28 ago 2015

Elogio de la ignorancia

No he podido dejar de sintonizar con este artículo del New York Times titulado The case for teaching ignorance, un intento de resaltar la enorme importancia de enseñar no lo que se sabe sino precisamente lo que no se sabe. La consciencia de la ignorancia es un motor fundamental del progreso: las personas que encuentran cosas interesantes suele ser precisamente porque intentar averiguar cosas que no sabían. El artículo ofrece enlaces al trabajo de “estudiosos de la ignorancia” como Robert Proctor Stuart Firestein, e incluso a un curso académico sobre la sociología de la ignorancia.

Llevo muchos años enseñando innovación, una disciplina caracterizada precisamente porque, en un entorno en el que muy pocos pueden llegar a saber algo porque se mueve endiabladamente rápido y cambia constantemente sus reglas, lo importante es precisamente saber lo que no se sabe, entender cómo funcionan conceptos que antes, simplemente, no existían porque su contexto no existía, para poder así plantearse construir sobre ellos. Un planteamiento así genera en ocasiones elevadas dosis de frustración en algunos de mis alumnos que pretenden que la motivación para ofrecer un curso es comunicar lo mucho que se sabe de un tema, y terminan el curso pensando que, realmente, no les he dado ninguna “receta” o “método” mágico para solucionar su ignorancia y me he limitado a identificársela como tal. La alternativa, por supuesto, está en pontificar con falsa seguridad sobre las cosas que no se saben, algo que obviamente ni soy capaz de hacer, ni lo pretendo.

En realidad, una gran parte de la metodología que tengo organizada en torno a mi actividad, incluyendo el trabajo que pongo en esta página todos los días desde hace años, está precisamente destinada a generarme ideas sobre cosas que no sé, y a tratar de provocar la misma necesidad en otras personas. Con el material que destilo de esta página y de otras fuentes preparo casos de una manera que muchos de mis colegas encuentran insultante: mientras muchos profesores no se encuentran en absoluto cómodos planteando la discusión de un caso sin tener el apoyo de una teaching note preparada por el autor que solucione todas sus posibles incertidumbres, yo prefiero discutir sobre casos en los que no tengo todas las respuestas, y utilizar la discusión precisamente para aislar y localizar los temas en los que no sabemos nada.

El estudio de la ignorancia, por otro lado, ofrece una interesantísima contrapartida: te permite identificar sus fuentes más habituales, de manera que puedes ser rápidamente capaz – rápidamente se refiere en este caso a la velocidad a la que suele discurrir una conversación en clase, en la que no puedes detenerte a investigar concienzudamente un tema salvo que sea una clase online – de contestar en función de esa “taxonomía”. A menudo dedico tiempo durante la preparación de mis sesiones a tratar de preparar respuestas a los sesgos más comunes a la hora de pensar en un tema determinado, para poder pasar por ellas más rápido o de manera más eficiente e intentar llevar así a la clase a discutir sobre cuestiones que puedan ser más fructíferas… precisamente aquellas sobre las que sabemos menos.

¿Filosofía? ¿Exaltación absoluta de la paradoja socrática? Simplemente, que plantear que un profesor solo puede serlo en aquellos temas en los que crea saberlo todo me parece una limitación absurda. Obviamente, hay que saber mucho de un tema para poder lanzarse a dar clase sobre él sin que la ignorancia surja a las primeras de cambio, pero muchas veces lo importante es precisamente entender qué es lo que no se sabe, por qué, y cómo llevar la discusión a ello de una manera que resulte suficientemente atractiva para los alumnos y para la necesaria motivación del profesor. Enseñar lo que se sabe, pero también lo que no se sabe. La ignorancia como concepto potente para estimular la innovación.

Enrique Dans



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¿Còmo serìa un mundo sin humanos?

Se parecería mucho al Serengueti
¿Cómo sería un mundo sin humanos?
¿Cómo sería nuestro planeta si éste no hubiese sufrido los impactos del Homo sapiens del pasado y del presente? Un estudio realizado por la Universidad de Aarhus ha hecho esta simulación, y nos muestra cómo serían los patrones de diversidad de los mamíferos en todo el mundo si el hombre moderno no hubiese 'metido la zarpa' en la historia de la Tierra.
Este escenario simulado sin humanos supondría, por ejemplo, que en gran parte del norte de Europa ahora no habría únicamente osos, alces o lobos, sino también elefantes y rinocerontes. Según el profesor Jens-Christian Svenning, el departamento de Biociencias de la universidad danesa y coautor del trabajo publicado en la revista Diversity and Distributions, "el norte de Europa está muy lejos de ser el único sitio donde los humanos han reducido la amplia diversidad de mamíferos. En realidad es un fenómeno mundial y, en la mayoría de lugares, existe un gran déficit de esta variedad en relación con lo que podría haber sido".
Según los expertos, el hecho de que la mayor diversidad de grandes mamíferos se ubique en el continente africano es un reflejo del impacto que han tenido las actividades humanas en el pasado y no se explica a por limitaciones ambientales ni de otra índole. Es más, en un análisis realizado previamente, los científicos han demostrado que la gran extinción de mamíferos en la última Edad de Hielo y en el posterior milenio, se debe en gran medida a la expansión del hombre moderno en todo el planeta. Para realizar este análisis, los científicos han investigado cuáles son los patrones de diversidad natural de los mamíferos en el mundo teniendo en cuenta la ausencia del impacto humano en el pasado y en el presente. Para ello, se han basado en las estimaciones de la distribución natural de cada especie según su biogeografía, ecología y corriente natural del modelo ambiental.
Según el mapa divulgado por los investigadores, en un mundo sin humanos habría una distribución de mamíferos muy distinta a la actual. Curiosamente, los niveles serían más elevados en Norteamérica y Sudamérica que en otro lugar. Un hecho que contrasta con la realidad, pues son áreas que actualmente son bastante pobres en grandes mamíferos. Según Soren Faurby, investigador de la Universidad de Aarhus y autor principal del estudio, "la mayoría de safaris hoy en día se encuentran en África, pero en esta circunstancia simulada las cosas cambiarían mucho y hubiesen existido animales incluso más grandes en otros lugares, como por ejemplo en Texas y áreas vecinas, así como en regiones del norte de Argentina y el sur de Brasil".
Para los investigadores, la riqueza de la fauna de África no es "anormalmente alta" sino que esa situación refleja que es uno de los pocos lugares donde las actividades del ser humano "no han acabado con la mayoría de grandes mamíferos".

