23 ene 2018

¿Cómo usas tu poder?


¿Cómo usas tu poder?, ¿cómo consigues lo que quieres/deseas/necesitas de los demás?, ¿cómo te sientes cuando no lo logras?, ¿cuales son tus estrategias para persuadir a tu gente conocida, ¿y a la desconocida?, ¿te impones siempre, cedes mucho, o sientes que hay un equilibrio entre tus intereses y los de los demás?, ¿ejerces el poder desde la dominación o la sumisión?, ¿quién te domina/explota/oprime y a quienes oprimes y explotas tú?, ¿cómo usas tu poder en tus relaciones de pareja?, ¿cómo te lo trabajas?

 Reflexionando sobre cómo usamos nuestro poder, cómo lo regalamos, cómo lo ocultamos, cómo lo ejercemos sobre los demás, cómo nos posicionamos en la jerarquía del patriarcado y el capitalismo, y cómo podríamos transformar el concepto de poder para transformar el mundo que habitamos.

Nuestra forma de organizarnos es piramidal: arriba unos pocos, abajo las grandes mayorías. Todos ocupamos una posición determinada en una jerarquía en las que tenemos gente arriba y abajo. En la cúspide de la pirámide están los pocos hombres blancos y occidentales que acumulan el 80% de la riqueza en el mundo, y en el escalón más bajo está la anciana lesbiana negra o indígena, pobre y del mundo rural, discapacitada o enferma. Arriba los más privilegiados, abajo los nadie. Abajo del todo, la masa de mujeres pobres que viven por debajo de los hombres más pobres del planeta.

En cualquiera de las posiciones en las que estamos ejercemos nuestro poder para evitar que abusen de nosotros, pero también para abusar de los demás. Cada uno de nosotros tiene sus intereses, sus necesidades, sus apetencias, sus proyectos, su visión de mundo, y casi siempre chocan entre sí. Las relaciones humanas son tan conflictivas porque funcionan bajo la estructura de la dominación y la sumisión: desde ambas posiciones ejercemos nuestro poder, y a menudo esto significa entrar en batalla y que una de las dos personas gane sobre la otra.

Desde que nacemos vivimos inmersos en luchas de poder. Ya desde bebés tenemos que utilizar estrategias para pedir amor, alimento, calor, que nos cambien el pañal, que nos quiten el miedo, que nos presten atención. Algunos humanos adultos desprecian esta capacidad para manipular que tienen los bebés, porque sienten que son pequeños tiranos que tienen que sufrir y pasarlo mal para aprender a sobrevivir. Por eso se insiste tanto en que los niños tienen que ser disciplinados y mutilados para que crezcan y no sean malcriados (niños que reciben "demasiado" amor), que no se rebelen cuando reciben órdenes, que se conformen con lo que hay, que no se acostumbren a los brazos, al amor y a las caricias, que se callen y no hagan ruido, que no lloren, que no den la lata. Por eso los niños que no lloran y no piden cosas son "buenos", y los niños que se comunican y se expresan para conseguir lo que necesitan, se les llama "malos". Un bebé es malo si llora porque su objetivo es joderte. Hay gente a la que ni se les pasa por la cabeza que lo hacen para comunicar que se sienten mal o necesitan algo. Por eso hay mucha gente que no les atiende ni les consuela: "es que le viene bien para ensanchar pulmones", que en realidad quiere decir: "que se joda y se acostumbre que la vida es dura".

También los animales están sometidos a la crueldad de los seres humanos adultos: ellos son los más débiles, los que soportan patadas, malos tratos, hambre y sed, dolor, soledad obligada. Destrozamos su hábitat natural para construir hidroeléctricas o minas, para extraer petróleo, para obtener materia prima de los bosques y las selvas. Los secuestramos, los domesticamos, los exhibimos, los compramos, los vendemos, los regalamos, los explotamos para que trabajen para nosotros, los ponemos a pelear a muerte para divertirnos, los explotamos reproductivamente para ganar dinero con sus bebés, los abandonamos en cualquier sitio cuando nos aburrimos, o los mandamos a dormir cuando molestan mucho, y no nos sentimos culpables porque los animales son "cosas", propiedades con las que puedes hacer lo que quieras porque su vida no vale nada.

