En la tribu de los mendi, de Nueva Guinea, se produce un curioso cortejo amoroso llamado “tanim het“. Durante el mismo, las parejas de enamorados se frotan mutuamente, cada vez con mayor rapidez. Finalmente, hacen el amor sobre el suelo, cubierto con hojas de caña de azúcar.
La localidad leridana de Isil, España, ha preservado una antigua fiesta de iniciación sexual: las Fallas de Isil. La tarde previa al solsticio de verano, los jovenes solteros suben a las cimas circundantes mas elevadas a buscar el fuego solar, al anochecer bajan cargando troncos prendidos a la espalda. En el pueblo les esperan las chicas solteras, cada una escoge a un chico, al que le da un ramito de plantas afrodisiacas y abortivas. Despues, pasan la noche juntos.
En 1938 se observó que las jóvenes Dahomey llevan en su mejilla izquierda una pequeña escarificación en forma circular. Dicha señal palidece cuando están emocionadas, y significa que es allí donde hay que besarlas. En la parte interna de los muslos llevaban una red de turbadoras incisiones llamadas zidón (“empújame”).
Entre los miembros de la etnia nuba, habitantes de la zona meridional de Sudán, el amor funciona de una manera muy libre, pero plantea una gran exigencia física. Para acceder al interior de la cámara nupcial es necesario estar delgado y tener gran agilidad, ya que el único acceso a este espacio intimo es un pequeño orificio de 35 centímetros de diámetro, situado a un metro y medio de altura. El sistema resulta incómodo, pero tiene una finalidad muy precisa: proteger el habitáculo del viento, el calor, y sobre todo de las terribles serpientes.
Cada muchacha designa a su compañero, levantando la pierna sobre los hombros del elegido. Este no puede mirar, solo guiarse por las sensaciones olfativas que desprende la joven, convenientemente embadurnada de aceites y cremas. Esta tribu considera el amor como una actividad refinada, que va unida a la música y la danza.
En el estado de Madya Pradesh, al noroeste de la India, los jóvenes muria son iniciados en la práctica del amor por otros chicos y chicas mayores en una choza comunal llamada “ghotul”. Antes de realizar el acto amatorio, los adolescentes de ambos sexos acostumbran a danzar alrededor del lugar. Actualmente, la visita de su territorio, que se halla bajo la vigilancia del ejercito indio, esta prohibida a los fotógrafos y cámaras extranjeros. Sin embargo, en 1991, el reportero Philippe Body pudo comprobar que la costumbre de acudir al ghotul seguía vigente. En los años cincuenta, un pastor ingléss llamado Verrier Elwin, pasó un tiempo con los muria y les interrogó sobre la procedencia de esta institución. “Es para que los chavales nos dejen en paz!”, bromeaba un viejo señalando a los niños, “¡menudos bichos! Estábamos hartos de sus jaleos, del ruido que armaban. Así que decidimos hacerles una casa”. En realidad, admiten otros, se trata de alejar a los niños de la estera donde los padres se enlazan entre gemidos. Ocurre que los matrimonios son concertados por los parientes, incluyendo el pacto de la dote. Si tanto uno como la otra se han acostado con todos los miembros del ghotul, la curiosidad sexual habrá sido satisfecha, y las tentaciones adulteras se reducirán tras el matrimonio. Elwin perdió la fe para seguir la doctrina de Gandhi.
En Chad, antes de bailar frenéticamente ante los jóvenes, las muchachas de la tribu sara son objeto de un “curioso” ritual estético y erótico. Con una cuchilla, se les practica una incisión sobre el vientre hasta formar un dibujo. Después les arrojan ceniza en la cicatriz para aumentar el relieve.
En algunas partes del Congo y Abisinia, las matronas enseñan danzas eróticas a sus pupilas y las preparan para el acto sexual a fuerza de masajes íntimos.
