Michael Graziano es profesor de Psicología y Neurociencia en la Universidad de Princeton y ha estudiado cosas tan variadas como la conciencia o la forma en que codificamos el espacio alrededor de nuestra persona. En esta entrada voy a resumir un artículo suyo muy interesante en la revista Aeon en el que plantea un origen común para la risa, la sonrisa y el llanto basándose precisamente en sus estudios sobre la zona de seguridad que todos los animales tenemos alrededor de nuestro cuerpo. Es una hipótesis atrevida pero original y como parte del tema de cómo monitorizamos nuestro espacio personal vamos a empezar por ahí.
Graziano ha estudiado en el laboratorio cómo monitoriza el cerebro la zona de seguridad alrededor de nuestro cuerpo y cómo controla acciones como encogerse, agacharse o cerrar los ojos para protegernos de un impacto. Su equipo estudiaba la actividad de determinadas neuronas de ciertas zonas cerebrales y observaron que una neurona típica se activaba cuando un objeto se dirigía, por ejemplo, a la mejilla izquierda. La misma neurona respondía a un roce en la mejilla izquierda o a un sonido realizado cerca de ella. Cuando hacían estudios en la oscuridad, esa misma neurona se activaba enormemente si la cabeza se dirigía hacia la localización recordada de un objeto. Es decir, la neurona estaba avisando al resto del cerebro de que iba a ocurrir una colisión en lugar determinado del cuerpo.
Otras neuronas registran la actividad de otras zonas del cuerpo de manera que sería como si toda la piel estuviera cubierta de burbujas invisibles, cada una monitorizada por una neurona. Algunas de las burbujas son pequeñas y alcanzan sólo unos centímetros pero otras son más largas y alcanzan metros. De forma colectiva, todas ellas crean una zona de seguridad virtual, como una especie de burbuja grande alrededor de nuestro cuerpo.
Pero estas neuronas hacen más que monitorizar: alimentan una serie de reflejos. Cuando se activan dirigen el movimiento del cuerpo para alejarlo de los objetos cercanos. Si estimulaban estas neuronas eléctricamente el resultado era un completo movimiento defensivo. Si estimulaban un conjunto de neuronas que controlan la mejilla izquierda un montón de cosas ocurrían inmediatamente. Los ojos se cerraban. La piel alrededor del ojo izquierdo se frunce. El labio superior se eleva causando arrugas para proteger los ojos desde abajo. La cabeza se agacha y encoge girándose hacia la derecha. El torso se encoge y la mano izquierda se eleva como para bloquear la amenaza. Toda esta secuencia es rápida, refleja y automática. Se trata de un mecanismo básico sin el que no podríamos matar un insecto que tuviéramos en la piel, agacharnos para evitar un impacto o pasar por una puerta sin pegarnos en el hombro.
Pero había una cosa que les llamaba mucho la atención a los investigadores y es que estos mecanismos defensivos se parecían mucho al conjunto de señales sociales humanas. Cuando le soplas aire en un ojo a un mono su expresión se parece mucho, por ejemplo, a la de una sonrisa humana. ¿Por qué la risa tiene componentes de una reacción defensiva?
Ahora vamos a hablar de ello, pero hay que decir que el equipo de Graziani no fue el primero en establecer una relación entre movimientos defensivos y conducta social. Un pionero en este campo fue Heini Hediger , director del zoo de Zurich en los años 50 del siglo pasado, que estaba fascinado por la forma en que los animales gestionaban el espacio a su alrededor. Una cebra, por ejemplo, no corre siempre que ve un león sino que parece proyectar un perímetro invisible a su alrededor. Si el león está fuera de ese perímetro no se preocupa en absoluto de él. Pero si el león se mete en ese perímetro entonces, como que no quiere la cosa, la cebra se moverá para restablecer la distancia, y si el león se acerca mucho entonces sí que correrá. Y también mantienen una distancia respecto a otras cebras dependiendo de las circunstancias.