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27 ago 2015

Trastornos Mentales y el Libre Albedrío


Esta entrada es un comentario a un artículo de la revista Aeon que utiliza la experiencia de las personas con trastornos mentales para defender la existencia del libre albedrío. El argumento central sería: dado que cuando sufrimos un trastorno mental no tenemos libre albedrío, entonces cuando no tenemos una enfermedad mental sí tenemos libre albedrío. La idea se le ocurrió al autor, Walter Glannon cuando un alumno suyo no pudo acudir a clase por sufrir una depresión. Cuando ya estaba recuperado y acudió le dijo literalmente a Glannon: “no tenía libre albedrío”.

A partir de ahí plantea que la respuesta al eterno dilema del libre albedrío no hay que buscarla en la Física o en la estructura de nuestro universo y las leyes de la naturaleza sino en el cerebro, en la capacidad del cerebro para permitir o no que actuemos y pensemos. Parece definir el libre albedrío como actuar de acuerdo con nuestras preferencias, creencias e intenciones (y así definido acepto que tenemos free will, el problema es que no elegimos nuestras preferencias, creencias e intenciones y esa no es mi idea de una "voluntad libre"). Cuando padecemos una depresión, un TOC o cualquier otro trastorno mental no podemos hacerlo y por tanto no somos libres. Cuando no estamos enfermos sí seríamos libres.

Bien, como forma de hablar a nivel coloquial podemos entender lo que el autor quiere decir y podemos admitir que cuando estamos enfermos no tenemos la voluntad que tenemos en estado normal. Pero el argumento si lo analizamos con un poco de seriedad o profundidad falla estrepitosamente y voy a intentar explicar por qué. 

Para entenderlo voy a utilizar el ejemplo de la psicopatía de la que se ha hablado antes (aquíaquí y aquí). Cada vez más autores están planteando que los psicópatas no son libres y que no pueden actuar de otra manera y se han propuesto alternativas a los fundamentos morales que utilizamos para condenarles y castigarles que actualmente se basan en condenarles porque pensamos que han elegido actuar de manera criminal y podían no haberlo hecho. Para los efectos de mi argumentación vamos a aceptar que los psicópatas no tienen libre albedrío (opinión todavía minoritaria). Si damos la vuelta al argumento obtendríamos el razonamiento de Glannon: si los psicópatas no tienen libre albedrío entonces los que no somos psicópatas sí lo tenemos.

La verdad es que ni los psicópatas ni los no-psicópatas tienen libre albedrío porque ninguno de ellos puede elegir. Libre albedrío es libertad para elegir otra cosa y eso no lo podemos hacer ni psicópatas ni no-psicópatas. A un psicópata no se le puede pedir que responda al castigo o que muestre las conductas morales propias de un cerebro moral, porque no lo tiene. Pero a una persona con cerebro moral tampoco se le puede pedir que tenga las conductas de un psicópata. Yo no puedo salir a la calle y violar a la primera mujer que me guste o robarle un reloj al peatón que pasa porque me he encaprichado con él (y de paso darle un navajazo si se resiste) o robar un banco (estoy caricaturizando un poco). Simplemente yo hago lo que está en mi naturaleza hacer y el psicópata hace lo que está en la suya, naturalezas que ni él ni yo hemos elegido. Tener libre albedrío sería poder tomar el otro camino, elegir la otra opción. Tener las dos opciones, no tener sólo una.

Y no es buena idea ir a buscar el libre albedrío en el cerebro (de esta manera) porque nuestro cerebro no es ajeno a las leyes de la Física, al contrario, está obligado a seguirlas. Y lo que observamos en este universo es que unos efectos tienen  unas causa previas, y estas a su vez otras causas previas y la voluntad no puede saltarse ese flujo causal y situarse al margen de él y decidir: “pues yo ahora voy por otro lado”…


Los humanos presumimos mucho del auto-control: nosotros no somos como los animales, que cuando quieren comer o tener sexo van y lo hacen, no…nosotros podemos esperar, auto-controlarnos…nosotros estamos al margen de la naturaleza…Pero no tenemos en cuenta una cosa muy importante. Si podemos ejercer ese autocontrol es porque tenemos unas fibras nerviosas que van desde la corteza hacia el sistema límbico que cumplen una función inhibidora de esos instintos básicos (y el control que tenemos es sólo parcial). Y esas fibras las ha puesto ahí la selección natural y lo ha hecho por una buena razón, porque en animales sociales inhibir esos instintos en situaciones grupales hace que pases más copias de genes a las generaciones futuras. Así que esa capacidad de autocontrol de la que presumimos no se salta las leyes de la Física ni proviene de Marte.

