3 may 2014

Toma de decisiones ¿reflexión o pura coincidencia?


reflexionLos seres humanos tendemos a pensar que tomamos nuestras decisiones de manera racional, libre, con poco o ningún tipo de influencias externas y que cuanto más importante es la cuestión, mucho más reflexivos y cuidadosos somos en nuestras decisiones. Pero ¿es eso cierto?

¿Qué les parecería si les dijera que los humanos podemos acabar eligiendo a nuestra pareja o trabajo simplemente por una azarosa coincidencia alfabética? ¿O que podemos elegir nuestro lugar de residencia por mera casualidad con nuestra fecha de nacimiento? Pues no se sorprendan, pero en muchas ocasiones la simple coincidencia de nombres o fechas es suficiente para que tomemos importantes decisiones vitales de la manera más irreflexiva.

Consideremos qué ocurre cuando dos personas se enamoran. El sentido común nos dice que su ardor crece a partir de un número de semillas, incluyendo las circunstancias vitales, el sentido de la comprensión, la atracción sexual y la admiración mutua. Seguramente la maquinaria encubierta del inconsciente no participa en su elección de pareja. ¿O sí?
Imagine que se topa con su amigo Joel, y éste le dice que ha encontrado el amor de su vida, una mujer llamada Jenny. Qué curioso, piensa, pues su amigo Alex acaba de casarse con Amy, y Donny está loco por Daisy. ¿Por qué se da este emparejamiento de iniciales? Concluye que es absurdo: las decisiones importantes de la vida –como por ejemplo con quién vas a pasar la vida– no pueden estar influidas por algo tan caprichoso como la inicial del nombre. Quizá todas estas alianzas aliterativas son mero accidente.
Pero no lo son. En 2004, el psicólogo John Jones y sus colegas examinaron quince mil actas matrimoniales públicas en el condado de Walker, Georgia, y en el de Liberty, Florida. Averiguaron que, de hecho, la gente se casa más a menudo con personas cuyo nombre tiene la misma inicial de lo que dictaría el mero azar.
¿Y por qué? No es algo que tenga que ver exactamente con las letras: se trata más bien de que sus cónyuges de algún modo les recuerdan a sí mismos. La gente tiende a amar su propio reflejo en los demás. Los psicólogos lo interpretan como un inconsciente amor hacia uno mismo, o quizá con la comodidad experimental de las cosas conocidas, y lo denominan egoísmo implícito.
El egoísmo implícito no tiene que ver sólo con la vida en pareja, también influye en los productos que uno prefiere y compra. En un estudio, a los sujetos se les presentaban dos marcas (ficticias) de té para que las probaran. Una de las marcas compartía las tres primeras letras del nombre del sujeto; por ejemplo, a Tommy se le daban dos muestras, una llamada Tomeva y la otra Lauler. Los sujetos probaban el té, chasqueaban los labios, los consideraban detenidamente, y casi siempre decidían que preferían el té cuya marca encajaba con las primeras letras de su nombre. No es sorprendente que un sujeto llamado Laura eligiera el té llamado Lauler. No eran explícitamente conscientes de la relación con las letras; simplemente creían que sabía mejor. De hecho, en ambas tazas había té de la misma tetera.
El poder del egoísmo implícito va más allá de su nombre o de cualquier rasgo arbitrario de su persona, como por ejemplo su fecha de nacimiento. En un estudio universitario, a los alumnos se les dio a leer un ensayo acerca del monje ruso Rasputín. Para la mitad de los estudiantes, la fecha de nacimiento de Rasputín se mencionaba en el ensayo, y estaba amañada para que «casualmente» resultara ser la misma que la del lector. Para la otra mitad de los alumnos se incluía una fecha de nacimiento diferente de la suya; por lo demás, los ensayos eran idénticos. Al final de la lectura, a los alumnos se les hacían algunas preguntas que tenían que ver con lo que pensaban de Rasputín como persona. Aquellos que creían compartir con él la fecha de nacimiento lo evaluaban con más generosidad. Simplemente les caía mejor, y no tenían ningún acceso consciente al motivo.
El poder magnético del inconsciente amor por uno mismo va más allá de qué y a quién prefieres. De manera increíble, puede influir sutilmente en dónde vives y a qué te dedicas. El psicólogo Brett Pelham y sus colegas analizaron unos archivos públicos y descubrieron que la probabilidad de que las personas que habían nacido el 2 de febrero (2/2) se mudaran a ciudades con alguna referencia al número dos en su nombre, como Twin Lakes, Wisconsin, era desproporcionadamente alta. La gente nacida el 3/3 estaba estadísticamente sobrerrepresentada en lugares como Three Forks, Montana, y la gente nacida el 6/6 en lugares como Six Mile, Carolina del Sur, y lo mismo ocurría con todas las fechas de nacimiento y las ciudades que los autores del estudio pudieron encontrar. Consideremos lo asombroso que resulta: las asociaciones con los números de las arbitrarias fechas de nacimiento de la gente pueden influir lo bastante como para que cambien de lugar de residencia, aunque sea ligeramente. Y de nuevo es algo inconsciente.
El egoísmo implícito también puede influir en qué decide uno hacer con su vida. Al analizar las páginas amarillas de la guía telefónica, Pelham y sus colegas descubrieron que nombres como Denise y Dennis figuran en número desproporcionado entre los dentistas, mientras que nombres como Laura o Lawrence tenían muchas probabilidades de hacerse abogados (lawyer en inglés), y gente con nombres como George o Georgina de ser geólogos. También descubrieron que los nombres de los propietarios de las compañías de materiales para techar (roofing) solían empezar más por R que por H, mientras que entre los propietarios de ferreterías (hardware store) abundaban más aquellos cuyo nombre empezaba con H en lugar de R. Un estudio distinto exploró las bases de datos profesionales online de dominio público y descubrió que los médicos poseen apellidos en los que de manera proporcional aparecen las sílabas doc, dok o med, mientras que los abogados poseían sílabas como law, lau o att (del inglés law, ley, o attorney, abogado) en sus apellidos.
Por absurdo que parezca, todos estos hallazgos resultaron ser estadísticamente significativos. No es que tengan grandes consecuencias, pero son verificables. Nos influyen impulsos a los que tenemos poco acceso, y en los que nunca creeríamos de no haberlos revelado la estadística.

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