28 ene 2016

Una buena filosofía vital

Lejos de esa falsa seguridad de que la vida tiene un propósito, somos el centro del universo y por tanto se tienen que cumplir todas mis aspiraciones, incluso las más estúpidas, este entrevistado desenmascara la realidad y presenta una filosofía vital racionalista, realista y por consiguiente totalmente alejada de esa errónea visión mágica que contamina el pensamiento humano desde sus más arcanos inicios.



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24 ene 2016

El invento de la autonomía moral


La autoconciencia, la autodeterminación y la autonomía se hicieron principios básicos de "la" praxis racional y revolucionaria. La invención de la autonomía es un largo camino intelectual y político en Occidente, un combate iniciado por Lutero, Calvino, el republicanismo escéptico, Suárez, Grocio, Pufendorf. 
El perfeccionismo racionalista, que giraba en torno al hombre moderno como autónomo, siguió madurando con el estoicismo "cristianizado", Descartes, Malebranche, Spinoza, en una línea bien nítida que culmina con Diderot, Lessing, Rousseau en lo político y Kant-Fichte-Hegel en lo teorético. Nietzsche sabía esta conexión intrínseca y primordial cuando afirma en el prólogo a Aurora que a Kant "le picó esa tarántula moral que se llamó Rousseau". El término era aquel con que Kant denominaba, en su Crítica de la razón práctica, la capacidad de la razón humana de darse a sí misma leyes morales sin derivarlas ni de algo inferior (deseos, intereses egoístas, etc.) ni superior (Dios) o exteriores y formales (autoridad, tradición, estado). 
Autonomía es negar toda trascendencia. Si las reglas de la propia acción vienen de alguna manera derivadas de otra cosa que no sea la razón del sujeto, nos encontramos en una situación de heteronomía. Un concepto difícil, pero que significa que se imponen leyes externas o ajenas al sujeto mismo. (...) el ciudadano es soberano, es autónomo, en cuanto él como sujeto es en acto poder legislativo y ejecutivo, y es el súbdito de sus propias y autogeneradas políticas. Análogamente Kant afirmaba que la moralidad (...) debe ser la sumisión incondicional a leyes que nuestra propia razón se ha impuesto. 
En sus propias palabras: "Un hombre dependiente ya no es un hombre, ha perdido toda dignidad, no es más que el accesorio de otro hombre". Es el valiente grito de Sapere aude! (...). La loca y subversiva idea del Sapere aude!, de la autonomía, penetra e invade todas las instituciones educacionales, llega a la universidad que la transmite a través de su Bildungsmaschine bajo la forma de la "Libertad de Cátedra" (...), que para Nietzsche es un escándalo. (...) Nietzsche, de vuelta recurriendo a la autoritaria paideia de Platón, tiene el medicamento preciso para esta enfermedad de la Modernidad: "En otras épocas creían deber implantar y trasplantar a los estudiantes la Dependencia, la Selección, la Sumisión al Orden natural, la Obediencia y un deber rechazar cualquier tipo de presunción de Autoemancipación o Autonomía".

Nicolás González Varela, 2010
Nietzsche contra la democracia


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Canciones sobre Dios

1969. Preguntitas sobre Dios de Atahualpa Yupanqui.

1970. God de John Lennon.


1972. God's song de Randy Newman.


1986. Dear God de XTC.


1991. Innuendo de Queen.


2000. Fiesta pagana de Mago de Oz.


2004. Dios de Pedro Guerra.


2009. Laughing with de Regina Spektor.


2014. Take me to church de Hozier.




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19 ene 2016

¿Importa el tamaño del cerebro?

LA DIFÍCIL CORRELACIÓN ENTRE INTELIGENCIA Y TAMAÑO DEL CEREBRO EN SU MASA TOTAL Y EN SUS REGIONES ESPECÍFICAS.