Por ampliar la discusión, voy a poner un ejemplo en base a factores determinantes ambientales para ilustrar la falacia del razonamiento de Glannon. Pensemos en el caso de Patricia Hearst y su famoso secuestro. Admitamos  que el grupo terrorista que la secuestró la lavó el cerebro con sus doctrinas maoístas y que Patty no era libre cuando atracó el banco con los componentes de ese grupo. Aplicando el razonamiento de Glannon diríamos:“Después del secuestro Patty no era libre porque le habían lavado el cerebro, pero antes del secuestro Patty sí era libre porque todavía no le habían lavado el cerebro”. Ya, ¿Y la influencia previa de su padres y su educación de niña rica no era un lavado de cerebro?

A donde quiero llegar es a que la conducta del ser humano ha evolucionado de la misma manera que la del resto de los animales. Tendremos más algoritmos, más lineas de código de programación si se quiere, pero no dejamos de ser criaturas programadas por la selección natural. Ya sé que eso no nos gusta. A Glannon se le escapa en el último párrafo de su artículo:“somos más que seres materiales”. Sí, preferimos seguir pensando que somos ángeles. Es muy fuerte la tendencia a pensar en “almas” “espíritus” y otro tipo de entidades al margen de la materia. No elegimos nuestras preferencias, creencias ni intuiciones. Pero nos hace mucha ilusión creer que sí lo hacemos.

@pitiklinov


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25 ago 2015

¿Qué es la sapiosexualidad?

¿Alguna vez te has sentido atraído sexualmente hacia una persona por su inteligencia? Podrías ser sapiosexual. 

Sapiosexualidad
  ¿Qué es la sapiosexualidad?  

Las razones por las que nos podemos sentir atraídos sexualmente hacia una persona son muy variados: su físico, su personalidad, su estilo, su sentido del humor, su carisma, su posición económica, entre otras.
De acuerdo con la psicología social, existen cuatro principios básicos de la atracción: semejanza, proximidad, reciprocidad y aumento de la atracción bajo condiciones de ansiedad y estrés.
Pero ¿alguna vez te has sentido atraído sexualmente hacia una persona por su inteligencia? Una inteligencia que es imposible de disimular  y que resulta irresistiblemente atractiva.
¿Qué es la sapiosexualidad?
La sapiosexualidad se define como la atracción y excitación erótica por la inteligencia de otras personas. Esto no quiere decir que no se valore el aspecto físico, la emocionalidad, la semejanza y la reciprocidad, pero por encima de todo, esta la calidad de la conversación, la complejidad de conocimiento o la especialización de la persona  en algo de interés.
¿Cómo distinguir a un sapiosexual?
De acuerdo con expertos las personas sapiosexuales se caracterizan por tener  un alto nivel en el rasgo de personalidad conocido como“apertura a la experiencia”. El cual corresponde a personas que son curiosas, tienen imaginación y son de mente abierta. En general aprecian el arte y les gusta escuchar ideas innovadoras.
Estas personas se caracterizan por sentirse atraídas por conversaciones interesantes, huyen de temas triviales.  Conversar de temas como  filosofía, física, ciencia, arte o literatura resulta excitante para ellos.
¿Y tú te consideras sapiosexual o has estado alguna vez con alguno?

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20 ago 2015

¿Quién inventó el beso?

