fundación Atapuerca ha recuperado los elementos de una exposición siempre vigente, para llenar una sala del Centro de Recepción de Visitantes de Atapuerca, en Burgos.
Las investigaciones de Javier Angulo y Marcos García nos ayudan a desmitificar hechos tan comunes y naturales como el erotismo o la homosexualidad, que estuvieron presentes sin tapujos en la llamada Edad de Piedra. La mayoría de las culturas “modernas” se han empeñado en esconder y convertir en reprobable y censurable lo que un día fue uno de los mayores descubrimientos de Homo sapiens y quién sabe si también de otras especies, como los neandertales.
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15 sept 2014

¿Nos dominarán las maquinas?

  Tecno-adictos  

El otro día, almorzando en un restaurante con mi familia, observe a los de la mesa de al lado; se trataba de un grupo de jóvenes, concentrados cada uno en su teléfono móvil. Durante la  hora que duró nuestro almuerzo ninguno de los cuatro levantó la vista del teléfono, no hablaron entre ellos, toda su atención estaba concentrada en sus teléfonos respectivos, no levantaron la cabeza en ningún momento para mirar a los otros, no escucharon a los pájaros, quizás los oyeran pero, dada su concentración, estoy seguro de que no los escuchaban, ninguno levantó la cabeza para mirar las nubes o el cielo azul o a los árboles que nos rodeaban y lo que es casi peor, no se comunicaron en ningún momento entre ellos. Parecía una película de ciencia ficción, situada en un futuro donde los humanos dependen de las máquinas. Lo malo es que no se trata de un caso aislado, sino de un comportamiento cada vez más frecuente. Veo a personas, hombres y mujeres, mirando su teléfono en la cola del súper, esperando el autobús, sentados en el banco de un parque rodeados de una naturaleza que les es totalmente indiferente o incluso andando por la calle, ajenos a todo lo que pasa a su alrededor, totalmente concentrados, como hipnotizados o poseìdos por el aparatito, arriesgándose a meter un pie en un hoyo o darse de bruces con una farola. Me pregunto si este comportamiento irá a más y terminarán las máquinas controlándonos por completo o si se trata de una moda pasajera. Aunque, visto lo visto, me temo lo peor. 
¿Que nos está pasando?—


¿ Què es el Phubbing ?




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Por qué caminar nos ayuda a pensar mejor

LA CIENCIA Y LA LITERATURA COINCIDEN EN SU ENRAMADA: CAMINAR ES UN REFINADO HÁBITO QUE CONTRIBUYE A GENERAR LAS MEJORES IDEAS DE LA HUMANIDAD.