A los humanos nos encanta ejercer el poder, tener la razón, resolver los conflictos a favor nuestra siempre, ganar todas las batallas, demostrar quién manda. Nos encanta que nos admiren, nos teman, o nos obedezcan. Nos encanta que nos idolatren, que los demás se relacionen de rodillas con nosotros, que todo gire en torno a nosotros. No nos importa acumular riqueza mientras la mitad del planeta pasa hambre, sólo pensamos en nuestro interés, y no somos capaces de pensar en el bien común. Por eso hacemos la guerra y masacramos poblaciones enteras con bombas, por eso nos hacemos la guerra dentro de las familias y las comunidades, y por eso también nos hacemos la guerra a nosotros mismos.

Estas luchas de poder nos quitan la mayor parte del tiempo y las energías que tenemos. Hacemos la guerra entre madres e hijas, padres e hijas, hermanos, compañeros del cole y del trabajo, y por supuesto, con la pareja. También batallamos contra el vecino que pone la música muy alta un sábado a las 7 de la mañana, contra el policía que quiere multarte, contra el teleoperador de la empresa de telefonía de la cual quieres darte de baja, contra el banco que nos ha cobrado de más, contra el casero que no te arregla una gotera.

Batallas contra tu abuela porque no le da la gana tomarse la pastilla de la tensión, contra tu hija porque no ha hecho los deberes, contra tu madre porque le ha dado chocolate a tu hijo y estaba castigado, contra tu jefa porque llevas un año pidiéndole un aumento de sueldo, contra tu hermana porque insiste en meter a la abuela a una residencia, contra tu compañero de trabajo que te tiene envidia y está siempre criticándote, contra tu marido porque se pasa toda la tarde en el gimnasio, contra tu ex porque quiere llevarse a la niña en Nochebuena, contra tu suegra porque les pone la televisión a los niños miles de horas.

En algunos casos ganan las mujeres  las luchas de poder, en otros casos ganan los demás. Unos utilizan el juego sucio, otros batallan con las mínimas dosis de ética, empatía, generosidad y solidaridad que se requiere para que una relación funcione. No nos es fácil conseguirlo porque desde la infancia nos enseñan a relacionarnos en la competición constante entre nosotros para ver quién saca mejores notas, quién es más listo, quién corre más, quién mete más goles, quién es más guapo/a, quién es más valiente, quién es más sexy, quién es más poderoso. Es fácil verlo en los colegios: las posiciones más altas de cualquier grupo siempre están ocupadas por dos o tres personas, da igual que tengan 9 años: a esas edades ya tienen muy claras las jerarquías.

Lo mismo sucede cuando estamos en pareja. Desde el momento en que definimos el modelo de relación que queremos tener y pactamos normas de convivencia, ya estamos interaccionando, construyendo un vínculo, negociando para que ambos miembros estén contentos con los pactos alcanzados. Todo va bien cuando ambos coincidimos en el tipo de relación que queremos (pareja de amor total y oficial, amigos con derecho a roce, amantes clandestinos, etc), pero si uno quiere una cosa y la otra persona quiere otra, empiezan los problemas.

A los humanos enamorados nos cuesta pensar con claridad, no sólo porque estamos con la borrachera del enamoramiento que nos coloca a todos en las nubes, sino porque hemos interiorizado muchos de los mitos que nos hacen creer que el amor es perfecto, eterno, y maravilloso. A veces nos pasa que preferimos creer que en algún momento el milagro del amor romántico nos pondrá a los dos en el mismo nivel, nos amaremos con la misma intensidad y al mismo ritmo, nos acoplaremos a la perfección, tendremos los mismos intereses y necesidades, trabajaremos en equipo para ser felices.

Lo más práctico sería ser realista y ponerse a pensar: si la otra persona no se enamora de tí, si no quiere el mismo tipo de relación, si te pone barreras porque no sabe disfrutar del amor, si le da pereza, si es un mutilado emocional, si no le apetece comprometerse, si no siente la borrachera del enamoramiento...lo mejor es dejarlo. Pero lo que hacemos es quedarnos y empeñarnos en que funcione la cosa y llegue a donde nosotras/os queremos que llegue.Y ahí ejercemos nuestro poder sobre el otro, cuando exigimos o mendigamos amor.

