20 oct 2013

¿Qué desean las mujeres?

¿Qué desean las mujeres? Sigmund Freud es famoso por hacer esta pregunta, pero no tenía una respuesta. Incluso hoy, la cuestión de qué motiva el deseo sexual de las mujeres sigue resonando. Se ha probado que las respuestas definitivas son esquivas.
Entendemos bastante bien lo que quieren los hombres. En general, su deseo sexual es ordenado, consistente, y estrechamente dirigido. Un hombre heterosexual es heterosexual. Si le muestras sexo heterosexual, su fisiología sexual y su deseo van a la vez. El sexo homosexual le dejará frío tanto física como emocionalmente. En los hombres hay un excelente ajuste entre la excitación fisiológica (medida por la tumescencia del pene) y el nivel de deseo. El éxito de la viagra demuestra la simplicidad del mecanismo masculino. La viagra no se dirige al deseo, pero funciona incrementando el flujo sanguíneo genital y permitiendo la erección. Aparentemente, esto es todo lo que se necesita. Si se alza el pene, el deseo espera.

La historia de las mujeres es muy diferente. Al cuerpo femenino, según muestran estudios, le gusta todo, o al menos responde a todo (o bien no sabe lo que le gusta, como diría un cínico). La excitación fisiológica femenina (medida por la lubricación vaginal) tiene lugar en respuesta a ver casi todo tipo de actividad sexual: hombres con mujeres, mujeres con mujeres, hombres con hombres. Incluso ver sexo entre bonobos estimula la excitación en las mujeres.
Los investigadores canadienses Kelly Suschinsky y Martin Lalumiere han propuesto que este patrón de excitación inclusivo es una adaptación evolutiva. De acuerdo con su teoría, la vagina se humedece ante casi cualquier pista de actividad sexual próxima con el fin de proteger a la mujer de daños en caso de violación o violencia sexual. Esta excitación no necesariamente está relacionada con los deseos sexuales, las intenciones o las preferencias de la mujer. Después de todo, las mujeres realmente no desean tener sexo con bonobos.
De hecho, parece que a diferencia de los hombres, las respuestas objetivas del cuerpo de las mujeres no reflejan sus deseos mentales subjetivos. Esta es una razón por la que la Viagra no funciona para las mujeres. La preparación física no implica el deseo. Que una mujer pueda tener sexo no significa que quiera tenerlo.
¿Qué es lo que quiere entonces?
Esta cuestión, tal como intuyó Freud, no es fácil de responder.
Por un lado, hay considerables evidencias de que las mujeres buscan y priman el sentido de intimidad y cercanía emocional con sus compañeros sexuales. La razón para esto parece clara y lógica. Al disponer de un útero para un feto cada vez, una mujer no consigue ninguna ventaja evolutiva obvia de la promiscuidad. Al no disponer de semilla que propagar, el sexo con más personas no resulta en más descendencia genética potencial. Más aún, las mujeres tienen más riesgos que los hombres de padecer violencia sexual y enfermedades de transmisión sexual, sin mencionar el riesgo único de embarazo. A las mujeres les conviene ser cuidadosas escogiendo sus parejas sexuales. Además, el orgasmo femenino se consigue de forma menos eficaz que el masculino. Las ventajas de disfrutar de sexo casual y anónimo son menores para las mujeres. Por tanto, es preferible que una mujer conozca bien a su pareja antes de tener sexo si desea incrementar sus posibilidades de placer y minimizar sus posibilidades de sufrir daños. A partir de esta lógica se sigue la afirmación de que las mujeres están bio-programadas para querer relaciones, no sexo. que necesitan una relación estable e íntima para sentirse excitadas y en consecuencia que están hechas para la monogamia sexual y el matrimonio. ¿Problema resuelto?