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La sabiduría popular nos dicen que cuando queremos destrabar nuestra mente es apropiado salir a caminar y tomar aire. La idea de que caminar nos hace pensar mejor o al menos pensar diferente está profundamente arraigada; uno puede intuir claramente que un ambiente despejado como el que se experimenta extramuros despeja también a la mente.
Son muchos los filósofos, científicos y artistas que han cultivado la costumbre de caminar como parte de su disciplina creativa. “Creo que en el momento que empiezan a mover mis piernas mis pensamientos empiezan a fluir”, escribió Henry David Thoureau, es novelista y naturalista que famosamente encontró en el bosque el alimento de su literatura (y de su psique).  Nietzsche incluso se aventuró a decir  que “todas las grandes ideas se concibieron caminando”. En su artículo sobre la ciencia de caminar, Ferris Jabr, nos dice que Thomas DeQuincey calculó que el poeta William Wordsworth caminó unas 80 mil millas en su vida (y en esas caminatas cientos de semillas de poemas). El mismo DeQuincey que en su libro sobre Kant narra cómo las caminatas habituales del filósofo alemán fueron instrumentales en la formulación de su pensamiento crítico.
Caminar y escribir parecen estar inextricablemente ligados, como dos procesos paralelos que forman una continuidad entre la mente y el cuerpo. No sólo caminar por el bosque y encontrar ese sosiego para el alma, o esa medicina verde que brinda la paz del entendimiento, también caminar por las ciudades y entablar una relación con los relatos ocultos de todas las personas que aparecen en nuestro camino (que se convierte un teatro mental, un laberinto que se desenreda escribiendo). Baudelaire cultivo el arte de perderse en las ciudades, el deleite de dilatarse en la contemplación. “La gastronomía del ojo”, según Balzac. Esto es lo que se conoce como la flânerie: la divagación como un estado alterado de conciencia que permite procesar la información del entorno con otra sensibilidad, apilando un cauce narrativo en la misma lánguida zancada.
Como ocurre en nuestra época con casi cualquier cosa, la ciencia ha medido los efectos que tiene la caminata en el cuerpo y en el funcionamiento cognitivo. Al caminar, aumenta el flujo de sangre a los músculos y a los órganos –incluyendo el cerebro (la lucidez puede verse como un fenómeno aerobico y no por nada los escritores son “atletas de la palabra”). Ferris Jabr agrupa en The New Yorker una serie de estudios que indican que caminar promueve nuevas conexiones cerebrales –que son luego nuevas conexiones literarias– incrementa el volumen del hipocampo (una región asociada con la memoria) y fortalece el tejido cerebral que suele desgastarse con la edad.   
A su vez la forma en la que movemos nuestro cuerpo altera la naturaleza de nuestros pensamientos. Existe lo que se conoce como la memoria dependiente del estado: el patrón específico de excitación presente en el cerebro en el momento del aprendizaje se vuelve un componente integral de la información almacenada. Este patrón está determinado por diferentes condiciones, entre ellas la postura en las que nos encontramos, las sustancias químicas que secretamos y el entorno en el que nos situamos. Así caminar por el bosque o escribir ante una computadora tomando café suelen generar una concatenación de memorias particulares que es también un ritmo cognitivo.  Se ha demostrado que, por ejemplo, una postura anatómica abierta, expansiva –ejemplo de dominación entre los mamíferos–, inmediatamente reduce el nivel de cortisol e incrementa la testosterona, cambiando evidentemente nuestro estado mental. O que escuchar canciones con muchas pulsaciones por minuto nos motiva a correr más rápido; lo mismo ocurre cuando se le sube a la música en un auto: el conductor suele manejar más rápido. Ferris Jabr considera que:
Caminar a nuestro propio ritmo crea un circuito de retroalimentación sin adulterar entre el ritmo de nuestros cuerpos y nuestro estado mental que no podemos experimentar tan fácilmente cuando corremos en un gimnasio, manejamos un auto o andamos en bicicleta o en algún otro tipo de locomoción. Cuando caminamos, el paso de nuestros pies naturalmente vacila y se sincroniza con nuestro estado de ánimo y la cadencia de nuestro diálogo interno; al mismo tiempo, podemos cambiar el ritmo de nuestros pensamientos de manera deliberada al caminar más rápido o ir más despacio.
Podemos tal vez entonces leer de alguna manera el pensamiento de los demás al observar cómo caminan, ese ritmo en el andar debe de ser algo que también ocurre en su proceso interno.
Un estudio reciente realizado por los investigadores Marily Oppezzo y Daniel Schwartz de la Universidad de Stanford comparó diferentes habilidades cognitivas en un grupo de estudiantes mientras caminaban o mientras estaban sentados. Los resultados de este meta-experimento (la idea de hacerlo surgió justamente en una caminata), muestran que las personas son más creativas o tienen mayor capacidad para desarrollar ideas novedosas y metafóricas cuando están caminando. Sin embargo, caminar puede ser contraproducente cuando se quiere concentrarse en algo específico: “si estás buscando una sola respuesta correcta a una pregunta, probablemente no quieres todas esas ideas brotando por ahí”, dicen los autores.
Podemos también modular la caminata para generar diferentes tipos de raudales creativos. No es lo mismo caminar por una zona urbana agradable pero llena de información y atestada de individuos de nuestra misma especie, que caminar por un bosque en el que la información es también bastante abundante pero de otro tipo o incluso caminar por un desierto donde disminuye el nivel de información –el cerebro se mueve por diferentes bandas de estímulos y accede a diferentes regiones.
Caminar y pensar o caminar para pensar,  he ahí un binomio simbiótico que atraviesa la historia; pocas cosas más refinadas y secretamente vitales para la creación en la cultura humana.