¡vaya timo! Una nueva investigación dice que es un invento posterior a la rueda


Investigaciones de los últimos años habían dado con un extraordinario hallazgo en la saliva del beso. Afirmaban que, la del hombre, contiene testosterona (más o menos cantidad según el besador) y que los niveles de esta hormona servían a la mujer para detectar un buen macho reproductor, y elegirle —o no— como pareja.
A más testosterona, mejor calidad de amante, decían.  Helen Fisher está entre las defensoras de esta grimosa hipótesis según la cual el hombre, en el beso, “inyecta testosterona en la boca de la mujer” y ella evalúa si está ante un buen candidato reproductor. Para Fisher el beso sería un “test biológico de aptitudes” , como si recogiéramos con la lengua una muestra clínica y la saboreáramos antes de decidir.
La teoría de Fisher explicaba asuntos estadísiticos como el de que las mujeres se recrean más en los besos que los hombres, y que damos más puntos al amante si besa bien. Hasta que un macro estudio antropológico de la universidad de Nevada acaba de quitarle al beso su peso selectivo.
El punto de partida del estudio es este: si el beso es una herramienta de selección sexual en nuestra especie, entonces debería ser universal. Me explico con un ejemplo: el culo rojo de las hembras de los papiones es rasgo de selección sexual en su especie, y todas las hembras tiene el culo más o menos rojo y abultado.
¿Es, entonces, el beso romántico, universal en los humanos? Este es el título del paper publicado en la revista American Anthropologist. “¿Todo el mundo besa?”, se preguntan. Leo el texto, y la respuesta es “No”. El beso, parece, fue un invento, de éxito masivo en Occidente, y vino después del fuego y la rueda.
El beso está presente en menos del 50% de las culturas
Los antropólogos de la Universidad de Nevada han estudiado 168 culturas alrededor del mundo, y han encontrado que en menos del cincuenta por cierto se juntan bocas y lenguas como expresión de amor, o para condimentar el sexo.
“El beso sexual romántico está presente en un minoría de las culturas estudiadas (46%)”. El estudio añade que: “Hay una fuerte correlación entre la frecuencia del beso sexual romántico y la complejidad de la sociedad estudiada: cuanto más compleja es la cultura, mayor es la frecuencia del beso”.
¿Quién lo inventó?
Si el beso no es algo universal,  alguien debió inventarlo. Vaughn Bryant, antropólogo de la Universidad de Texas A & M, rastreó la historia documentada hasta dar con el que parece fue el primero, o, por lo menos, su precursor.  Según Bryant las escrituras Védicas de alrededor de 1500 aC mencionan la práctica de “olfatearse con la boca”. Cerca de 500 años después, el poema épico Mahabharata ya contenía referencias a besar en los labios. Dice un verso: “Ella puso su boca sobre mi boca e hizo un ruido, y esto me produjo gran placer” .
En el Kama Sutra se hincharon a describir besos (principios del siglo V dC). Y siempre según Bryant, fue Alejandro Magno —y sus ejércitos— quien propagó besos por el mundo. Grecia, Roma, Europa… Y hasta hoy. El invento parece que funciona.
Y así, el recreo de las bocas en el sexo ha dejado de ser, científicamente, un afinado test biológico con recogida de muestras, y ahora se asemaja más a ir al cine: cabe la posibilidad de que la peli sea un tostón, o una auténtica obra de arte que recomiendes a los amigo(a)s, igual que el beso romántico.

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Los 11 libros que deben leer los que pretenden hacer política

LA POLÍTICA Y SUS LIBROS FUNDAMENTALES

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Los libros son, de alguna forma, objetos capaces de congelar en el tiempo la mente humana y alimentar las mentes de siguientes generaciones. En muchas profesiones son indispensables, como en química, física o medicina, y cualquiera que se diga buen político debe gobernar con sus libros a la mano. He aquí los 11 libros que resumen el pensamiento político (si es que se puede hablar de tal unidad). Esta lista está basada en esta otra, con unos aditamentos.
1. El príncipe, Nicolás Maquiavelo
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En primer lugar está El príncipe. Cualquiera creería que la Política de Aristóteles estaría en primer lugar, sin embargo, esta vez comenzaremos con el texto de Niccolò di Bernardo dei Machiavelli, intitulado Il principe. Este texto fue un regalo condescendiente al príncipe Lorenzo II de Medici, al verlo en apuros por no saber administrar el poder, optimizar la economía, hacer uso del liderazgo carismático y la forma de hablar y dirigirse a sus vasallos. 
El Príncipe ha sido el libro de cabecera de muchos gobernantes, pues en este texto Maquiavelo no sólo enlista consejos para ser ‘justo’ o democrático (hay que recordar que hablamos de monarquía), lo cual hizo en libros sobre la república y la democracia, aunque se le conoce más por El príncipe. 
Nunca se imaginó que su libro inspiraría ideas como esa de “El fin justifica los medios”, la cual no se halla literalmente en el texto; es una sobreinterpretación, al grado que ahora se usa lo ‘maquiavélico’ casi sólo como sinónimo de alguien astuto y engañoso que hace lo posible para que resulten las cosas como él quiere, lo cual no aplica a otros títulos del italiano, únicamente a este. Además de la referencia a la doctrina de Maquiavelo, ‘maquiavelismo’ ha llegado a significar también una forma de ser hipócrita o manipulador, donde se subordinan los principios éticos y morales al principio de la política.
2. Aristóteles, Política
A Aristóteles se le atribuye un profundo pensamiento filosófico materialista, a diferencia de Platón, que era idealista. Como es sabido se conocen textos suyos que hablan sobre física y metafísica, filosofía, historia de las ideas, poética, sobre gramática, sobre la meteorología y sobre ética (escrita para su hijo), entre muchos otros temas. También se le recuerda por ser asesor político de gobernantes como Alejandro Magno. Aristóteles hizo el estudio de más de 150 constituciones (politeias, para muchos especialistas concepto que no tiene traducción, para otros puede traducirse como “el gobierno de las clases medias bajas bajo una constitución y de acuerdo a la ley”) para darle rigor a su libro.
3. San Agustín de Hipona, La ciudad de Dios (426. d. C.)
Civitate Dei
Origen, sustancialidad del bien y el mal, tiempo, pecado, lucha, muerte, necesidad, duración, espacio y providencia son algunos de los tópicos tratados por uno de los ‘santos’ más influyentes desde el Renacimiento hasta la actualidad, incluso dentro del pensamiento filosófico de Occidente. Sus juicios hacen creer que quien escribe es, a veces, una persona que no tiene creencia alguna. No obstante, en este libro el filósofo cristiano compara la ‘ciudad del hombre’, la ciudad pagana (que en el Medievo estaba llegando a una crisis en todos los aspectos) con el concepto filosófico cristiano de la ‘ciudad de Dios’ o ciudad celestial. La obra Civitate Dei, que cuenta con 22 libros, es una apología del cristianismo que trataba de contribuir a la mejora del pensamiento religioso, consiguiendo más que eso. Para Aurelius Augustinus Hipponensis, quizá la divinidad es como “el tiempo, si nadie me lo pregunta lo sé, si alguien me lo pregunta, lo ignoro” (San Agustín dixit).
4. Tomás de Aquino, ­Suma teológica (1596)
Summa theologica (1)
En contraposición con los planteamientos de San Agustín, este otro santo también logró despegar (filosóficamente hablando) la religión del sistema religioso, es decir al mundo terrenal del mundo celestial. Tanto Santo Tomás como San Agustín supieron, a través de la lógica, separar el contenido teológico de la creencia, iniciando varias corrientes entre las que se encuentran, por un lado, las que intentan comprobar las existencia de Dios con matemáticas y filosofía y, por otro, quienes buscan hacer exactamente lo contrario a través de la lógica y la lingüística.
La Suma teológica (Summa Theologiae, s. XIII) es un tratado escrito por Tomás de Aquino en dos tomos, pues la tercera parte quedó inconclusa, ya que la escribió en los últimos años de su vida. Es este volumen Tomás de Aquino muestra el sistema religioso con todo lo que ello conlleva, es decir, sus asociaciones políticas y la estructura de sus jerarquías. 
En primer instancia habla de Dios, después de la creación, de los ángeles; del hombre y el cosmos, la providencia, la trinidad y el acto humano, la pasión, el hábito, la virtud, el pecado, la gracia, el mérito, la fe, la esperanza y la caridad. También de las virtudes más importantes como la prudencia, la justicia, la fortaleza, la templanza, el carisma, la vida y la pasión; sobre la penitencia y los sacramentos religiosos; además, trata el matrimonio y la extremaunción. Habla sobre la muerte, claro, el Juicio Final y el postrero infierno, el cielo. En suma, este compendio explica categorías y estructuras filosóficas y religiosas que sin embargo son modelos de organización política.
5. Montesquieu, Del espíritu de las leyes (1747)
Esprit
El barón de Montesquieu (Charles Louis de Secondat) escribió el compendió De l’esprit des lois teniendo en cuenta el impulso de la Ilustración. En el texto Montesquieu habla de todo lo que influye en el gobierno, desde el clima, la geografía, el temperamento y la forma del matrimonio hasta las relaciones sociales y las instituciones (todo ello es para Montesquieu como una especie de espíritu). También analiza la división de poderes.