No tan rápido. En primer lugar, más estudios recientes muestran que las diferencias de género en el número de parejas sexuales se reduce o desaparece del todo si a las mujeres se les dice que están conectadas a un detector de mentiras y que la información que proporcionan será confidencial. En otras palabras, cuando una mujer se siente lo bastante segura o de otro modo obligada a contar la verdad sobre su conducta sexual, la historia que cuentan se asemeja a la historia masculina. Más aún, si las mujeres creen que no resultarán dañadas y que el sexo estará bien, su disposición a tener sexo casual se iguala con la de los hombres. La suspicacia femenina hacia las posibles infidelidades también puede ser deducida, de acuerdo con el trabajo del psicólogo evolucionista David Buss, a partir del mismo fenómeno de los celos masculinos, común a todas las sociedades y relacionado consistentemente con los miedos de los hombres a la infidelidad. Si las mujeres en realidad no quieren sexo fuera del matrimonio, ¿por qué son tan suspicaces y celosas? ¿Por qué poner señales de stop en una calle sin tráfico?
En segundo lugar, estudios recientes indican que la sexualidad humana está adaptada para la competición de esperma. En otras palabras, nuestro pasado evolutivo programó a las mujeres para buscar sexo con hombres diferentes en cortas sucesiones, y así hacer que su esperma compita inter-vaginalmente por el derecho a la paternidad. Por tanto, aunque las mujeres podrían no buscar la diseminación de ninguna semilla, sí que selecciona entre múltiples variedades de hombres. Estudios recientes indican que los objetos de la atracción sexual femenina varían con el ciclo menstrual. Durante sus días fértiles, las mujeres tienden a fantasear con hombres con altos niveles de testosterona que no son buenos candidatos para la monogamia, pero poseen genes masculinos saludables. Es difícil estimar cuánto actúa secretamente este impulso en las mujeres casadas, pero este tipo de “caza furtiva de semen” parece bastante normativo entre nuestros parientes primates.
Los hombres, por su parte, también están diseñados para esta competición de esperma. El biólogo Robin Baker de la universidad de Manchester averiguó, por ejemplo, que la cantidad de esperma que descarga un hombre durante el acto sexual con su mujer no depende del tiempo que transcurre desde la última eyaculación del hombre sino del tiempo que transcurre desde la última vez que tuvo sexo con su mujer. Si pasa mucho tiempo (incrementando las posibilidades de que la semilla de otros haya encontrado su camino en la vagina de su esposa), la eyaculación del esposo contiene más células espermáticas, lo cual incrementa sus posibilidades competitivas. El sexo después de una larga separación tiende a ser más intenso y prolongado. Esto es así porque los actos sexuales largos incrementan las posibilidades de que la mujer alcance el orgasmo. De acuerdo con la investigación de Baker y el biólogo Mark Bellis, las contracciones del músculo uterino que acompañan el orgasmo femenino ayudan a retener el esperma en el interior de la vagina y lo dirigen hacia los ovarios y la fertilización.
Más aún, las evidencias sugieren que las mujeres inician divorcios más a menudo que los hombres, y que se benefician menos del matrimonio que los hombres según medidas de salud, felicidad y riqueza. Adicionalmente, tal y como es bien conocido por psicólogos clínicos y consejeros matrimoniales de todas partes, muchas mujeres que se sienten cercanas a una pareja sentimental de cualquier modo no sienten pasión hacia ella. El investigador australiano Lorraine Dennerstein descubrió que el declive en la libido de la mujer a lo largo de los años adultos está fuertemente relacionado con la pérdida de interés sexual  en sus parejas de larga duración. Si la monogamia, la intimidad y la comunicación son los motores del deseo femenino, ¿por qué se esfuma su pasión en el matrimonio? ¿Por qué desean en secreto pastar en campos extraños? ¿Por qué no se benefician más del compromiso monógamo? ¿Por qué están tan dispuestas a romperlo?
A la luz de nuevos hallazgos de investigación, la antigua narrativa según la cual las mujeres desean relaciones más que sexo y por tanto están hechas para la monogamia, comienza a resquebrajarse. En su lugar, emerge una nueva narrativa en la cual el deseo sexual femenino es poderoso, flexible y complejo, incluso subversivo. Como evidencia adicional, la psicóloga del desarrollo Lisa Diamond de la universidad de Utah descubrió que muchas mujeres experimentan sus intereses sexuales como algo fluido y abierto, implicando en tiempos diferentes a hombres, mujeres o ambos. El investigador Richard Lippa de la universidad del estado de California ha descubierto que, a diferencia de los hombres, cuyo apetito sexual se estrecha a medida que aumenta, las mujeres sexualmente activas muestran una orientación crecientemente abierta. Las mujeres con libidos más altas tienen más posibilidades de sentir deseos hacia miembros de ambos sexos. 
