Así podrá ser el proceso que sufriremos cuando nos llegue esa terrible hora en la que todo cesa. El proceso es tan variable como el de nacer y no hay manera de predecir ni la hora ni la forma exacta en que moriremos, pero los enfermos terminales experimentan síntomas similares a los descritos en el vídeo a medida que se aproximan al final de sus días, independientemente del tipo de enfermedad que padezcan.
Morimos porque vivimos. Los cambios emocionales que sufrimos en nuestros últimos momentos, tales como estar cada vez menos interesados en el mundo exterior y menos involucrados socialmente, suelen interpretarse como preliminares de lo que está por llegar: del mismo modo que el cuerpo se prepara físicamente para la muerte, también lo hace la mente.
A pesar de que la muerte es consecuencia inevitable de la vida, es una idea muy difícil de aceptar. Nos resistimos a desaparecer y nos molesta que el mundo siga existiendo una vez que nosotros no estemos.
En 1969 se publicaba Sobre la Muerte y los Moribundos de Kübler-Ross, una psiquiatra que pasó gran parte de su vida asistiendo a agonizantes. A ella le debemos la famosa teoría de los cinco estados previos a la muerte –negación, ira, regateo, depresión y aceptación– y fue una llamada de atención a médicos y familiares de las especialísimas necesidades de los moribundos. Su singular sensibilidad y compasión le valió el respeto y la popularidad de la gente de la calle y de la clase médica.
Con su demostrada experiencia Kübler-Ross insistía que el momento de la muerte
no es ni terrorífico ni doloroso, sino un cese tranquilo del funcionamiento del cuerpo. Observar la sosegada muerte de un ser humano nos recuerda la visión de una estrella fugaz; de entre millones de estrellas en un inmenso cielo, una de ellas brilla más que ninguna durante un breve momento para desaparecer por siempre en la noche infinita.
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