Este libro habla de que las leyes tienen una especie de ‘espíritu’, el cual debe procurarse para que la ley tenga efecto sobre la comunidad humana. Montesquieu creía que “aunque bajara un libro con las leyes perfectas en su interior, sería imperfecta su aplicación debido a la imperfección es la constitución del hombre por antonomasia”, por lo cual la ley también debía combinar esta serie de multifactores. (Por ello, ese espíritu sigue vigente).
Todas y cada una de las cosas que se enumeran y que influyen en el Estado, son motivo aún de investigaciones y teorías de gobierno.
6.  Tomás Moro, Utopía (1516)
UtopiaThomas More, (Thomas Morus, en latín) es un inglés que pasó de la traducción a la ficción. Su volumen Utopía inspiró tanto a diletantes como a escritores y exploradores. Los navegantes hacia el Nuevo Mundo tenían en su mente los libros de Moro y de Campanella, los cuales hablaban del ideal utópico que se centra en la idea de generar una nueva forma de organización más ordenada pues, ya en aquellos tiempos, la sociedad se veía en decadencia. (Lo que hicieron España, Inglaterra, Portugal, Francia por ejemplo en las colonias, fue reproducir la misma sociedad decadente en los dominios ultramarinos).
Hay una relación en la Utopía con una especie de comunismo donde la lógica de los individuos y su racionalidad los lleva a la desaparición del Estado y la política; Moro, creía en que cada persona era capaz de gobernarse a sí misma, lo cual contribuye al mejor sostenimiento de la sociedad, al igual que los anarquistas de Grecia.
7. John Locke, ­ Ensayo sobre el entendimiento humano (1690)
LockeEssay
An Essay Concerning Human Understanding consagra a John Locke como un ejemplo de la mente ilustrada. Su aporte fue muy relevante pues (al contrario del generativismo, en la lingüística) Locke cree que el humano no nace con un intelecto innato sino que la inteligencia es como un cajón que se va llenando de conocimientos a partir del nacimiento, por ello todo parte de la experiencia, con la premisa de Descartes: “Pienso, luego existo”. La premisa de Locke habla sobre la construcción del conocimiento como una lógica racional. (Lo cual muchas veces no se ve en política).
8. Thomas Hobbes, Leviatán (1651)dj-leviatan-1-peke
El Leviatán (del hebreo liwyatan, enrollado) es un monstruo marino mitológico creado por Dios a partir de la figura de la serpiente de Adán y Eva. (Dios creó a este monstruo para atormentar a los pecadores). Se le conoce como una serpiente marina. Después fue utilizado como sinónimo de monstruosidad (Taninim, monstruo marino, cocodrilo o gran serpiente). Aparece en el Génesis, en el Libro de Job, en los salmos, en Isaías y en otros versículos de la Biblia. (“Nadie hay tan osado que lo despierte… De su grandeza tienen temor los fuertes… No hay sobre la Tierra quien se le parezca, animal hecho exento de temor. Menosprecia toda cosa alta; es rey sobre todos los soberbios”, se dice en el Libro de Job).
Hobbes habla de un monstruo hecho de personas, el cual es resultado de la unión las personas, por ello el título completo, Leviatán o la materia, forma y poder de una República eclesiástica y civil, es una justificación del Estado absoluto, partiendo de las premisas de El contrato social. Es una crítica materialista a las estructuras políticas de la sociedad en la que vivía, que aplican aún para nuestro tiempo. Después de todo, ¿estaba tan equivocado Hobbes al hablar de ese monstruo que es el Estado?
9. Jean-Jaques Rousseau, El contrato social
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En Du contract social ou principes du droit politique, Juan Jacobo Rousseau habla sobre la existencia de un contrato presocial, como si la propiedad privada, la mercancía y el gobierno hubieran existido desde que los ‘buenos salvajes’ decidieron cercar un terreno y decir “esto es mío”. El gobierno se ve en Rousseau como si hubiera coexistido con el hombre desde siempre, tesis que fue después criticada por el marxismo. Sin embargo, fue y sigue siendo un punto de álgido debate entre los gobernantes y estudiosos de la política.
10. Adam Smith, La riqueza de las naciones (1776)
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An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, o simplemente La riqueza de las naciones, es un título fundamental para comprender la denominada ‘mano invisible’ del mercado, donde se establece una forma de la economía que no dependa del Estado, con la frase francesa que recupera, Laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même, ”Dejen hacer, dejen pasar, el mundo va solo” o, simplemente,  Laissez faire et laissez passer, principio que detonó el liberalismo económico que atormenta tanto al mundo globalizado, rendido ahora ante el neoliberalismo y la base de expansión hacia afuera.
11. Denis Diderot, ­La Enciclopedia (1751)
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Diderot, así como con Voltaire (seudónimo de François-Marie Arouet), Rousseau, d’Alembert y Montesquieu, fueron personas conocidas por su conocimiento enciclopédico, de lo cual fue resultado un libro de la misma magnitud. El primero fue autor de L’Encyclopédie o Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers, un texto que intenta compendiar los conocimientos de toda materia que se pueda conocer, y por si fuera poco, acomodada en orden alfabético. Éste funge como una aportación al acervo del conocimiento fundamental de la humanidad, y dentro de él se encuentran la filosofía (base de la ciencia) y la citada política.
La siempre atractiva página Nalgas y Libros (el binomio infalible) publicó esta lista con la que quizá muchos politólogos estén de acuerdo. Otra cosa será cómo se usen los libros en la política real. En un ejercicio de diacronía, tal vez podríamos decir que quizá Aristóteles no estaría de acuerdo en que lo que se practica hoy en día sea algo de la política que él teorizó.