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10 sept 2014

No todos los muertos son iguales

FOTO: BrittanyMyers13


Hay muertos bien muertos. Muertos cuyas decisiones y ambiciones causaron tanto dolor, que apenas merecen caer en el olvido de los vivos. Huelga decir que nunca he deseado la muerte de nadie, ni mucho menos matar. Pero al menos permitidme no sentir punzadas por la muerte de algunos. Mis lágrimas, al igual que las tuyas, son un bien escaso y sólo se derraman por y para quien merece recibirlas: los que hicieron de mi mundo un lugar más confortable, los que grabaron gratos recuerdos en mi memoria, los que ayudaron a construir la historia de mi vida, los que motivaron con su ausencia un vacío difícil de restaurar. Sufrí la muerte de muchos seres queridos y ya llevo mucho peso cargado en mis hombros de ataùdes, quiero decir.
Pregúntate, pues, si tus acciones merecen el desprecio de alguien. Pregúntate si habrá quien se alegre de tu muerte. Pregúntate si el odio provocado mereció la pena. En caso afirmativo, tu paso fugaz por el mundo habrá sido un auténtico fracaso.  Y todo el dinero cosechado no te absolverá de nada. No hay muertos VIP, no hay cadáveres de oro. La nada no entiende de eso. No así el recuerdo de los vivos cuando mueres, capaz de revivir tu nombre.

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La mujer de rojo y los genitales femeninos

En Ciencia, el motor principal de cada descubrimiento ha sido la búsqueda de una respuesta a una pregunta relevante: ¿Cómo se creó el universo?, ¿cuál es el origen de la vida?, ¿por qué aparecen las enfermedades?…¿por qué las mujeres de rojo parecen ser más atractivas a los hombres? Bueno, digamos que siempre hay unas preguntas más relevantes que otras. La cuestión es que los antropólogos llevan muchos años preguntándose por qué sucede lo siguiente (y yo aprovecho para mostrar una escena de una conocida película):


¿Por qué es la mujer de rojo y no la mujer de rosa, violeta, verde o rosa con lunares negros? En este pasaje de Matrix se pone de manifiesto una percepción que está extendida en múltiples culturas: el color rojo como un rasgo de atractivo sexual. Tanto es así que los burdeles, las prostitutas, los pintalabios y la lencería, entre otros muchos elementos del ambiente del sexo, utilizan el rojo como un símbolo de deseo. También se ha comprobado en diversos estudios que los hombres perciben como más atractivas sexualmente a las mujeres si se asocian con objetos o contextos de color rojo. Pero, ¿es ésto un fenómeno fruto de nuestra cultura (y, por tanto, puede cambiar en el futuro) o tiene su base biológica?

En algunas especies animales, especialmente de monos como los babuinos y los chimpancés, el color rojo es un rasgo inequívocamente sexual. Las hembras, durante la ovulación, presentan unos genitales más hinchados y de un color rojo más intenso que sirve como una poderosa señal sexual para los machos.
Lo anterior ha podido comprobarse en experimentos controlados con simios que resultan ciertamente curiosos: En un experimento científico utilizando pornografía simia, los monos rhesus, por ejemplo, pasaban más tiempo mirando imágenes de sus compañeras femeninas cuando su región anogenital y piel circundante poseían un color rojo más intenso. En otro experimento, esta vez con babuinos, los investigadores comprobaron que estos monos mostraban niveles mayores de masturbación cuando se les presentaban hembras que habían sido castradas (no poseían ovarios) pero que estaban “disfrazadas” con tumefacciones sexuales rojizas artificiales.