En las montañas de Yunán (China), tiene lugar un caso único en el mundo. Allí, los campesinos “na” no se casan jamás, y los hijos carecen de padre conocido. Las mujeres permanecen durante toda su vida con sus hermanos y hermanas, cuidando en comunidad a los hijos de cada una. Mientras tanto, reciben ocasionalmente la visita nocturna de algún amante furtivo, que nunca será reconocido como progenitor. Es, quizá, el legado de una época en la que era frecuente que los padres murieran en guerras, vivieran como nómadas o fueran monjes budistas que habían hecho voto de castidad y, por consiguiente, no iban a reconocer a su descendencia. En ausencia de los hombres, las mujeres recogían las cosechas, daban de comer a las familias e imponían las normas. Por su parte , sus hermanos y tíos maternos visitarán las casas de otras mujeres. “Cuando un galán quiere probar una bella mujer que lo mira, le birla la cesta o el gorro. Si ella se enfada, no hay nada que hacer. Si sonríe, es que está dispuesta.” cuenta el etnólogo chino Cai Hua. Ahora bien, “sin saberlo, una mujer puede ser fecundada por un medio hermano natural, un tío, o un sobrino desconocido, llegado de otro caserío” “El incesto sólo existe dentro de una misma casa”. En la intimidad del hogar, el tabú es acatado con la mayor severidad: una chica no mira la televisión en compañía de un hermano o un tío materno, no anda en la oscuridad cerca de él, no baila ante sus ojos. Entre ellos, toda emoción compartida sería una vergüenza. Los mosuo tienen una tradición parecida.
En Níger, durante la celebración de la fiesta anual llamada “worso”, que marca el fin de la estación de lluvias y la renovación de la vegetación, los jóvenes bororo se maquillan profusamente para participar en una suerte de concurso de belleza llamado geerewol. Los jóvenes bailan alineados frente al jurado, formado por las mujeres. La operación del maquillaje es primordial, y puede durar seis días y seis noches. Todos los danzantes van pintados de la misma manera con el fin de que sólo la belleza de cada uno sea el criterio de elección. Después, beben una infusión estimulante a base de hierbas y cortezas mezcladas con leche con el fin de aguantar en plenas condiciones. Mientras bailan, deben lucir lo blanco de sus ojos y su dentadura.Tras el desfile, ellas eligen pareja y se dirigen a los afortunados a consumar el acto sexual en la maleza. Las esposas insatisfechas pueden escoger un nuevo marido tras sacrificar un animal.
En el pueblo kalash, en la región de Hindu Kus, al norte de Pakistán, en el solsticio de invierno celebran una fiesta llamada chaumos, verdadera orgía verbal para exaltar el amor y la fecundidad. No faltan insultos entre los habitantes de distintas aldeas, y al final de la fiesta, los hombres se visten de mujeres y viceversa, y de esta guisa se lanzan todo tipo de obscenidades y provocaciones sexuales que encienden los deseos colectivos, también ayudados por el vino (no son musulmanes). Sólo después del sacrificio de cabras, pueden formarse las parejas por la noche. Se trata de acrecentar el deseo para que parejas y rebaños sean fecundados en los tiempos de abstinencia invernal. “El lenguaje del pene” dicen los kalsh, sirve para apretar lazos y regenerar fuerzas vitales.
Los u’wa constituyen un peculiar grupo étnico de 3.000 miembros que viven replegados en las verdes montañas cubiertas de selva tropical del noreste colombiano. Consideran que sus tierras son sagradas, y han conseguido rechazar a todos los intrusos, desde los españoles a los soldados del ejército colombiano o los guerrilleros. Entre sus costumbres figura una. Al llevar a la pubertad, las jóvenes deben cubrirse la cabezacon una máscara-gorro hecha de hojas de palmera, que lucirán a la vista de todos durante cuatro años, hasta el momento de su matrimonio.
En Groenlandia, entre los inuit, cuando llegaba un visitante se juega al “apagado de lámparas”: los extranjeros son obsequiados con mujeres como bienvenida.
En las Islas Trobiand, el padre no llega a conocer a su hijo hasta pasadas seis semanas, en las que la madre está recogida en la choza. A partir de entonces, él se ocupará del pequeño tanto como la madre, pero nunca será reconocida su paternidad. El parentesco sigue únicamente la linea materna; de ella depende la adscripción al grupo familiar y la sucesión de los bienes y propiedades.
Entre los Huaorani, la sensualidad no se centra en los genitales ni es dominio exclusivo de la heterosexualidad adulta. Ellos no erotizan ni sexualizan su sensualidad: sensualizan la vida en común. No distinguen la sensualidad de otros placeres corporales, todos los distintos placeres corporales son simplemente “bienestar” en su vida común. Por ejemplo un huaorani no distingue entre el placer del coito y el placer que obtiene un niño cuando mama la leche materna. La necesidad de confortabilidad y de contacto físico no se interpreta como sexual, y el deseo de afecto no se toma como deseo de sexo. No erotizanlas relaciones íntimas y tampoco tienen categorizaciones que distingan unos comportamientos sexuales de otros (homosexualidad, heterosexualidad, bisexualidad…). Los huaorani saben que el sexo es necesario para perpetuarse y por tanto toda su sexualidad va dirigida a fines reproductivos. Para ellos hacer sexo es simplemente dos personas (hombre y mujer) realizando el coito en una hamaca, con fines reproductivos. Como es difícil que una mujer se quede embarazada en el primer coito, todos deben contribuir a la creación de niños, de ahí que no sea raro que varios hombres pasen por la misma hamaca de una mujer. Repetir las relaciones sexuales se considera necesario para que una mujer quede embarazada y para que el feto crezca.
“No puedes ahumar bien el pescado fresco si le pones el fuego encima. Pon la leña debajo”, reza el viejo proverbio de la etnia gun. No siempre es fácil descifrar los códigos y las claves ocultas en los cuentos y las historias eróticas africanas, pero Agnès Agboton, cuentacuentos beninesa e investigadora de la narración oral de su país, lo entendió. Entre los honvienu, un pueblo de Benín, la posición sexual del misionero (hombre arriba, mujer abajo) se considera superficial e incompleta. Dicho de otra manera: “Para que el humo penetre bien en el pescado, la leña debe arder debajo”. En Benin, cuenta, para decir “Te quiero” usan una expresión que significa “me gusta tu olor”. Así, esta cuentacuentos nos habla del problema que tuvo Mawu, el dios hacedor de todas las cosas, para colocar el sexo femenino (koto) en el lugar adecuado. Tras probar en la oreja y en la nariz, se inclinó por situarlo en una de las axilas, lo que generó graves problemas pues estaba demasiado evidente y aquella visión perturbaba a los hombres. Hasta que por fin, la diosa Minona dio con la clave y propuso la entrepierna como la mejor ubicación. Y el pueblo gun empezó a llamar al sexo femenino también con el nombre de nesuhue, que significa “el refugio del falo”.
La poliginia es una costumbre conocida entre algunas tribus africanas y de los árabes de alto rango, aunque también los mormones relanzaron el viejo hábito hebreo del matrimonio plural. Por ejemplo, en el reino azandé de Sudán, como los ricos tenían muchas mujeres, éstas se convertían en un bien escaso, así que los jóvenes guerreros de la corte tomaban como esposa a un adolescente de su mismo sexo que cumplía con todas las funciones sexuales, domésticas y agrícolas, hasta que se casaba con una mujer.
La poliandria es admitida por muy pocos pueblos del mundo. Una de ellas es la etnia tibetana de ning-ba, en el noroeste de Nepal, donde se registra por ejemplo un curioso caso del matrimonio de una mujer con todos los hermanos de una familia. La mujer también hereda la propiedad de la tierra para evitar que ésta se fragmente. También se da la poliandría entre los tre-ba del Tíbet y entre los indígenas Bhotias / Butias de Kumaon.
El antropólogo Malinowski se debatía en su choza: “Me falta ella. Su cuerpo se me antoja idealmente bello y sagrado. Tengo sueños eróticos…” “He vuelto a ver en sueños a mis figuras ideales: Zenia, T., N., dormidas en una misma habitación, separadas por tabiques de chapa ondulada.” escribía en su diario. Al estallar la Pimera guerra mundial, se vió atrapado en las islas Trobiand en Melanesia. “La castidad es una virtud desconocida para estos trobiandeses” escribía. Desde la pubertad, los adolescentes van al bukumatula, una casa apartada donde se ejercitan en las técnicas amatorias. Otra tradición establece que las muchachas no casadas sirvan la comida a los visitantes venidos de lejos, y que a los postres se ofrezcan en son de bienvenida. Las mujeres “persiguen a todo extranjero macho, le arrancan la hoja púbica y lo maltratan de la forma más ignominiosa” escribía en Los argonautas. Pero en las sociedades aparentemente más liberales hay reglas, tabúes que imposibilitan ciertas categorías de relaciones, nos dice.
Y es que la promiscuidad del buen salvaje en el que soñaban Rousseau o el pintor Gauguin en las islas Marquesas,
que murió sifilítico y desencantado,
no existe.
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