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17 ago 2015

Contra el culto a la juventud: morir viejo y tener razón

NUESTRA SOCIEDAD REPRIME A LA VEJEZ PORQUE LE RECUERDA LA INEVITABILIDAD DE LA MUERTE; ASÍ SE AFERRA ILUSORIAMENTE A ESTA VIDA MATERIAL, IGNORANDO LA GRAN FRONTERA QUE LA LLAMA Y LA POSIBILIDAD QUE LA MISMA MUERTE OFRECE PARA ENRIQUECER LA VIDA

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Ciertamente el culto a la juventud es un signo de nuestra época, especialmente porque vivimos en la época de la imagen pública, y por todos lados se nos bombardea –como estrategia de mercado– con cuerpos núbiles, lustrosos y aparentemente sanos como los que sólo podemos tener en la cúspide de la juventud. El arquetipo de la belleza, desde los griegos, es el del eterno puer, en perpetua florescencia, con una dicha que el tiempo no puede más que marchitar porque está ligada a la primavera y al verano, a la energía y al vigor que en un mundo impermanente imposiblemente no declinan. Así perseguimos el espejismo de la fuente de la juventud y ocultamos nuestra vejez y marginamos a nuestros viejos –poco vale para nosotros la sabiduría de la edad en comparación con la intensidad del placer sensorial y el rubor fogoso de los años mozos. Como escribe el poeta Ramón López Velarde, queremos siempre “ser de nuevo/la frente limpia y bárbara del niño”:
Volver a ser el arrebol, y el húmedo
pétalo, y la llorosa y pulcra infancia
que deja el baño para secarse al sol…