Ante este fenómeno tan evidente presente en monos, investigadores de la Universidad de Kent, en Reino Unido, se preguntaron si algo similar podría ocurrir en humanos. Nadie antes había comprobado si esta percepción del color rojo en humanos, como una potente señal sexual, tenía su origen en un pensamiento masculino instintivo sobre su relación con genitales femeninos de color rojo intenso, asociados a una mujer excitada sexualmente y abierta al apareamiento, al igual que en nuestros parientes más cercanos. Así que eso es básicamente lo que querían comprobar y para ello realizaron el siguiente experimento:
Eligieron 16 imágenes de genitales femeninos (mencionan que tuvieron muchas dificultades para encontrar imágenes explícitas no retocadas, no pornográficas y orientadas de forma similar) y las retocaron digitalmente para que tuvieran distintos niveles de intensidad del color rojo. A continuación, mostraron estas fotografías a 40 hombres heterosexuales sin deficiencias de la visión del color y les preguntaron, entre otras cosas, el grado de atractivo sexual de las imágenes que les mostraban. Los resultados fueron bastante contundentes: Los genitales con mayor tonalidad rojiza se consideraron mucho menos atractivos que sus homólogos rosados. Los investigadores proponen como explicación a esta aversión al color rojo en los genitales a una posible asociación con la sangre menstrual (que provoca rechazo y tabús en muchas culturas).
La investigadora jefe del estudio, la Dra. Johns lo deja bien clarito:

Nuestros resultados realmente rebaten la idea común de que el color rojo potencia el atractivo sexual actuando como un indicador del color genital femenino.
¿Significa eso que el color rojo como símbolo de atractivo sexual no tiene un origen biológico? No se puede descartar todavía pero, sin duda, este estudio discute una de las posibles explicaciones biológicas con más fundamento y vuelve más probable una explicación cultural. Aún así, hay que tener en cuenta que la coloración roja que utilizaron para los genitales no posee un rubor fisiológico (quizás de ahí la aversión). Otro rasgo en el que fallan es que deberían haber tenido en cuenta también la hinchazón cuando se encuentran en excitación sexual. En fin, lo único que continúa estando claro cristalino en este asunto es que sigue siendo un misterio la razón por la cual el color rojo potencia el atractivo sexual de las mujeres a ojos de los hombres heterosexuales.


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8 sept 2014

La Sinfonía de la Ciencia

Aunque suene a metáfora, La Sinfonía de la Ciencia es, literalmente, un proyecto musical.
Realizado por John D Boswell, su objetivo es darle ritmo a la divulgación científica.
Mezclando diálogos con música, John ha conseguido convertir contenido científico en una pegadiza tonada electrónica, en la que no podía faltar, por supuesto, una  Oda al cerebro.


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5 sept 2014

Nuevo elogio de la pereza (el arte de no hacer)

¿HACER O NO HACER? NO HAY CUESTIÓN. SIN DUDA, MEJOR RENUNCIAR AL MUNDO (Y A SUS CUITAS) Y HOLGARSE EN LAS VACACIONES ETERNAS DE LA MENTE QUIETA.