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La obsesión por el tamaño y por destacar al individuo y a la especie humana de las demás nos ha llevado también a difundir popularmente la idea de que el tamaño del cerebro humano es un indicador de la inteligencia. El neurocientífico Christof Koch hace un recuento de esta idea y de los datos científicos que la soportan o refutan.
Nos dice Koch que un estudio notó que el tamaño promedio del volumen del cerebro en hombres adultos es de 1,274 centímetros cúbicos y el de una mujer es de 1,131 centímetros. Sin embargo, pruebas de inteligencia no muestran una diferencia sustancial entre la inteligencia de los sexos.
Un caso llamativo es el de novelista ruso Ivan Turgenev, un gigante literario con un cerebro de 2,001 gramos; otro gran escritor, el francés Anatole France, pesó sólo 1,017 gramos.
Según Koch, el volumen total del cerebro se correlaciona con un porcentaje de entre 9 y 16% más inteligencia. No existen, sin embargo, datos claros que comprueben si la inteligencia es el resultado de un cerebro más grande o si el cerebro más grande se hace así por la inteligencia o incluso algún otro factor desconocido.
Por otro lado, experimentos que toman en cuenta conexiones particulares de ciertas regiones del cerebro de un individuo, algo así como un “huella digital neural”, según Koch, logran predecir con mayor efectividad la inteligencia fluida, esto es, la capacidad de resolver problemas en situaciones novedosas, encontrar patrones y razonar independientemente.  
La importancia del tamaño del cerebro es también puesta en duda cuando comparamos nuestros cerebro con el de otros animales y algunos homínidos. El caso del Neanderthal llama la atención: pese a tener un cerebro de más de 150 cm cúbicos en promedio que el nuestro, su masa cerebral de poco le sirvió para evitar la extinción.  Una abeja, por ejemplo, puede realizar toda una serie de tareas complicadas para dar a conocer el lugar en el que se encuentra un alimento y logra hacerlo con un cerebro un millón de veces más chico que el de un ser humano. Koch se pregunta “¿Realmente somos 1 millón de veces más inteligentes que las abejas? Ciertamente no, si me fijo en cómo nos gobernamos a nosotros mismos”.  
Ya que normalmente los animales más grandes tienen cerebros más grandes, se tiene una regla que busca señalar a los animales que tienen mayor masa cerebral en proporción a su masa corporal total. En el caso de los seres humanos es del 2%. Si bien esto hace que superemos a los delfines, a las ballenas o a los elefantes, también hace que algunos pájaros e incluso algunos mamíferos como la musaraña nos venzan en este sentido. Otro intento de hacer reinar al hombre en la jerarquía del intelecto, ha sugerido que lo que importa es tener más cantidad de células nerviosas en lugares ligados a las funciones superiores de la inteligencia.  Pero en esto también nos superan, las llamadas “ballenas piloto” (en realidad delfines) que tienen el doble de células en el neocórtex, la región elegida para hacer esta distinción.Koch recuerda que el mismo Darwin había notado que en realidad lo que nos hace únicos es una serie de combinaciones que en su conjunto nos distinguen y no algo en específico. Sin embargo, esta cualidad de ser especiales en su multifactoriedad única tal vez pueda decirse de muchas otras especies. 

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13 ene 2016

Visiòn de un futuro posthumano

Chips subcutáneos, métodos electromagnéticos para potenciar nuestro cerebro, prótesis externas. La incorporación de la tecnología a nuestro cuerpo y mente abre una nueva era



  Retrato de la atleta norteamericana Aimee Mullins. / HOWARD SCHATZ  

La ideología transhumanista –sobre la cual se ha debatido poco en nuestro país- pretende ofrecer a nuestras sociedades contemporáneas un relato futurista que dé una cobertura filosófica, moral e, incluso, espiritual a la dimensión tecnológica del proyecto neoliberal postmoderno en este siglo XXI.
Para esta corriente tecno-optimista, tenemos ante nosotros la responsabilidad de conducir el proceso evolutivo de la humanidad y de transformar radicalmente (mejorar) al ser humano, mediante la interacción e implementación en nuestro cuerpo y mente de tecnologías emergentes más allá de los condicionamientos y límites que nos impone la naturaleza, de la que somos parte inescindible.
Según el movimiento transhumanista, y tal como afirma uno de sus insignes oráculos, el ingeniero de Google Ray Kurzweil, la Singularidad será un acontecimiento que sucederá dentro de unos años con el aumento espectacular del progreso tecnológico, y debido al desarrollo de la inteligencia artificial y a la convergencia de las tecnologías NBIC (Nanotecnología, Biotecnología, Tecnologías de laInformación y de la Comunicación y Neuro-Cognitivas). Esa situación ocasionaría cambios sociales, culturales, políticos y económicos inimaginables, imposibles de comprender o predecir por cualquier humano anterior al citado acontecimiento. En esta fase de la evolución el transhumanismo predice que se producirá la fusión entre tecnología e inteligencia humana, dando lugar a una era en que se impondrá la inteligencia no biológica de los posthumanos. A lo largo de este proceso el transhumanismo quiere difundir una ideología y una cultura favorables al “mejoramiento humano” (del inglés “human enhancement”) a través de la adopción de unas mejoras artificiales en el ser humano (genéticas, orgánicas, tecnológicas) con el objetivo declarado de hacerlo más inteligente, más longevo, más perfecto, más feliz, incluso para que pueda llegar a alcanzar la inmortalidad cibernética y la conquista del universo. No obstante, esta cosmovisión puede comportar riesgos. ¿Estamos preparados para ese cambio radical o bien pensamos que hay que conservar nuestro patrimonio genético y seguir siendo personas humanas, con nuestras limitaciones, pero conservando nuestra libertad y dignidad inalienables?
Constatamos que la aspiración de perfeccionarse es intrínseca a la naturaleza humana, que ha aunado los mecanismos selectivos propios de la evolución con la transmisión del saber científico-técnico (desde el fuego, el hacha y la rueda al ordenador, el cohete y el automóvil) y cultural (como el lenguaje, las artes, la religión). Autores clásicos como Ovidio (Metamorfosis) ya soñaban en “mutaciones” de los seres humanos que hoy constituyen la pretensión de los transhumanistas, que auguran así un “humano mejorado” (o “transhumano”) primero y de un “posthumano” superior después. Como afirmaba Günther Anders, uno de los padres de la tecnoética, el ser humano actual padece de “envidia prometeica”: se descubre inferior a las máquinas que él mismo ha fabricado y aspira a transformarse radicalmente usando la tecnología a su alcance.

