Ganar el voto de la mujer es una consigna hoy para todo aquel que haga política. Y, con este objetivo, el partido Liberal-Demócrata de Rusia presentó a la Duma una proposición de ley para que las mujeres trabajadoras tuvieran dos días de vacaciones al mes durante los días críticos del ciclo menstrual. Su propuesta no era nueva. Y tampoco es la única vía por la que, en estos días, la menstruación palpita entre las pulsiones políticas. Varios estudios científicos pugnan por dilucidar si los picos de ovulación afectan a la intención de voto de la mujer. ¿Votamos derecha o izquierda al compás de nuestras hormonas?
Días de “asuntos propios”
En algunos países asiáticos, el permiso laboral en los días de menstruación (Menstrual Leave) es un derecho legalmente establecido para las trabajadoras. La base de la ley tiene un peligroso filo. Y es que se nutre de la creencia de que las mujeres, si no descansan durante la regla, pueden tener problemas para tener hijos. El mito, que les viene de lejos, está impreso en su mente colectiva, y es lo que ha dado pie a considerar, política y socialmente, que la mujer tiene, esos días, que quedarse en casa. Así que, por un lado, está el beneficio de los días libres — porque es verdad que a menudo la regla duele— pero a cambio está el sangrado social, que no se cura, y que cataloga a la mujer solo como una futura madre, y no como una trabajadora eficiente.
En Japón existe el “permiso menstrual” desde poco después de la Segunda Guerra Mundial. Entonces, una avalancha de mujeres se incorporó a puestos de trabajo como minas y fábricas donde no había instalaciones sanitarias adecuadas. Así, la Ley de Normas Laborales de 1947 incorporó la seirikyuuka (permiso fisiológico), que permitía a la mujer tomarse unos días libres.
El año 2013, en Taiwan, una enmienda a la Ley 2013 de Igualdad de Género en el Empleo dio a las mujeres el derecho a tres días de permiso al año por la menstruación, que se sumaron a los 30 días de baja por enfermedad que pueden disfrutar todos los trabajadores. En Indonesia tienen dos días libres al mes y el hecho de que en muchas compañías se lo pusieran difícil para poder disfrutarlo motivó que una delegación de trabajadoras pidiera a los candidatos presidenciales que vigilara los abusos sobre el “menstrual leave”. En Corea del Sur, este derecho de las mujeres, que disfrutan desde el año 2001, se ve por los hombres como un caso de “discriminación positiva”.
¿Qué ocurrió con la propuesta rusa?
Pues el escozor se produjo porque el líder del partido, Mikhail Degtyaryov, argumentó así su propuesta. “El dolor fuerte induce a un incremento de la fatiga, reduce la memoria y la capacidad de trabajo y conduce a expresiones de malestar emocional, por lo tanto, científicos y ginecólogos sostienen que una menstruación difícil no es sólo un problema médico sino un problema social”. ¡Guau! Los subtítulos del argumento que dio Degtyaryov son afilados: hablan de que la mujer pierde su racionalidad cuando menstrúa. Y este, precisamente, es uno de los marchamos que las han marcado a las homínidas dolorosamente.
La ovulación y la intención de voto
Este marchamo también está detrás de un auténtico tira y afloja científico que se sostiene en EE.UU. En 2012 la psicóloga social Kristina Durante, de la Universidad de San Antonio, Texas publicó un estudio que se convirtió en un auténtico polvorín. Concluía que las hormonas afectan al voto de la mujer dependiendo de si está soltera o casada. Sostenía que en la época fértil del mes, cuando los niveles de estrógeno están más altos, las solteras votaban más a Obama, que es más sexy, y las casadas al oponente, con un margen de diferencia de al menos un 20%. “Cuando las mujeres están ovulando, se sienten más sexy y por lo tanto más proclives a actitudes liberales en cuanto al aborto y el matrimonio homosexual. Las mujeres casadas tienen las mismas hormonas disparadas, pero tienden a adoptar actitudes opuestas”, declaró Durante.
El estudio apareció en la prensa de medio mundo y, aunque numerosos científicos se mostraron escépticos, el desbarre llevó a publicar titulares como este de el New York Time Magazine: “El voto femenino es difícil de predecir debido a la regla”.
Desde entonces, la influencia de los estrógenos en el voto femenino se coló en los laboratorios. En diciembre del 2013 se publicó el estudio más exhaustivo, y rompió el débil binomio regla-voto.
Christine R. Harris y Laura Mickes, de la Universidad de California, en San Diego, recogieron datos de 1.200 mujeres durante las elecciones presidenciales en EE.UU. Hicieron un seguimiento de su intención de voto, y de sus ciclos menstruales, y preguntaron sobre lo que realmente habían votado después de que las elecciones se produjeran. Las conclusiones de Harris y Mickes no dejaban lugar a duda, no había ninguna correlación entre la regla y Obama. “Las mujeres mantienen fija su intención de voto. No hay ninguna evidencia de que los cambios hormonales durante el ciclo menstrual influyan en sus ideas políticas o en sus creencias religiosas”. Este estudio, claro, no tuvo la repercusión del anterior.
Hoy, los partidos políticos pugnan por ganarse el voto de la mujer (numeroso y activo). Y, de hecho, hay campañas que se van al traste por resbalones machistas. Pero si estos resbalones se producen es porque aún hay mitos sobre la mujer enraizados en cerebros y alcobas, que no se van ni con lejía. El cansino tópico occidental de que la mujer pierde la razón cuando gobiernan los estrógenos, brota de cuando en cuando, como la mala hierba. Habrá que seguir podándolo.
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