Floating-Jordan-Dead-Sea
Tal vez no todos podemos renunciar al trabajo, pero todos podemos renunciar a la idea de que tenemos que hacer algo –y que a partir de eso recibiremos un beneficio ulterior (o algo a  cambio) que de alguna manera justificará o redimirá nuestro esfuerzo y sufrimiento. Dicho eso, si puedes renunciar al trabajo –con todas sus connotaciones– y dedicarte a no hacer nada o a hacer menos –caer en el prado blanco de sólo ser– seguramente serás más feliz. Además, lo más probable es que sólo creas que no puedes dejar de trabajar, habiendo creado un castillo de naipes para excusar ese salto al vacío… y es más fácil de lo que crees (aquí, 10 persuasivas razones).
La idea de que la inacción es una fuente de felicidad tiene un selecto linaje que se remonta a la exaltación del ocio como un estado de gracia para ejercer la filosofía en la Antigua Grecia (el conocimiento está enamorado del vacío y la ligereza). Podemos pensar que Diógenes permanecía tirado en el sol todo el día como uno de esos bañistas en una playa nudista en un eterno trópico (y seguramente hubiera gustado de una hamaca). Los filósofos no tenían que ponchar tarjeta o lidiar con un jefe que les pida un reporte. Podían vivir exclusivamente en el terreno de las ideas (por lo demás, un mundo superior al mundo de la acción, que es apenas un pálido reflejo).
En su memorable texto, El Derecho a la Pereza, Paul Lafargue atribuye a la desidia una cualidad divina, notando que Dios después de hacer su obra decidió descansar por la eternidad (a todas luces, sigue siendo domingo para la Administración del Universo). Algo similar ocurre con el hinduismo: nuestro universo, con todas nuestras preocupaciones, no es más que una serie de lánguidas imágenes dentro del sueño de Brahma, una deidad perezosa capaz de crear el mundo sin hacer nada.
Hay que incluir en este holgado panteón a una de las facetas de Fernando Pessoa, el poeta que prefirió el sueño a la acción (“he soñado más que Napoléon”,  ”he abrazado contra el pecho hipotético más humanidades que Cristo”). Pessoa, quien pensaba que teníamos dos vidas: la verdadera (la que soñamos) y la falsa (“la que vivimos en convivencia de los demás”). El poeta que escribió deliciosamente:
No hagas hoy lo que puedas dejar de hacer también mañana.
¿Para qué hacer algo hoy si mañana tampoco es inexorable? No es necesario cumplir nada, el mundo solo encuentra su curso. Deja que las cosas que no son, no sean. Y si es, ya es; entonces, no hay para que mover un ápice. La inutilidad es sublime (ya lo decía Wilde, el arte es inútil): qué prefieres, ¿ser un peón o un artista del tiempo, un verdadero inútil? A la orilla del Río Tajo, Pessoa encontró el Tao:
¿No será mejor
no hacer nada?
¿Dejar que todo se vaya por la vida
Hacia un naufragio sin agua?
[...] ¿No será mejor
renunciar, como un reventar de vejigas populares
en la atmósfera de las ferias,
a todo,
sí, a todo
absolutamente a todo? 
Renunciar, dejar de hacer, he ahí algo que tiene un refinado linaje, una resonancia mórfica que te conecta con Buda, con el mejor Cristo (el que desapareció del radar por unos años o ayunó en el desierto o quizás se dedicó a comer hongos alucinógenos), y con la mejor etapa de Zaratustra y numerosos sabios de la montaña y el desierto y otros vagabundos del dharma a los cuales no les importó que su nombre fuera conocido, que prefirieron el reino secreto de los mundos invisibles.
Otro texto que se suma a ese perenne (pero poco hacendoso) elogio de la pereza, que rescatamos aquí de manera poco exhaustiva, es el Elogio de la ociosidad de Bertrand Russell, donde el matemático inglés aclara que el camino a la felicidad y la prosperidad reside en una disminución organizada del trabajo. Este es el sueño dorado de una post-industrialización iluminada. Aldous Huxley escribió al final de “Cielo e Infierno” que “los robots no son nada si no hacen muchas cosas”, a lo que habría que agregar que no tienen sentido si no nos permiten no hacer nada. El sueño del hombre es que los robots lo dejen soñar. 
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A este desordenado listado habría que agregar el menos conocido texto La guía del hombre perezoso a la iluminación, escrito hace casi 40 años por Thaddeus Golas, un hippie de Nueva Jersey. Sobre ese texto escribí un artículo anterior más extenso, un laxo análisis de este mismo tema con poco rigor y amplia dejadez. En retrospectiva, me parece que Golas se entusiasma demasiado, pero es encomiable su intento de bajarle de ritmo a la revolución psicodélica, de mantener una vibración elefantina y ralenetizar el movimiento en medio del activismo y la aceleración de querer cambiar el mundo: 