También en los años 60 el psicólogo Edward Hall adaptó esta idea a la conducta humana. Hall señaló que cada persona tiene una zona de seguridad de unos dos o tres pies de ancho que es más abultada en la cabeza y más estrecha en los pies. Esta zona no es fija sino que aumenta si estás nervioso y disminuye si estás relajado. Tampoco es igual en todas las culturas, siendo más pequeña en Japón y más grande en Australia, de manera que si juntas a un japonés con un australiano empezarán un baile en el que el japonés se acerca al australiano y este se separa y vuelta a empezar. De esta manera, la zona de seguridad provee un espacio invisible donde se enmarcan las interacciones sociales.
Bien, hasta aquí lo fácil, vamos a complicar ahora las cosas. ¿Qué tiene que ver la sonrisa, por ejemplo, con los perímetros de defensa? ¿Por qué enseñar los dientes como señal de amistad? ¿Por qué hacerlo como señal de sumisión? ¿No comunican los dientes agresión? Los etólogos están de acuerdo en que equivalentes a la sonrisa son apreciables en primates. Tienen un gesto llamado “enseñar en silencio los dientes desnudos” con el que comunican la no-agresión. Algunos plantean que evolucionó del gesto contrario, una preparación para el ataque. Pero Graziano piensa que centrándose en los dientes se pierden el conjunto ya que la sonrisa implica todo el cuerpo. Vamos a ver la versión de Graziani de cómo apareció la sonrisa.
Imaginemos dos monos, A y B. El mono B se acerca al espacio personal del mono A. ¿Qué ocurre? Las neuronas que controlan las burbujas de su cuerpo se activan y disparan una clásica reacción defensiva. El mono A parpadea, protegiendo sus ojos, su labio se eleva, esto expone sus dientes, pero sólo como un efecto secundario, para proteger los ojos. Las orejas se pliegan hacia atrás, para protegerse. La cabeza se esconde entre los hombros, para proteger el cuello y la yugular. El torso se curva para proteger el abdomen. Dependiendo de la dirección de la amenaza, los brazos pueden cruzarse protegiendo el torso o la cara. En conjunto, una reacción defensiva que protege las partes vulnerables del organismo.
El mono B puede aprender un montón observando la reacción del mono A: si éste le tiene miedo, si le considera superior, etc. Así el mono B aprende dónde se encuentra socialmente respecto al mono A. Esto pone en marcha un escenario para que la señal social evolucione, la selección natural favorecería a los monos que sepan leer el lenguaje corporal de sus congéneres y ajusten su conducta en consecuencia. Pero si el mono B obtiene información de los movimientos del mono A la evolución favorecerá que el mono A aprenda a manipular sus movimientos corporales y su conducta para influenciar al mono B. Es decir, la evolución favorecería a los monos que sepan “interpretar” una reacción defensiva y convenzan a los demás de que nos son peligrosos, por ejemplo. Así que ya tenemos el origen de la sonrisa: una imitación breve de una respuesta defensiva.
Vamos ahora con la risa, que es muy variada. Reímos por muchas cosas: un chiste inteligente, una historia sorprendente, cuando alguien pisa una piel de plátano y se cae…y cuando nos hacen cosquillas. Según el etólogo Jan van Hoof, los primates tienen algo muy parecido a la risa, abren la boca y hacen unas exhalaciones, sobre todo cuando juegan. La psicóloga Marina Ross ha comparado los ruidos que hacen diferentes especies y ha llegado a la conclusión de que el sonido más parecido a la risa humana es la risa de los bonobos cuando juegan a pelear o se hacen cosquillas. Todo ello sugiere que la risa humana nació del juego y las cosquillas. Pero la gente que ha estudiado la risa se ha centrado, de nuevo, en el sonido y no se han dado cuenta de que la risa implica todo el cuerpo. Veamos la versión de Graziano(otra just-so historia).
Imaginemos dos simios jóvenes que juegan a pelearse. Ya sabemos que el juego es muy importante porque se entrenan habilidades necesarias para la edad adulta. Implica también un riesgo de heridas por lo que tiene que estar finamente regulado. Imaginemos que el simio B vence por un momento al simio A. Vencer quiere decir que penetra sus defensas y hace contacto en una parte vulnerable del cuerpo, pongamos la tripa o la mandíbula. ¿Qué ocurre? Pues una vez más se dispara la reacción defensiva: parpadeo, elevación del labio, agachar la cabeza y hasta emite llamadas de ayuda. La intensidad de la reacción depende de lo lejos que haya llegado el ataque. Igual que comentábamos para el caso de la sonrisa, es importante que el simio B sepa leer los movimientos del simio A y aprender así lo que es un buen movimiento para una lucha futura, así como saber cuándo tiene que parar el juego para no hacer daño. Podemos pensar en ello como en una señal de touché. Por lo tanto, la evolución favorecería a simios que se sintieron recompensados al conseguir una señal de touché de su oponente. Pero, al igual que comentábamos en el caso de la sonrisa, la evolución favorecería también a los simios que supieran producir una señal de touché cuando necesitaran regular el juego de pelear.