Se quiere difundir una 
ideología favorable al 
“mejoramiento humano” 
para hacerlo más 
inteligente, más longevo, 
más perfecto, más feliz, 
pero esta cosmovisión 
puede comportar riesgos
Así, podría definirse el mejoramiento humano como el intento de perfeccionamiento, transitorio o permanente, de las condiciones orgánicas y/o funcionales actuales del ser humano mediante la tecnología. No se trata ya de la loable curación de personas enfermas, sino de potenciar de tal modo a las personas sanas, mediante el impresionante arsenal tecnológico en desarrollo, de modo que se genere un abismo entre humanos mejorados y no mejorados. Tecnologías de uso dual como los chips subcutáneos que nos permiten abrir puertas sin usar llaves pero que también nos geolocalizan, prótesis externas e internas al estilo de Blade Runnerque nos doten de superpoderes, técnicas genéticas como el CRISPR que sirven tanto para acabar con peligrosos parásitos como para modificar nuestro ADN de forma eficiente y permanente, métodos farmacoquímicos o electromagnéticos de aumentar artificialmente –y sin esfuerzo- nuestras funciones cerebrales como la memoria, la agudeza sensorial o la capacidad de cálculo, o intervenciones con células troncales que regeneren nuestros tejidos viejos o dañados, son algunos de los ejemplos de aumento de nuestras capacidades que nos convertirían en transhumanos.
Para adelantar el advenimiento de la Singularidad, el transhumanismo nos propone tres elementos fundamentales: la Superinteligencia, la Superlongevidad y el Superbienestar.

Los transhumanistas 
auguran un 
“humano mejorado” 
(o “transhumano”) 
primero y un 
“posthumano” 
superior después
En relación con la Superinteligencia, esta corriente de pensamiento insiste en que la explosión predictiva de la capacidad de computación alumbrará una inteligencia artificial que, tal vez, llegue a adquirir incluso una consciencia simulada en silicio. Si al final los humanos nos integrásemos –voluntariamente- en las tecnologías convergentes podríamos, según ellos, llegar a estar en contacto directo con esa inteligencia artificial. El resultado sería que nos fusionaríamos efectivamente con ella y sus habilidades se convertirían en las nuestras. Eso impulsaría a la especie humana, en opinión del filósofo transhumanista Nick Bostrom, a un periodo de Superinteligencia
Respecto a la Superlongevidad, Aubrey de Grey, experto en investigación sobre el envejecimiento, sostiene, desde una visión transhumanista, que nuestras prioridades están fundamentalmente sesgadas y que tenemos que empezar a pensar seriamente en prevenir la enorme cantidad de muertes debidas al envejecimiento. Algunos transhumanistas van más allá y financian procesos criónicos, o incluso proyectos de una inmortalidad cibernética, que se nos antojan utópicos.
Finalmente, el filósofo transhumanista David Pearce expone que el Superbienestar tiene como objetivo, en primer lugar, investigar y eliminar el sufrimiento, y en segundo lugar, alcanzar la abundancia y la felicidad para todos, o sea, un nuevo “paraíso terrenal”.

Debemos evitar que las
 personas seamos 
transformadas en un 
sensor o en un producto 
tecnológico que sirva
 únicamente a intereses 
privados de mercado y/o 
de la guerra
Las propuestas del transhumanismo nos interpelan y no podemos ni debemos huir de nuestra responsabilidad, como seres humanos, de dar una respuesta coherente de acuerdo a nuestra naturaleza, libertad y dignidad. Urge evitar que el mejoramiento sea solo para ricos o para una elite perteneciente a una no-ocracia no democrática que domine el mundo, o que se haga sin tener en cuenta los riesgos asociados a las nuevas tecnologías y a nuestra propia ignorancia del ser humano y de la naturaleza. Debemos evitar que las personas seamos transformadas en un sensor o en un producto tecnológico del capitalismo neoliberal –le llamen transhumano o posthumano- que sirva únicamente a intereses privados y a las fuerzas desbocadas del mercado y/o de la guerra. Estos retos no dejan de ser los que han existido a lo largo de toda nuestra historia, pero asumen ahora una dimensión tal que, por primera vez, se plantea una intervención directa en el proceso evolutivo que puede llevar a nuestra desaparición como especie. ¿Qué hace al ser humano tan diferente del resto de seres vivos y, nos atrevemos a decir, tan único, tan singular? No es la ciencia y la técnica, sino la cultura, la educación, las humanidades, como afirma el biólogo Edward Wilson en su reciente libro The Meaning of Human Existence (2015). 
Un ser humano que posee la extraordinaria tarea de cuidar, de forma responsable, el planeta Tierra, y no de contribuir a su destrucción prematura, de proteger al más débil y vulnerable y no de menospreciarlo o eliminarlo, de orientar el innegable progreso científico-técnico hacia el bien de todos y no solo de algunos privilegiados. Sean o no ilusorias las aspiraciones del transhumanismo la sociedad debe tomar conciencia de las mismas, abrir un amplio debate interdisciplinar y ejercer, desde un pensamiento crítico, una auténtica democracia real favorable al interés colectivo y al bien común. Construyamos pues, mediante una ética global que respete la dignidad inalienable de las personas, y bajo los principios civilizatorios de Libertad, Igualdad y Fraternidad recogidos en la Declaración Universal de la ONU (1948), una auténtica Humanidad para el siglo XXI.