Ya que en el universo no hay más que seres vivientes, cada uno controlando su propio nivel y sus propias relaciones, no hay absolutamente nada en el universo que necesite corregirse en ninguna forma. No tenemos que hacer nada al respecto, cualquier cosa que sea. Hay conciencia en todas partes del universo… Cada partícula en cada átomo es un ser vivo. Cada molécula en cada célula es una tribu de seres.
Shanti, Shanti, Shanti: la paz que viene del entendimiento, o quizás mejor dicho, la paz que viene de la aceptación. Aceptar, que es justamente no hacer nada al respecto, no resistirse. Usando una frase new age, como una veleta en los vientos del ser o en los vientos de Akasha, con un koan para rematar: dos monjes debatían sobre ¿qué se mueve, el viento o la hoja?. a lo que respondió un tercer monje: “Ninguno, sólo la mente se mueve”.
Por cierto, la frase de Russell, citada antes de la imagen, y en realidad este texto reciclado, vienen a propósito de leer sobre un nuevo libro: El arte y la ciencia de no hacer nada: el piloto automático del cerebro, de Andrew J. Smart. Herman Bellinghausen lo reseña en La Jornada y escribe: 
Nunca está de moda decirlo pero en el fondo todos sabemos que el trabajo está sobrevaluado. Más allá de la contradicción insalvable de que el trabajo da para vivir, no existe nada mejor para el ser humano que no hacer nada (ni siquiera atender tele, ordenador o celular). Es cuando el cerebro funciona mejor.
Esto es cierto, todos hemos oído de los momentos “¡Eureka!” en los que brotan geniales epifanías de momentos de ocio, siempre cuando dejamos de intentar hacer o solucionar un problema. Podemos imaginar a Arquímedes procrastinando largamente en la tina como un perezoso manatí. Y ahora también todos hemos oído sobre los beneficios de la meditación, del no pensar, de llevar la mente a un estado de quietud. Una forma de bucear en el mar perlado del inconsciente, un mar sin olas, de insondable profundidad, para nadar preferiblemente bocarriba, flotando en posición de muerto. “Todos los problemas de la humanidad provienen de la inhabilidad del hombre de sentarse solo sin hacer nada en una habitación”, escribió Pascal, que como Proust parece haber sido un neurocientífico antes de que existiera esta disciplina. Podemos leer la frase a la luz de las enfermedades modernas cuyo germen principal es el estrés: no poderse quedar quieto sin hacer nada es no poder relajarse y provocar la generación de neurotransmisores excitatorios del tipo “fight or flight” que desgastan a nuestro sistema inmune con sus amenazas fantasmas. Si el hombre supiera quedarse quieto en un cuarto, solo, otra cosa sería: generaría nuevos jardines colgantes, nuevas pirámides de brisa (para el deleite de su mente).
En su texto, Bellinghausen también cita al clásico Lafargue:
Una extraña locura se ha apoderado de las clases obreras de las naciones donde domina la civilización capitalista. Esta locura trae como resultado las miserias individuales y sociales que, desde hace siglos, torturan a la triste humanidad. Esta locura es el amor al trabajo, la pasión moribunda por el trabajo.
La ética protestante y el ansía de negocio capitalista son una forma de angustia colectiva proyectada, de competencia cargada de cortisol y frustración. Debemos de ganarnos la aceptación de Dios (además de la de nuestros padres, etc.) y para ello es necesario trabajar, hacer, agotar, explotar todos los recursos. Debemos de hacer dinero y comprar más cosas para ser. Esto es poco sustentable, nos precipita hacia un precipicio, progresamos hacia un final –cuando nos podemos quedar en una sagrada meseta sin tiempo (que por otro lado es el mejor lugar para dormir e imaginar, sin que el suelo esté inclinado; mejor parejo, en homeostasis). Esto también es lo contradictorio, el colmo del “sueño americano”, que es un sueño y debe realizarse trabajando (los sueños son fáciles, no tenemos que hacer nada para que ocurran, sólo estar ahí y ver como pasan las imágenes, “como Dios limando sus uñas”). Pobre sueño el que tiene que salir a trabajar –¿acaso no es esto más bien lo que acaba con el sueño, despertarnos para ir a trabajar? ¿Para qué ocuparse con algo si podemos estar libres sin nada? 
Hay una frase lapidaria de Cioran que apenas recuerdo (soy muy perezoso para buscarla en un libro o en internet). Básicamente va algo así: si alguna vez has estado triste sin motivo, siempre lo estarás. Un poco de crueldad de determinismo freudiano. Por el contrario, si alguna vez has sido feliz sin hacer nada, siempre serás feliz (siempre que no hagas nada). No hay razón; la felicidad no es algo que uno haga. El éxtasis existe, no hay que inventarlo, ni invitarlo: es uno de esos huéspedes que se quedan a vivir en el sillón de la estancia. Un couch-potato. Y de todas formas, ¿por qué pensar que la felicidad es más importante que la facilidad? No es necesario aferrarse; suave y flojo, sin tener que cooperar, se abre para nosotros el reino del espacio infinito en una nuez.
Twitter del autor: @alepholo 

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