Las mujeres hemos sido educadas para someter al amado con nuestras artes de seducción y con victimismo. Los hombres han sido educados para someter a la amada utilizando sus encantos y su poder patriarcal, su capacidad para dominar e imponerse, su fuerza física y su violencia.

Así las cosas es bien complicado relacionarse desde el compañerismo: todas nuestras relaciones están basadas en la estructura hegeliana del amo y el esclavo. Unos mandan, otros obedecen. Pero siempre estamos en movimiento y haciendo las dos cosas: mandamos y obedecemos, damos y recibimos,  vamos alternando según el contexto en el que batallamos.

En las relaciones igualitarias también hay luchas de poder. Hay gente que las saca a la luz, que habla de ellas, que bromea con ellas, que se las trabaja. Pero la mayor parte de la gente no logra hablar de sus batallas y reflexionar sobre ellas. Simplemente se enfocan en lograr lo que necesitan utilizando los medios que hagan falta para lograr los fines.

Y en esto se basa un poco la dinámica de nuestra sociedad: en andar batallando unos contra otros en lugar de cooperar y colaborar para que a todos nos vaya bien. Mientras sigamos dentro de las estructuras de la jerarquía patriarcal y capitalista, seguiremos unos arriba y otros abajo, alternando posiciones según el momento del día: en el lapso de 24 horas podemos ser empleados sometidos, y reyes de nuestro hogar, podemos ocupar posiciones directivas en un sindicato, y podemos estar sometidos al poder de un padre tiránico. Así es el poder, nos contaba Foucault: un mecanismo de ida y vuelta en el que nos movemos y cambiamos de posición constantemente.

Otras formas de ejercer el poder son posibles. Es cierto que unos usan su poder de forma autoritaria, absolutista, y fascista, pero también es verdad que muchos otros usan su poder para la lucha por un mundo mejor. Unos usan su poder para acumular más poder, más recursos, más mujeres, más dinero. Otros usan su poder para ayudar a los demás. No todas las estrategias valen: no las que se utilizan para engañar, coaccionar, manipular a los demás. No las que hacen daño, ni las que se hacen con afán vengativo o destructivo. Vivimos en un mundo violento porque la mayor parte de nosotros sólo sabe ejercer su poder utilizando la violencia física, emocional, sexual, psicológica, económica.

Nos cuesta mucho verlo porque todos nos creemos que somos buenas personas, que llevamos la razón, que nos merecemos lo que obtenemos en nuestras luchas de poder. Y no solemos pararnos a pensar si realmente estamos siendo buenas personas, o si estamos haciendo daño a los demás. Y esta es la clave para pensar la ética del poder: ¿cómo podríamos ejercer el poder sin violencia?


¿Cuales son tus estrategias? 

Algunas de las estrategias que utilizamos para conseguir de los demás lo que necesitamos/deseamos/queremos son:

- Coacción: obligar a la otra persona o chantajearla. Por ejemplo, presionar e intimidar a alguien para que deje de hablar con su ex, para que te preste dinero, para que te conceda una cita, para quedarte con más dinero de la herencia, para que recoja su habitación, para que tenga sexo contigo, para que se enemiste con su familia, para que te diga en todo momento donde está y qué está haciendo.

- Manipulación perversa: engañar, mentir, machacar la autoestima, confundir a la otra persona para que cambie de opinión, para que haga lo que quieres, para controlarla, para someterla, para manejarla según te convenga. Por ejemplo: amigas que quieren enemistarte con otra amiga y utilizan mentiras para hacerte creer que ella no te quiere y habla mal de ti. Contar una historia con partes inventadas para que los demás se compadezcan de ti y culpabilicen a la otra persona.