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8 ene 2016

La fotografía erótica de Rikki Kasso

LA FOTOGRAFÍA ERÓTICA DE KASSO TIENE QUE SER UNA DE LA MÁS ALTAS MANIFESTACIONES DEL ARTE CONTEMPORÁNEO: FRACTALES DE LA ETERNA FORMA FEMENINA CON LA CARACTERÍSTICA REFINACIÓN JAPONESA, POESÍA DE LO BIZARRO Y SEDUCCIÓN INFECTA.

La simetría de la forma sagrada: la vulva y la vagina, la V, esa pirámide inversa, que es en el espejo microcósmico de la Tierra el vaso del cielo, el caliz; desde el contexto urbano, a veces perverso, porcelana glacial, belleza a veces bizarra, máxima femenidad en la plata del papel o en la pantalla, como solo un fotógrafo japonés, de una refinación inasequible, podría vislumbrar. Rikki Kasso, como un dandi divinizado por la feminidad que lo acompaña, que le abre la puerta y se desnuda en esa ciudad fantástica que es Tokio, con el cielo entre los grandes edificios fálicos y las nubes que forman también otros fractales de la eterna forma femenina, produce sin duda uno de los cuerpos fotográficos más seductores en la actualidad, a la altura de cualquier otro fotógrafo, con la ventaja de dominar el tema que más nos atrae: la belleza de la mujer y la naturaleza entrelazadas por la mística simetría que nos revela que la feminidad es la cifra de nuestro planeta

Rikki Kasso mantiene el blog Tokyo Undressed, de donde hemos obtenido estas fotografías; seleccionarlas ha sido un proceso hipnótico, inabarcable por las miles de fotos que tiene Kasso, todas con la más alta calidad estética y el más puro magnetismo erótico. Autor de varios libros, pinturas y hasta películas, Kasso yuxtapone las imágenes, los cuerpos con paisajes celestes o texturas, creando un efecto similar a la técnica de Eienstein, donde la suma de las imágenes crea una nueva dimensión, donde se funden conceptos y sutilezas y se empalman formas análogas creando la sublime epifanía de que todas las cosas son otra y la misma.
Parte notable del trabajo de Kasso es su capacidad de erotizarse constantemente sin perder en ningún momento su exquisitez, de encontrar un gesto o una breve forma que logran insinuar toda una narrativa erótica, a veces onírica y a veces sádica; de ver la formas primordiales de la vulva y los senos iterarse en la naturaleza, como un fractal ubicuo. Como si fuera el elegido entre  los voyeuristas, tocado por el hada madrina de la magia sexual, que lo gratifica con sus ninfas: muñecas de la piel más suave, del ardor más secreto, en esa habitación prohibida, tan lejos y tan cerca en su angelical lascivia.
*Pasa el cursor sobre la imagen para ver el título de la foto.

Realmente hermoso, una mirada infinita y estetica de la feminidad
Realmente hermoso, una mirada infinita y estetica de la feminidad

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El problema de acumular conocimiento y no practicarlo

SI NO PRACTICAMOS Y VIVIMOS EL CONOCIMIENTO QUE TENEMOS, ENTONCES REALMENTE NO PODEMOS DECIR QUE SABEMOS. Y ESTO ES LO QUE NOS SUCEDE ACTUALMENTE, EN UNA ERA PRÁCTICAMENTE DE IGNORANCIA Y DISOCIACIÓN ENTRE EL CONOCIMIENTO Y LO QUE HACEMOS CON ESE CONOCIMIENTO.

