¿Qué pasa cuando fotografías centenares de personas y mezclas sus fotos? ¿Sale un borrón sin forma? Pues no, utilizando técnicas de composición facial por ordenador se obtiene el rostro característico del lugar, una especie de “media” entre todas las caras. Veamos por ejemplo el aspecto medio de la mujer y el hombre español.
De igual forma si alguna vez te has preguntado ¿cómo es la cara de las personas en las diferentes parte del mundo? o ¿cuál es el aspecto medio de las facciones en cada continente? a continuación puede observarse la mejor respuesta gráfica posible: se trata de un trabajo en el que podemos ver la gran diversidad de caras que existen en el mundo y observar el aspecto medio de la cara de mujeres y hombres en todo el planeta.
EUROPA
AMÉRICA
ASIA
Quizás viendo los resultados habrá quien se pregunte si para realizar este proceso no ha existido un sesgo a la hora de elegir a los candidatos de forma que se optase por seleccionar a personas con mejores rasgos faciales o por encima de la media. En realidad no es ese el caso, y explicaremos el motivo con un curioso ejemplo...
A mediados del siglo XIX el científico Francis Galton quería descubrir qué rasgos faciales eran característicos en los criminales, así que proyectó los retratos de varios de ellos sobre una placa fotográfica y comprobó sorprendido que el rostro resultante resultaba más atractivo que el de cada uno de ellos. Muchos años después investigadores como Judith Langois, de la Universidad de Texas, o Martín Gründl, de la Universidad de Regensburg, gracias al programa de retoque fotográfico Morphing han obtenido un resultado similar: cuantos más rostros se superponen, más atractivo es el resultado. La conclusión es que los feos lo son cada uno a su deforme manera pero los guapos se parecen todos entre sí.
Esto se debe a que las imperfecciones particulares de cada rostro quedan superpuestas, lo que produce una piel más lisa (y por tanto más sana y deseable) y unos rasgos faciales más sujetos al promedio y más simétricos. La simetría corporal es un rasgo deseable en una pareja no sólo entre los humanos, sino en buena parte del reino animal, porque es un signo de un crecimiento equilibrado y sano del organismo, no afectado por enfermedades, desnutrición o depredadores.
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