- Victimismo: chantajear emocionalmente, amenazar, arrojar toneladas de reproches y acusaciones, montar tragedias y dramas para hacer sentir culpable, o hacer sentir mala persona a la que no hace lo que tú quiere o no te da lo que tú necesitas. Es un arte de dominación que se ejerce desde la sumisión: el victimista quiere dar pena y se exime de toda responsabilidad sobre sus actos y sus sentimientos para que tú te sientas responsable de su bienestar, de su salud, y de su felicidad. En los casos más extremos los victimistas se auto-lesionan y amenazan repetidas veces con "suicidarse". Son violentos y egoístas, pero con sus llantos y sus dramas se colocan en la posición del ser débil que necesita protección, mimos, cuidados, recursos, y lo que haga falta. Lloran, reprochan, patalean, hacen berrinche para que tú no les lleves la contraria, para que les quieras como ellos quieren, para que estés siempre atenta a sus necesidades y apetencias.

- Inacción: no hacer nada para ganar una batalla en la que se te pide que hagas algo, que cambies algo, que des algo. Por ejemplo: que te pidan un favor y tú digas que sí sabiendo que no vas a hacerlo. O hacer esperar a alguien a ver si se harta o se le olvida, o renuncia a sus propósitos. O no contestar cuando se dirigen a ti haciendo como que no te das por aludido.

- Seducción: utilizar tus encantos para despertar su deseo. Pedir las cosas con una sonrisa, con amabilidad, con buenas vibras, con alegría. Hacer reír a la otra persona, hacerle sentir especial. Por ejemplo: que se enamore de ti, que te de su juguete que tanto gusta, que te haga mimos, que te de de comer, que te hagan regalos, que te dejen salir de fiesta con tus amigas en la adolescencia, que te suban el sueldo, que te concedan una cita, que te den una beca para poder estudiar, que te den ese puesto de trabajo, que te firmen ese papel, que te perdonen una infracción.

- Negociación: utilizar la asertividad para comunicar lo que queremos o lo que necesitamos. Hablamos desde nosotras mismas, de cómo nos sentimos, de cómo vemos la situación, sin utilizar el juego sucio: ni chantajes, ni mentiras, ni amenazas, ni tratar de meter miedo, ni tratar de dominar al otro con estrategias ocultas. Se trata de parar la batalla para sentarse a hablar evitando el victimismo, las coacciones, la violencia, o la manipulación. Es una conversación que se realiza en horizontal, de tú a tú, con el corazón abierto, y en estado de escucha activa y afectiva. Cuando logramos hablar así, escuchando amorosamente, hablando con sinceridad y cuidando a la otra persona sin dejar de cuidarnos a nosotras mismas, entonces es posible pactar, ceder en algunas cosas, que la otra persona ceda en otras, que nadie salga perjudicado, y que ambas personas se queden lo más contentas posibles con los acuerdos alcanzados.


¿Cómo trabajar mi poder?

Yo me trabajo mi poder desde hace años, cuando empecé a leer sobre feminismo. He utilizado todas las estrategias explicadas anteriormente, y por eso me trabajo la asertividad, la empatía, la solidaridad con la gente con la que batallo, tanto con las personas que quiero como con las desconocidas. Mi objetivo es aprender a comunicarme mejor, a decir lo que siento, a ejercer mi poder desde una posición amorosa. Quiero llevar la teoría feminista a la práctica, a mi día a día, y así poder aprender a relacionarme en igualdad, desde el respeto y la empatía. Quiero transformar la manera en la que construyo y vivo mis relaciones con los demás, y aportar en la transformación política, económica, social, sexual y emocional del mundo en el que vivimos.

Lo personal es político y lo romántico es político: hay que trabajarse mucho el poder, individual y colectivamente. Si queremos acabar con las jerarquías que nos sitúan a unos encima de otros y que generan tanta desigualdad, discriminación, explotación, y violencia, tenemos que cambiar el concepto de poder, y utilizarlo para el bien común. Para acabar con el odio hacia el otro, para dejar de construir enemigos, para parar las guerras tenemos que repensar la forma en la que nos relacionamos sexual, afectiva, sentimentalmente. Transformar el modo de organizarnos política, social y económicamente, para que unos pocos no se queden con todo. Pensar entre todos qué tipo de familias y comunidades afectivas queremos, qué tipo de parejas queremos construir, cómo podríamos vivir mejor todos, cómo podríamos distribuir los recursos equitativamente.