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La diferenciación ente el conocimiento y el ejercicio de ese conocimiento, que constituye la verdadera sabiduría, fue hecha desde un inicio por las diferentes tradiciones. Ya Platón había distinguido entre una vida filosófica integral, como la de Sócrates, y una filosofía discursiva como la de los sofistas, que eran capaces de grandes acrobacias lingüísticas para persuadir a casi cualquiera pero no que no eran capaces de poner en práctica sus argumentos ellos mismos. Aunque la filosofía moderna haya asumido ser un comentario de la filosofía platónica y considere que el espíritu helénico es su ilustre ascendente, podríamos afirmar que son los sofistas los que han triunfado. El conocimiento hoy en día, controlado por la academia (término que hoy parece mal tomado de la escuela de Platón) y las instituciones que la fondean, en gran medida se ha desviado de la concepción original de la filosofía. Presenciamos desde hace siglos una disociación entre el conocimiento intelectual y la vida moral y ascética necesaria para encarnar los principios que se discuten y se defienden como verdades. Pero es una verdad muy endeble la que sólo se sostiene con palabras y no con actos, ni con la transformación de la conciencia y el tangible mejoramiento del individuo, tanto moral como intelectualmente.
Seguramente esta disociación entre el conocimiento meramente intelectual y la aplicación del conocimiento a todos los aspectos de la existencia, especialmente aquellos que tienen que ver con nuestra relación cualitativa con el entorno,  ocurrió paulatinamente con la consolidación del materialismo científico y de la preeminencia de los valores económicos. En la actualidad hemos llegado al punto en el que lo importante es ser inteligente (en un sentido mundano) y no ser bueno; de hecho consideramos que la bondad es sinónimo de ingenuidad (lo es sólo en un mundo rapaz, donde lo importante es obtener mayores beneficios personales). Si creemos que sólo existe esta vida, que avanzamos irremediablemente hacia la nada y que el mundo no tiene un propósito ni una base eterna –sin alma ni karma–, es fácil pensar entonces que lo importante o deseable es simplemente apilar más poder y riquezas, pasarla bien un rato sin temer demasiado las consecuencias. En este sentido, la función del conocimiento se separa de la virtud moral y la transformación espiritual, para revelarse como una herramienta para satisfacer nuestros deseos y conseguir bienes materiales. El materialista podría contestar que existe la continuidad de la materia, de la especie humana, incrustada en la ciega evolución del universo, pero su egoísmo está tan instalado, que poca diferencia hace esto en sus actos y en la práctica le cuesta y no logra empatizar y “sacrificar” su vida para beneficio de las siguientes generaciones, con las cuales no tendrá vínculo tangible, puesto que él, en su totalidad, habrá dejado de existir. Necesitamos creer que estamos unidos profundamente con los demás para poder ejercitar el bien, la compasión, la virtud. 