Según esta hipótesis, se produce una dinámica compleja entre el emisor y el receptor de la señal (se le suele llamar una carrera de armamentos) y se acaba convirtiendo en una señal social humana elaborada. Si esta “teoría del touché” es cierta, entonces la risa funciona como una señal de recompensa social. Cada uno de nosotros controla esa recompensa que es una especie de “Lo has hecho muy bien” que les damos a los demás modelando así su conducta. Y, de hecho, usamos la risa de esa manera. Reímos los chistes y la inteligencia como una señal de apoyo y admiración. Cuando reímos un chiste, ¿no es en esencia una señal de touché? “Me pillaste”, quiere decir. Has ganado un punto en esta lucha mental. Me has engañado llevándome por un lado y luego me has dado un golpe desde una dirección inesperada.
Si has leído hasta aquí y te parecen plausibles las dos historias anteriores, la que te voy a contar ahora acerca del llanto y las lágrimas creo que se te va a hacer más cuesta arriba. Volvemos a repetir lo mismo, los intentos anteriores de entender el llanto se han centrado en lo más visible, las lágrimas, pero ya habrás adivinado que Graziano nos va a decir que hay que mirar todo el cuerpo: los labios, los párpados, esconder la cabeza protegiendo el cuello, el encogimiento de hombros, curvar el torso, etc., una típica reacción defensiva. Pero en el caso del llanto tiene un uso my específico: pedir ayuda. Llora y tu amigo intentará consolarte así que tenemos que estudiar cuándo se consuelan los primates.
Los primatólogos, ya desde Jane Goodall en los años 60 del siglo pasado, han observado que los chimpancés se reconcilian después de las peleas. Un chimpancé pega a otro y luego le consuela y le toca (o le ofrece sexo si es un bonobo). La ventaja adaptativa de ello es obvia ya que ayuda a mantener las relaciones y obtener los beneficios de la vida social. De acuerdo, pero, ¿de dónde vienen las lágrimas? La respuesta de Graziano es que nuestros ancestros tenían la costumbre de pegarse en la cara y esos golpes, especialmente en la nariz, producen lágrimas. Recientemente se han publicado artículos que apoyan esta idea. David Carrier y Michael Morgan, de la Universidad de Utah, dicen que los huesos de la cara tienen una forma evolucionada para soportar traumas faciales y han propuesto también que los Australopitecos ya eran capaces de cerrar la mano formando un puño, y de usarla para atacar. Así que la razón de que ahora lloremos tiene que ver con la forma en que nuestros ancestros (y los humanos modernos) arreglaban sus diferencias.
Como en los casos anteriores, la evolución habría favorecido a los animales que reaccionaran ayudando y consolando cuando observaran al otro llorar. Pero luego habría aparecido una segunda presión selectiva para manipular la situación y fingir una herida - exagerándola incluso- cuando necesitaran ayuda o consuelo. De manera que la señal (llorar) y la respuesta (una reacción emocional de ayuda y consuelo) evolucionaron en tándem.
Bueno, no sé si te ha convencido esta original hipótesis acerca de la etimología evolucionista de la risa, la sonrisa y el llanto. Desde unos movimientos defensivos se llega a unas señales sociales complejas y la razón es que esos movimientos ofrecen información acerca del estado interno de la persona. Son muy visibles y no se pueden evitar y la evolución favorece a los que pueden leerlos. Pero también favorece a los que pueden fingirlos y manipularlos por lo que tal vez esto explique una cierta ambigüedad en la vida emocional humana: nos movemos siempre entre la autenticidad y la imitación, flotando en una área gris entre la explosión incontrolada y la simulación.
@pitiklinov
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