Yo me lo trabajo con esta sencilla pregunta: ¿cómo podría yo hacer para que mi poder no perjudique, no someta, no abuse, no apague la luz de las personas con las que me relaciono?

Lo primero es analizarse a uno mismo para entender cuales son los privilegios que tenemos, cómo los usamos, cómo nos aplastan los privilegios de los que están arriba, cómo aplastamos nosotras a los que están abajo. Es un trabajo que requiere mucha honestidad, y mucha autocrítica amorosa. Se trata de ver cómo dominamos y cómo nos sometemos, cómo luchamos por conseguir nuestros objetivos y nuestras metas, y ver si estoy haciendo daño a los demás, o si me estoy haciendo daño a mí misma.

Se trata de ser honesto: ¿me estoy resignando, me estoy imponiendo, me estoy sintiendo humillado, me siento poderoso, me estoy dejando explotar, me estoy dejando tratar mal, estoy yo tratando mal a la otra persona?

Y sobre todo, pensar constantemente en qué ocurre cuando ganamos una lucha de poder, cómo afecta a los demás que yo consiga lo que necesito o lo que quiero. Si podría yo contribuir a que nos vaya bien a todos, no sólo a mí.


Otras cuantas preguntas para trabajarnos el tema del poder y el amor:

¿Cómo puedo trabajarme el Ego para dejar de necesitar la admiración de los demás, para abandonar esa obsesión por ser importante, por ser especial, por ser necesaria?, ¿cómo puedo valorarme a mi mismo sin necesitar constantemente el reconocimiento de los demás?, ¿por qué creo que me da valor tener pareja?, ¿por qué mi Ego y mi autoestima se hunden si no tengo pareja?

¿Cómo construir relaciones más bonitas, más sanas, más equilibradas, más honestas?. ¿Cómo amar y querer de forma desinteresada, con toda la generosidad del mundo?, ¿cómo cuidar a la otra persona y cuidarme yo durante las luchas de poder?, ¿cómo elimino la necesidad de control y dominio sobre la persona que amo?, ¿desde qué posición pacto los términos de mis relaciones sexoafectivas, me pongo sumisa o dominante, me pongo victimista o agresiva?, ¿cómo negocio esos pactos sin que nadie tenga que ceder en todo?, ¿cómo alcanzar autonomía para relacionarme desde la libertad, y no desde la necesidad?

¿Soy honesto/a con mi pareja?, ¿y conmigo misma?, ¿cómo me relaciono con la culpabilidad: la que se crea en mi y la que creo en los demás? ¿Soy capaz de aceptar al otro tal y como es, o mi secreto deseo es cambiarlo para que sea como quiero?, ¿cuáles son mis límites y los de la otra persona?, ¿son compatibles nuestras particulares apetencias y gustos sobre el sexo y el amor?,

¿Cómo relacionarme en un plano horizontal con mis parejas?, ¿cómo amar y defender mi poder?, ¿cómo me relaciono con el poder del otro o la otra?, ¿cómo hago para seguir siendo yo aunque me enamore locamente?, ¿cómo hago para no ponerme en un altar o no ponerme de rodillas a la hora de relacionarme con mi pareja?, ¿cómo hago para no machacar la autoestima de la otra persona?, ¿cómo amo y defiendo mi libertad, y la de mi pareja?,

¿Qué pasa si dejo de ganar siempre en todos los sitios y con todo el mundo?, ¿qué ocurre si me harto de someterme a los demás para que me usen como alfombra?,

¿Cómo me siento cuando no me aman como quiero/como sueño/como necesito?, ¿cómo me siento cuando la otra persona me ama ciega e incondicionalmente, y yo no siento lo mismo?, ¿me siento responsable del bienestar y la felicidad de tu pareja?, ¿hago responsable al otro de mi bienestar y mi felicidad, o soy yo la que asumo mi cuido personal?,

La pregunta más importante para mí es la que se centra en el placer, en el disfrute, en la alegría de vivir: ¿cómo utilizar mi poder para que me haga la vida más bonita a mí y a la gente a mi alrededor?


Coral Herrera Gómez


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