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Lo que llamamos aquí disociación –pero que podríamos también considerar una incongruencia entre la sofisticación del pensamiento y la entereza del acto–,  hoy en día  ha llegado a un punto crítico, debido a la sobreabundancia de información, misma que no tiene un equivalente de confirmación y consolidación a través de la práctica. De la misma manera que en nuestra época hemos desarrollado el hábito de existir en espacios virtuales que se diferencian de lo que en relación llamamos el mundo real, también hemos desarrollado el hábito del conocimiento virtual a diferencia del conocimiento real. Nuestro conocimiento está basado en la información y cada vez tenemos más información, pero esa información sólo nos brinda un conocimiento virtual y generalmente superficial de las cosas, y no tiene una equivalencia práctica. Cada vez conocemos más cosas, pero no existe una relación proporcional con nuestra capacidad de hacer cosas, esto es desde objetos materiales, como también disciplinas inmateriales que produzcan resultados tangibles en el cuerpo o en la psique. Hemos comprado la idea de que la información es por sí misma un bien y que es equivalente a conocimiento e incluso a conciencia, pero esto es fácil de refutar mirando a nuestro alrededor y a nuestro interior. Para que la información se convierta en conocimiento es necesaria la experiencia, es decir la práctica, que hace que ésta se integre como un todo coherente. 
Algunos analistas de medios han detectado que nuestra era de la información es también la era de la desinformación o de la sobreinformación (el escritor Charles Simic la llama simplemente la era de la ignorancia), en la que el libre acceso se torna una inundación de información que no pasa por los antiguos filtros que, si bien a veces restringían la información con fines de control, también, sobre todo, nos instruían y daban sentido a la información, separando de alguna manera el grano de la paja. La abundancia de la información significa también que cada vez existe más información de poco valor y que el gran torrente de lo nuevo sepulta lo viejo que había perdurado por alguna razón (quizás porque tenía un valor basado en principios menos efímeros). A esto se suma que la gran libertad del hombre moderno –quien tiene el derecho de hacer y consumir lo que le de su regalada gana– también lo ha enfrentado con el vacío de no tener autoridades confiables que lo orienten dentro de este laberinto. Existe una gran diferencia entre tener acceso a información –por ejemplo un tratado de alquimia del siglo 17–Y tener un conocimiento valioso por haber consumido ese contenido. En muchos casos, como en el ejemplo citado, de hecho el contenido no tiene sentido sino es puesto en práctica, para lo que a veces necesario incluso un maestro que siga dentro de la tradición de ese conocimiento. Asimismo, la información que impera en los medios electrónicos refleja el paradigma materialista utilitario en el que se favorecen los contenidos que puedan tener un beneficio inmediato y que no requieran de un esfuerzo significativo de la audiencia. 
Si bien la filosofía occidental advirtió sobre este problema, en la filosofía oriental existe toda una tradición que categóricamente enfatiza que no existe conocimiento verdadero sin práctica y de hecho la práctica es en jerarquía superior a todo conocimiento intelectual. En el budismo, por ejemplo, es totalmente plausible alcanzar la iluminación sin leer ningún libro mientras que se lleve a cabo una práctica virtuosa, en cambio es completamente inaudito alcanzar un estado elevado de conciencia solamente leyendo libros sin que esto vaya acompañado de un accionar. De hecho existen numeroso maestros que recomiendan abandonar totalmente el aspecto intelectual y concentrarse únicamente en la práctica, en el trabajo diario de la mente y el cuerpo (evidentemente en este punto no debemos de ser demasiado extremistas, ya que la mayoría de los maestros budistas o de otra tradición estará a favor de un equilibrio, puesto que cada uno puede ayudar a profundizar en el otro).
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Rueda del Dharma con venados.
El maestro budista de la escuela Nyingma, Thinley Norbu, hace una buena labor recalcando esto. En su texto White Sail, escribe que para no hacer de nuestra vida un completo desperdicio, “toda la actividad humana debe de estar conectada al Dharma”. Dharma es un término interesante ya que refleja de manera muy especial lo que venimos diciendo aquí. Por una parte, Dharma se puede traducir como “ley”,  ”verdad”, o “realidad”, pero también significa el camino o la práctica misma, es decir expresa la identidad entre la verdad y la acción que refleja esa verdad. Coloca en el centro de la filosofía la congruencia entre el pensamiento y la acción, y conecta la estructura metafísica con los actos materiales que son el acabado de esa estructura. Norbu nos exhorta a evitar la tendencia a conocer mucho “pero sólo usar lo que aprendemos para nuestro propio beneficio temporal en esta vida”, puesto que  este conocimiento se convierte en “un obstáculo para romper la primacía del ego, ya que no tiene la intención positiva de alcanzar la iluminación para el beneficio propio y el de los demás… Si estamos más interesados en adquirir conocimieno que en conectar el conocimiento con la práctica, no tendremos beneficios incluso si estamos familiarizados con ideas espirituales”.  A esto último, Chogyam Trungpa, llama “materialismo espiritual”, una idea de acumulación de bienes espirituales que no encuentra su liberación en la práctica y en la que ocurre lo mismo que con el hombre que va guardando su dinero y sus tesoros sin nunca usarlos. 
Además, este mal hábito de acumulación tiene el efecto negativo de que bloquea el ingreso de nuevo conocimiento, debido a que al no practicarlo tampoco lo ponemos a prueba y mantenemos ocupado nuestros sistema de creencias y nuestro espacio de memoria por esta información que tenemos como cierta, pero que a lo mucho es una conjetura. Dice Norbu:
La esencia del aprendizaje es colocarnos en un estado de alerta ante nuestros hábitos para poder cambiarlos. Así podemos entender lo que sea que aprendemos y podemos liberarnos de la contradicción. Estudiar sin el aprendizaje más profundo de la practica puede causar un malentendimiento al desarrollar del hábito de la intelectualización.
El problema del conocimiento meramente intelectual es que se pierde del aspecto fundamental de la experiencia, de aquello que no puede comunicarse solamente con palabras. Leer sobre una experiencia mística o un estado de conciencia elevado nunca podrá hacernos experimentar un estado místico o elevar nuestra conciencia, especialmente si nunca lo hemos experimentado antes. En cambio, la práctica, eventualmente, después de mucho trabajo, puede conducirnos a esa experiencia. Norbu cita un sutra que dice: “Quien conoce el Dharma pero no lo practica es como un capitán de barco que lleva a otros a través del océano pero que él mismo naufraga en el océano”. Kunkhyen Longchen Rabjam, nos dice algo que podríamos adaptar perfectamente al Internet y a la cuasi infinita cantidad de data en la que estamos inmersos:
Ya que el conocimiento es como las incontables estrellas en el cielo,
El estudio de ideas nunca puede agotarse.
Así, en esta vida, es mejor descubrir la naturaleza profunda,
el significado esencial del Dharmakaya.
Tal vez podemos pensar que estamos lejos de tradiciones como el budismo con su clara disciplina hacia el Dharma, o tal vez no estemos inclinados al misticismo. Sin embargo, todas las tradiciones religiosas y filosóficas tienen un importante componente de práctica. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que no hay filosofía sin ética ni estética, es decir sin experiencias que consoliden el saber filosófico. Por ello, en el platonismo encontramos una identidad entre las ideas de verdad, bondad y belleza, los cuales son una especie de Dharma a la occidental. Hacer el bien conduce a lo divino pero también contemplar la belleza nos lleva a lo bueno y nos permite encontrar lo universal en lo individual, acercándonos a un valor más profundo que lo meramente material. En este sentido también el arte puede ser una práctica filosófica –y no sólo la creación artística sino también la contemplación artística, no en tanto a que intelectualiza, sino a que experimenta directamente una esencia o un arquetipo.
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Buda Sakyamuni descendiendo la montaña después de retiro ascético.
No sólo en las filosofías orientales tenemos toda una gama de prácticas ascéticas, también en las diferentes filosofías grecolatinas. Pensemos en Pitágoras y todos los requerimientos que imponía para ser admitido a su escuela (entre ellos pasar hasta 5 años en silencio). Los cínicos, los estoicos, los epicúreos, etcétera, todos tenían una serie de prácticas identificables, ya sea que fueran dietas, oraciones, libaciones, sacrificios, o una serie de actos morales predefinidos. Como nos dice Pierre Hadot, la filosofía antigua es de hecho un “ejercicio espiritual”. 
Los tres grandes monoteísmos no podrían entenderse (y sobre todo vivirse) sin la práctica orientada a incrementar la disposición espiritual del practicante y acercarlo a unirse con su dios. Estas practicas –meditación, oración, ayuno, caridad, etc.,– van mucho más lejos de las costumbres modernas como ir a misa un día a la semana o cosas similares; están integradas a un continuum en la vida diaria y son inseparables de sus actos más comunes.
Hoy en día, los filósofos que son tomados como serios, encumbrados en las torres de marfil de las universidades, no se rebajarían a recomendar una serie de disciplinas ascéticas o condicionar el acceso al conocimiento a una serie de prácticas de refinamiento de la percepción –esto es considerado propio de gurús de autosuperación y personajes intelectualmente inferiores. 
El paradigma reinante de la filosofía como un disciplina mayormente intelectual prioriza la acumulación de conocimiento –él que más ha leído, el mejor informado, el que más argumentos puede barajar es considerado el más inteligente e incluso el más sabio. Esta concepción hace de la inteligencia algo similar a un bien material que debemos de atesorar cuantitativamente y la cual podremos usar como si fuera una divisa. En la visión oriental, pero que también encontramos en la tradición mística de Occidente, lo único que se busca acumular es virtud, todo lo demás es un peso adicional para liberarse de la rueda de ilusiones y la feria de vanidades que es este mundo.  