Marta Meana, investigadora de la universidad de Nevada, ha argumentado de forma provocadora que el principio organizador de la sexualidad femenina es el deseo de ser deseada. Según su punto de vista, los intentos de los tipos delicados que piden permiso de forma muy educada puede que cumplan las expectativas de las políticas de género (trátame como una igual, respétame, comunícate conmigo) y con las preferencias de los padres, pero podrian entrar en un “coma sexual”, no a pesar de estas cualidades, sino a causa de ellas.
El deseo femenino, de acuerdo con Meana, se activa cuando una mujer se siente irresistiblemente deseada, no considerada de forma racional. La literatura erótica femenina, incluyendo las sombras de Gray, se construye sobre esta fantasía. El deseo sexual según este punto de vista no es “políticamente correcto” y no funciona de acuerdo con nuestras expectativa y valores sociales. El deseo busca el camino del deseo, no el deseo de la corrección. No descansa en el orden social sino en su negación. Esta es una razón por la que todas las religiones y todas las sociedades tratan de controlarlo, contenerlo, limitarlo y redirigirlo.
Marta Meana hizo que hombres y mujeres observaran imágenes eróticas mostrando contactos entre un hombre y una mujer, y siguió la pista de los ojos de los participantes. Descubrió que los hombres y las mujeres se fijan en aspectos diferentes del sexo. Los hombres miraron a las mujeres. Las mujeres miraron a ambos géneros igualmente. Se concentraron en la cara del hombre y en el cuerpo de la mujer. Lo que les excitó, aparentemente, era el deseo del cuerpo femenino, con el cual se identificaban, y la lujuriosa mirada del hombre que ansiaban.
En este sentido, argumenta Meana, pese a lo que se cree comúnmente, la sexualidad femenina es más auto-centrada que la del hombre. Dejando aparte el lamento de Mick Jagger, las fantasías masculinas se centran en dar satisfacción, no en recibirlo. Los hombres se ven a sí mismos en sus fantasías llevando a las mujeres al orgasmo, no a sí mismos. Las mujeres ven al hombre, consumido por una lujuria incontrolable hacia ellas, llevándolas hacia el éxtasis. Los hombres desean excitar a las mujeres. Las mujeres desean que los hombres les exciten. Ser deseada es el orgasmo femenino real, afirma Marta Meana, y en sus palabras resuena un tipo de verdad. Después de todo, ¿no deberían las mujeres sentir más celos de la mujer deseada que no puede llegar al orgasmo que de la mujer orgásmica que no es deseada?
Meana afirma que este aspecto de la sexualidad femenina también explica la prevalencia de las fantasías de violación en el repertorio de fantasías femeninas. Las fantasías de violación, tal como lo entiende, en realidad son fantasías de rendición, no anhelos de daño y castigo, que surgen del deseo femenino de ser deseada por un hombre hasta el punto de hacer que pierda el control. Según esta lógica, la fantasía trata realmente sobre la rendición voluntaria al hombre codiciado, en su incapacidad para detenerse a sí mismo, evidencia la suprema deseabilidad de la propia mujer.
De acuerdo con este punto de vista, el matrimonio monógamo sí funciona para las mujeres a un cierto nivel: proporciona seguridad, intimidad, y ayuda con los niños. Pero la monogamia, por otro lado, sofoca el deseo sexual femenino. Tal como escribió recientemente el avispado Toni Bentley, reflexionando acerca de un nuevo libro sobre este tema del periodista Daniel Berger: “Virtualmente no existe ningún problema sexual femenino, hormonal, menopaúsico, orgásmico o simplemente falta de interés, que no pueda resolver un nuevo amante”.
Al final, las evidencias acumuladas parecen revelar un elemento paradójico en el núcleo del deseo femenino, una tensión entre dos motivaciones en conflicto: por un lado está el deseo de estabilidad, intimidad y seguridad. Podemos imaginar la llama de una cocina de gas: algo controlado, utilitario, domesticado y bueno para hacer la cena. Por otro lado está la necesidad de sentirse total e incontrolablemente deseada, como objeto de la lujuria primordial masculina. Imaginemos una casa en llamas. Hasta Freud habría aprobado una explicación así.
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