Carlos Monsiváis nos recuerda cómo el ardor del Fausto de Goethe por trascender la guadaña del tiempo a través de la filosofía oculta, hoy en día deviene en la compulsión obsesiva del consumismo y en el abaratamiento de los principios, un “canje del espíritu metafísico por los goces físicos”, habiéndose perdido “lo que [Alfonso Reyes] comprendía de este modo: ‘El éxito o el fracaso cuentan menos que el anhelo de desentrañar los secretos del mundo y darles forma comprensible, a través de la acción del arte, de la poesía, la filosofía, y la ciencia: ¿Qué otra cosa anhelaba Fausto?”‘. Explica Monsiváis en un formidable pasaje de su libro póstumo Las esencias viajeras:
…ya en el siglo XX, al convertirse la juventud en la meta suprema, incluso los propios jóvenes, el pacto fáustico deviene el centro de las obsesiones, de las ilusiones recónditas y públicas, hasta llegar a los finales de esta centuria convertido en búsqueda gozosa y patética de la cirugía plástica, los gimnasios, las dietas estrictas, el maquillaje, las ropas rejuvenecedoras, la liposucción, hasta llegar a la ilusión química de la feromona humana… La metáfora prodigiosa de un libro se convierte en el sueño masivo de consumo y ansiedad por resistir al tiempo.
Tenemos un pacto fáustico rebajado, versión lite, ni siquiera comprendido, en el que las masas se van por la carnada del placer y el materialismo y la literalidad sin comprender y menos buscar la dimensión metafórica, estética y metafísica. El problema de esto es que, como muestra en su sublime frivolidad El retrato de Dorian Gray, tarde o temprano lo que le hacemos al cuerpo alcanza al alma y viceversa. La corrupción es también holística (como los spas).  
Monsiváis recupera una cita de Bartolomé Mitre que encierra el espíritu que guía este ensayo: ”No hay que morir joven. El que sobrevive a sus coetáneos siempre acaba por tener razón”, y aquí el énfasis es en tener razón, no en tener la razón o superar a los demás para vindicar nuestro orgullo… razón que para los griegos era el Logos, lo divino en la mente humana… La vejez como la verdadera oportunidad de encontrar la sabiduría, aquello que se resiste a la veleidad de la moda, los fundamentos sólidos, los frutos precisos y disciplinados de la experiencia y de una vida al servicio de la antigua máxima de conocerse a sí mismo como vía regia para conocer el universo y sus secretos. Revivir quizás el “sueño íntimo de vencer la decrepitud” de Fausto y negarse “a la consigna ‘Los dioses mueren jóvenes’”. La dignidad de la vejez no es sólo la sombra amable y discreta de la juventud, es por su propia cuenta una potencia, misma que ya acaricia, rediviva, prístinos jardines. Los hombres que se vuelven dioses, nos dirían Sócrates y Platón, son aquellos que no se resisten a la muerte sino que la investigan y, habiendo vivido filosóficamente, logran hacer de la tumba la última cuna, el fin de la sufrida rueda. 
La vejez como virtud, el derecho a bien envejecer y la buena vejez como superno logro o al menos una senectud lúcida y socialmente aceptada son –a la luz de su ausencia– un punto débil en nuestra cultura, el talón de Aquiles de nuestra vida futura. Con el culto y la glamourización del cuerpo en su estado idílico perpetuo –siempre conservado, maquillado, acondicionado, la muerte es llevada a la sombra, ascépticamente borrada de la cotidianidad, como si pudiéramos así salvarnos de ella (contradictoriamente, puesto que la muerte es la única posibilidad de salvación que podemos soñar). Las improntas colectivas con las que crecemos en Occidente nos han enseñado a creer que debemos quemar todos nuestros cartuchos la primera mitad de nuestras vidas, ocultar todo signo de vulnerabilidad en nuestro deseo de atraer y ver a la vejez como algo detestable y desechable, cuya única actividad consiste en recordar lo que vivimos en nuestra juventud y en nuestra plenitud y en algunos casos excepcionales servir como consejera de la vida de los jóvenes (que es la que realmente importa). Como si uno no pudiera seguir perfeccionando, mejorando, creciendo y creando nueva belleza hasta el último día. En México por ejemplo, se tiene tan poca consideración por “la tercera edad” que ocupa el último lugar en la OCDE en pensiones y el penúltimo en América Latina, sólo antes de República Dominicana. Esto revela el poco respeto hacia los adultos mayores y la poca conciencia eutanánistica que se tiene, pese a que se celebra el Día de los Muertos –con colorida parafernalia y desvaída devoción– y pese a que se tiene un vigoroso culto a la Santa Muerte, al parecer se olvida el viejo proverbio: “el día de tu muerte es el más importante de tu vida”. Como en la política, en el espíritu, preferimos apostarle al corto plazo, al siguiente goce, a este sexenio y no construir y planear para la carrera larga de los siglos. 
Ciertamente no se trata de preferir un tiempo sobre otro, lo cual seguramente sería el resultado de un estupor perceptual, de un excesivo apego al cuerpo y a sus ilusiones o de una radical negación de la existencia física. En cambio, es posible abrazar la existencia en su totalidad y hacer consciente cómo cada momento y cada edad tienen sus propias particularidades y cualidades y cada una contribuye al entendimiento y a la construcción de la vida y su desenlace en la muerte. Sin una juventud y una madurez sana, disciplinada y creativa, la vejez se vuelve insoportable, tortuosa y prácticamente irredimible; sin una vejez sabia y serena y una buena aproximación a la muerte, la juventud se vuelve absurda, vana nostalgia, efímera irrealidad, un fuego de petate. Ambas se nutren y equilibran, como en una alquimia interna, una conjunción de polos arquetípicos: puer y senex, el encuentro de Cupido y Saturno, las dos puntas de un hilo que tejen un mandala y el posible uróboros de la vida que encuentra su puerto en la muerte. James Hillman escribe sobre el senex:
Saturno retiene los atributos de Kronos; es un dios de la fertilidad. Saturno inventó la agricultura; este dios de la tierra y el campesino, la cosecha y la saturnalia, es regente de la fruta y la semilla. Incluso su castrante guadaña es una herramienta de siembra. Tendría que ser Saturno quien inventara la agricultura: sólo el senex tiene la paciencia que equipara a la de la tierra y puede entender la conservación de la tierra y la conservaduría de aquellos que la trabajan; sólo el senex tiene el tiempo necesario para las estaciones y su repetición crónica; la habilidad de abstraer para amaestrar la geometría del arado, la esencia de las semillas, de hacer las cuentas para rendir ganancias, el abono, la soledad…
No debemos olvidar que hay una cierta potencia y fecundidad en la melancolía y en la memoria saturnal de los viejos industriosos o contemplativos y una amplitud panorámica que sólo el padre (Cronos) atisba en la vicisitudes del tiempo. Una mirada que trasciende las pequeñeces y se concentra sólo en lo que, como su experiencia le ha enseñado, supera la vanidad y la futilidad. Para los chinos respetar a los padres, y a los hombres viejos en general, es respetar y seguir al cielo y a la ley cósmica. Por más que sean irritantes, neuróticos, amargos e intolerantes, se les respeta y escucha porque en ellos se reconoce la insondabilidad de mirar al fondo del abismo del tiempo, la dignidad de haber observado los patrones, conocer las causas ocultas y contemplar las formas que perduran, todo lo cual es insondable para una vida más corta.
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Como contraparte al senex, en la coniunctio interna de la psique, tenemos al puer. Así describe Hillman el arquetipo del puer, el eterno niño: 
Como el hijo de una cabra, el niño baila con un excedente de exuberancia; como un gatito explora todo y de súbito coge miedo; como un puerquito, ¡que rico sabe todo! El mundo es un buen lugar –cuando y sólo cuando, la imaginación con la que el niño desciende está todavía lo suficientemente viva para imbuir las cosas con su visión de belleza.
Hillman agregar también que, como un ángel, el niño llega al mundo seguido por “una nube de gloria”; llamada “por su verdadero nombre la niñez es el reino de la reminiscencia arquetípica”. Pareciera que el niño en su frescura y en su impresionabilidad trae consigo todavía la memoria de otro mundo: todo brilla con un resplandor prístino. Eros es representado como un niño mágico con alas como símbolo de su vínculo activo con el cielo y con la creatividad de las potencias celestes (ángeles, tronos, dominios…).  
La potencia del niño es la de trastocar todo con la luz de su mirada: su imaginación activa que se posa sobre las cosas y las transfigura; la potencia del viejo es la muerte, su capacidad de ver la vida bajo la luz de la muerte y la impermanencia y a todo dotarlo de su justa dimensión temporal. Ambos mantienen en su conciencia vislumbres de una misma frontera al límite de la conciencia: la muerte es un nacimiento y el nacimiento es una muerte. Al nacer, creían los griegos, bebemos del Río del Olvido, pero algunos llegan a beber del Río de la Memoria y conectan, por así decirlo, los hilos de las Moiras. Ambos extremos de la vida son reprimidos. Aunque adoramos al niño, lo tratamos como un dios idiota, una criatura preciosa extremadamente frágil que debemos proteger. Al protegerlo –creyendo que en su tierna tabla rasa toda patología se puede imprimir indeleblemente– lo desposeemos de su fértil originalidad, lo normalizamos, le proyectamos todos nuestros vicios y virtudes. Al criarlo para que encaje dentro de nuestra visión de mundo y de la “realidad” convencional y no sufra por ser él mismo –eso tan especial, raro y poco común que es y por lo que el mundo “real” podría rechazarlo– no reconocemos su propia inteligencia y lo despojamos de su genio particular, de la posibilidad de conservar consigo la memoria de su alma. Como dice el poeta William Wordsworth:
Our birth is but a sleep and a forgetting:
The Soul that rises with us, our life’s Star, 
Hath had elsewhere its setting,
And cometh from afar:
Not in entire forgetfulness,
And not in utter nakedness,
But trailing clouds of glory do we come 
From God, who is our home:
Heaven lies about us in our infancy!
Hillman considera que lo que más reprimimos en nuestra sociedad no es el sexo sino el deseo de belleza sin riendas, como ocurre en el deseo de los niños de vivir enamorados de las cosas, de unirse con ellas sin pena (como Pan), enfrentados siempre con la posibilidad gemela del “terror y la alegría”, con “los extremos en las fronteras de la curva de la normalidad”. Habría que añadir a este esquema de lo más represo también a la muerte y a la senectud como imagen progresiva, lenta e intolerable de la muerte. Reprimimos y expulsamos a la vejez para que no nos recuerde la muerte que seremos. Senex y puer, las dos terminaciones nerviosas de la existencia humana, extremos que nos enfrentan con lo desconocido, que se tocan remotamente en el azul de otro mundo… la posibilidad no reconocida de hacer de la vida una alquimia interna.
 Twitter del autor: @alepholo 

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