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La razón por la que la filosofía tradicional y la religión practican no sólo la purificación de las propias cualidades sino también la bondad y la virtud no es sólo por una idealismo intelectual, se basa en la convicción –que a su vez se basa en la experiencia mística– de que la vida personal que experimentos individualmente es sólo una fase transitoria –y por lo tanto ilusoria– hacia la realidad de la vida impersonal del ser universal, en el cual el individuo se abandona para unirse con la totalidad omnipresente. Esto es el Uno (o la Mónada) de Pitágoras, Platón y Plotino; el Tao de Lao-Tse; el Dharmakaya de los budistas; el En-Sof de los cabalistas; el Cristo de los cristianos. Una de las formas principales en las que un individuo deja el estado que lo separa de la unidad absoluta, es perdiendo importancia personal, olvidándose y abandonándose en el otro, dirigiendo sus actos ya no a la afirmación de su ego sino al beneficio de los demás que son la manifestación en el mundo actual de la totalidad a la cual desea unirse. Es por esto que en su más alta comprensión el amor y la compasión son afectos universales, dirigidos a todos los seres y no a un individuo –el cual puede servir únicamente como el umbral hacia los universal.     
Dice el filósofo Manly P. Hall, el gran recuperador de las tradiciones místicas, “si quieres conocer la doctrina, vive la vida” o, en otras palabras, la verdadera sabiduría no puede aprenderse, debe experimentarse, y no sólo experimentarse una vez en un salto de la conciencia sino que debe experimentarse de manera constante aunque discreta, de tal forma que se funda con la existencia misma, que no haya intervalo entre lo que conocemos y lo que hacemos. Esta es la función y el secreto mismo de la sabiduría: convertirse en aquello que uno conoce. 
Twitter del autor: @alepholo

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6 ene 2016

Los niveles de la conciencia

UN BREVE ESBOZO DE UNA CLASIFICACIÓN DE LOS DIFERENTES NIVELES DE CONCIENCIA DESDE LA PERSPECTIVA DE LA FILOSOFÍA DE LA INDIA, PARTIENDO DESDE LA CONCIENCIA QUE EMERGE DE LA PERCEPCIÓN SENSORIAL HASTA AQUELLA DE LA REINTEGRACIÓN CON LA TOTALIDAD DE LA EXISTENCIA

