O la edad de la ilusión
Dicen las personas «serias», las «realistas», las «mayores» que «quien no es revolucionario a los veinte años, no tiene corazón, y el que lo sigue siendo a los sesenta, no tiene cabeza».
El modo en que el niño enfoca la vida es distinto a la manera en que lo hace el adulto: lo que es serio para uno, no lo será necesariamente para el otro. Por ello, frecuentemente habrá incomprensiones y desconfianzas mutuas. (...) ¿Cómo olvidar que hemos sido niños? En realidad se ha olvidado no la niñez, sino lo que la niñez significa: frescura de espíritu, sencillez, ilusión, curiosidad, proyección hacia el futuro, etc. El niño tiene toda la vida por delante. Todo es posible para él. Por eso su estado habitual es la ilusión, el entusiasmo. La persona mayor es todo lo contrario, está cansado, hastiado a veces. Sin perspectivas de un futuro mejor, conformista con el sistema, se aferra a lo presente, lo seguro, lo práctico. Ha perdido la ilusión, ya no es curioso e indaga sobre lo nuevo, ya no recuerda que ese fue su tono vital cuando era feliz. Y ya no es feliz, ni cree que la felicidad sea posible. En el mejor de los casos, su estado es la resignación. Esa persona mayor que se ha resignado a la mediocridad, que ahoga en sí mismo la esperanza es el mismo que fue niño, que estaba ilusionado, que tenía confianza. Se ha traicionado a sí mismo. Si recordara, si tuviera un momento de lucidez, quizá iniciaría de nuevo el camino que lo llevaría a encontrarse consigo mismo. Para quienes se habían desviado, pero vuelven a intentarlo, describe Saint-Exupéry el camino que hay que seguir. Eso es El Principito. (...) «Personas mayores son todos los que han perdido la frescura de corazón, la espontaneidad de las impresiones y de los juicios, los que no conocen más que un orden material de valores y en los que ha muerto el sentido desinteresado de la belleza de la poesía». (...) Construir la vida según el ideal de la plenitud de sentido, a nadie se le escapa, supone esfuerzo. Todo el mundo siente la llamada a elevarse, pero puede postergarla, ahogarla y, finalmente, olvidarla. Quien así actúa considera que ha abandonado las puerilidades de la infancia y juventud y se ha convertido en una "persona mayor". Otra forma de verlo es decir que ha sido derrotado, la vida le ha podido y se ha resignado.
Manuel Ballester, 2009
La busqueda de sí mismo: reflexiones sobre El Principito
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario