De pocas cosas nos fiamos tanto como de la información que transmite un rostro. Aunque no nos demos cuenta cómo nos afecta
Creemos conocer bien a alguien cuando reconocemos sus expresiones faciales. Cómo se le pierde la mirada cuando está haciendo planes, o cómo se muerde el labio inferior cuando reprime un pensamiento, o cómo mira a diferentes sitios cuando está mintiendo. Nos creemos la información que transmiten las caras de forma casi religiosa, es una de nuestras convicciones más firmes de cuantas usamos para movernos por el mundo. Por eso cuando nos rompen ese esquema, como han hecho con la actriz Renée Zellweger, nos afecta de una forma tan profunda. Aunque ningún ejemplo explica mejor nuestra relación con las caras (la nuestra y la de los demás) que las fotos que perfil que ahora deben resumir al máximo cómo somos: elegimos la nuestra con la idea de transmitir una imagen y, para los demás, nos quedamos con las primeras impresiones.
¿El problema? Que por lo general nos dejamos engañar por las caras.
En los últimos años la psicología social lleva estudiando con ahínco el cómo juzgamos a las personas según sus atributos físicos. Desde por qué los hombres guapos lo tienen más fácil a la hora de buscar trabajo hasta porqué nos fiamos antes de políticos de buen ver que los de físico anodino, los estudios académicos sobre la fisonomía, la supuesta ciencia de conocer la personalidad de la gente sólo leyendo sus rostros, se han multiplicado, pese a que los resultados de las investigaciones ofrecen en numerosas ocasiones más interrogantes que conclusiones certeras. En un reportaje reciente enThe Atlantic, Christopher Olivola, profesor en la Universidad Carnegie Mellon, explicaba que la apariencia y cómo percibimos el rostro de los demás influye de manera decisiva nuestro voto, negocios e incluso los asuntos legales. ¿Podría un juez modificar su veredicto porque el acusado le parece mejor o peor persona sólo por la cara que tiene? Según Olivola, esa idea no es tan descabellada a la luz de sus investigaciones en el campo de la psicología conductual: “Cuando vemos la cara de cualquiera, podemos hacer un buen número de juicios realmente útiles, como qué edad tiene, su estado emocional, su género, etcétera. Para ese tipo de cosas, la cara nos ayuda. Pero hay mucha literatura académica que demuestra que nuestra lectura de las caras no acaba ahí.”
Las características que atribuimos a las personas por tener una cara con cejas más anchas y mandíbula agresiva, por poner un ejemplo, no son para nada inocentes. Olivola asegura que nuestros prejuicios tienen serias implicaciones en cómo tratamos a los demás, a nivel personal y laboral, sobre todo porque el “no me fío de su cara” sigue pesando más en nuestras decisiones que otros detalles sobre la persona en cuestión más relevantes y rigurosos. “El hecho de que muchas decisiones estén influidas por la morfología facial de la gente sería menos preocupante si la fisonomía fuera un indicador fuerte y fiable de la personalidad", escribe Olivola en su último artículo sobre la fisonomía y los prejuicios sociales. "Por desgracia, el examen cuidadoso de los datos sugiere que no es así."
Al ver la cara de alguien, podemos hacer un buen número de juicios útiles, como qué edad tiene, su estado emocional, su sexo, etcétera. Para ese tipo de cosas, la cara nos ayuda. Pero hay mucha literatura académica que demuestra que nuestra lectura de las caras no acaba ahí
Christopher Olivola, profesor en la Universidad Carnegie Mellon
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Creer conocer a la gente por su cara viene de muy lejos. Desde la antigua Grecia se practica la fisonomía y como recuerdan Ran Hassin y Yacoov Trope en su artículo de referencia Facing Faces: Studies on the Cognitive Aspects of Physiognomy, incluso Aristóteles podría haber escrito un largo tratado acerca de esta disciplina. Sin embargo, el gran pico de popularidad de la fisonomía tuvo lugar a finales del siglo XVIII y el XIX, con la difusión del ensayo de Johann Caspar Lavater El arte de conocer a los hombres por la fisionomía, que contribuyó al posterior auge de la controvertida frenología, disciplina que categorizaba a los criminales según la forma y protuberancias del cráneo. Esos episodios algo siniestros de la psicología parecen superados, pero para Olivola, de hecho, la línea que separa las prácticas psiquiátricas del pasado con las del presente es demasiado fina. Aunque han pasado más de dos siglos desde las lecciones de Lavater, afirma el científico, seguimos pensando que la cara es el espejo absoluto de cómo son las personas y que a ciertos rostros, ciertas conductas. Quizá por ello, pocos daban crédito el pasado junio que un tipo tan sexy como Jeremy Meeks, conocido como el delincuente más guapo del mundo, se dedicara a lo que se dedicaba. Tras su arresto y su fama propulsada en las redes sociales, ahora es modelo.
"La gente está convencida de que los empresarios que parecen más competentes son más valiosos, y por eso obtienen salarios más altos", cuenta Olivola al hilo de esta idea, y sabemos que la apariencia de los ejecutivos no hacen mejorar los resultados de las empresas bajo su liderazgo. La fisonomía resulta, y lo afirma el experto, inconsistente por mucho que pensemos que unas cejas arqueadas y muy pobladas pertenecen a una persona temeraria. Las trampas psicológicas de las primeras impresiones son prejuicios, advierte Olivola, y el dicho de que el rostro es la puerta hacia nuestra alma no deja de ser un bonito mito.
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