Brahma on swan
Si la conciencia es en realidad lo único existe, como sugiere el brahmanismo, según queda expresado en la siguiente frase de uso extendido: “La conciencia no existe, es la existencia”, entonces podríamos decir que en realidad sólo existe un nivel de conciencia que es la totalidad que integra toda la existencia (y anula todos los estados de diferencia). Sin embargo, desde nuestra perspectiva, como centro aparentemente separado de la totalidad, como individuos, se presenta un intervalo y por lo tanto una multiplicidad de niveles de conciencia. Ciertamente existe una gran cantidad de sistemas místicos y esotéricos para mapear los diferentes niveles fundamentales de la conciencia (mapas que buscan ser también una especie de herramienta de alpinismo sutil), pero si tomamos un esquema tripartita, como ocurre en el misticismo generalmente –cuerpo, alma, espíritu, podemos bien utilizar el esquema que plantea Kenneth Grant, el sucesor de Aleister Crowley en la orden mágica del Ordo Templi Orientis, en su libro Outer Gateways. Sin pensar que esta división es en ninguna manera definitiva (¡si la conciencia es infinita, entonces podríamos también tener infinitos niveles!), consideró que está lo suficientemente armonizada con principios universales, según se encuentran en las diferentes tradiciones para que pueda servir como una herramienta filosófica y posiblemente con utilidad práctica dentro de una meditación.
Los tres vehículos de la Conciencia [Grant utiliza el término Awareness: conciencia, alerta, atención], como aparecen desde el estado despierto, son identificados con cuerpo, mente, y conciencia. Cuando la conciencia se identifica con el cuerpo entonces la conciencia de las “cosas” es experimentada. Pero cuando la postura yace en la Conciencia total, la conciencia ya no se experimenta de manera individual sino cósmicamente, universalmente; no personalizada sino impersonalizada. Es entonces como siempre ha sido y será –el Ser Verdadero.
Eso que generalmente es considerado un vacío, una suspensión, es realmente todo lo que somos, Pura Conciencia, a veces llamada al Ser.
1. Si uno percibe desde los sentidos, los objetos materiales aparecen. Este es el estado de vigilia.
2. Si uno observa desde la mente, objetos sutiles (pensamientos) aparecen. Este es el estado del sueño.
3. Si uno observa desde la Mente Quieta, sólo el sujeto que observa permanece, ESO es la Conciencia. Para el ignorante, este estado es como estar dormido; para el hombre iluminado se revela como la Realidad.
Primero hay que mencionar que la conciencia en la filosofía de la India suele ser algo superior a la mente, más parecido al espacio mismo que abarca el universo en su totalidad. Es también un principio creativo, ya que el mundo puede considerarse más que una máquina, un pensamiento o un sueño –algo que sucede dentro de la Conciencia.  
Grant invierte los términos de lo que comúnmente conocemos como conciencia, pero no es una inversión arbitraria. La pacífica inconciencia es en realidad la unidad de la conciencia universal, nos dice, un poco de la misma forma que el budismo compara el nirvana con el sueño profundo, con el mar sin olas (ni pensamientos), la reabsorción total en Buda y aniquilación del ser individual. El estado de despertar que conocemos e identificados con la conciencia en otro nivel es exactamente similar al sueño –estar despiertos aquí en el tiempo es estar dormidos en la eternidad. Recordemos el fragmento de Heráclito que dice “Muerte es cuanto vemos despiertos”,lo que sugiere que estamos actualmente de alguna manera muertos y vivimos realmente cuando soñamos, en lo que coincide Platón en cierta forma cuando escribe que el cuerpo es la tumba del alma.
Esto se explica mejor con el concepto de pralaya en el hinduismo. La creación y la destrucción del universo son vistas como ciclos eternos que emergen de la Deidad Absoluta, cuyo cuerpo es el universo. Este ritmo tiene su período de manifestación en el periodo de Manvantara, o Día de Brahma y su reintegración o destrucción en el pralaya. Desde nuestra perspectiva pralaya sería la aniquilación total, y sin embargo es también el despertar de Brahma, ya que se dice que el universo es su sueño y para que este se manifieste, como el Ein Sof de la cábala, debe de alguna manera retirarse para dar a luz al espacio. Así el universo, aunque sea ilusoriamente, se mueve del estado de absoluta subjetividad (que es la Conciencia de Brahma) al de objetividad relativa que es la conciencia del ego y de las cosas. Por supuesto, desde nuestra conciencia fragmentada es imposible alcanzar a entender y describir ese estado de reintegración en la Conciencia que sueña el mundo. Los budistas describen el parinirvana como un estado de éxtasis perpetuo, de perfecta paz eterna. H. P. Blavatsky escribe en La doctrina secreta:
Durante el largo descanso llamado Pralaya, cuando toda la existencia se disuelve, la Mente Universal permanece como una posibilidad perenne de acción mental, como el abstracto pensamiento absoluto, del cual la mente es sólo una manifestación relativa y concreta.

Twitter del autor: @alepholo

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