Me resulta familiar:
El narcisismo, en términos clínicos, debe considerarse como una patología del cuerpo que la vida social posmoderna tiende a fomentar. Y como trastorno de la personalidad tiene su origen en un fracaso de la confianza básica ocurrido en la infancia: el niño no logra reconocer satisfactoriamente la autonomía de su principal cuidador y se siente incapaz de establecer sus propios límites psíquicos, alternando los sentimientos de omnipotencia y los de vacío y desesperación. Si esos rasgos persisten en la edad adulta, configura un tipo de individuo dependiente de los suministros afectivos de los demás para mantener la autoestima y con dificultades para adecuarse a los riesgos de la vida actual. Tal prototipo es frecuente en la sociedad posmoderna, a lo que ha contribuido el aumento de los llamados «padres tóxicos», que tienden a rechazar las diferencias individuales de los hijos, desprotegiéndolos y haciéndolos por ello dependientes. Esos hijos serán luego narcisistas, para quienes lo más importante son ellos mismos, organizando sus vidas de un modo egocéntrico y hedonista. Tratan de expansionarse cuanto pueden, de disfrutar al máximo, de ser permanentemente jóvenes, estar sanos, ganar dinero y comprar mucho. Pero esto no les asegura la permanente autogratificación, pues el narcisismo se asienta sobre el debilitamiento o la pérdida de identidad del yo, que a menudo se siente invadido por una fuerte sensación de vacío.
(...) Retraída socialmente, mucha gente está necesitada de intimidad, de una intimidad que, por otra parte, se ofrece entre muy diversas posibilidades. Los clubes de corazones solitarios, las citas registradas por Internet o las secciones de contactos en periódicos y revistas demuestran que es posible una elección plural para las relaciones íntimas, pero también que la incomunicación es un hecho.
(...) El individuo posmoderno trata de compensar la apatía y el vacío derivados del retraimiento social intensificando la esfera de lo privado, de lo personal, mirándose permanentemente el ombligo y buscando siempre la propia verdad. Cada cual se ocupa fundamentalmente de sí mismo y no se compromete fácilmente con nadie (...).
Todo el interés de un individuo gira en torno al presente inmediato: pretende mantenerse perpetuamente joven, no soporta el dolor ni la enfermedad, teme la vejez y niega la muerte. (...) Se siente libre y dueño de sí mismo, sin percatarse de que en realidad está sometido a una serie de imposiciones institucionales y a un sistema de modelos que le incita a la imitación y le inhibe la creatividad. De este modo, se va adecuando a un entorno fragmentario aunque cohesionado, empapándose del llamado narcisismo social. La lógica del mercado y la cultura de masas hacen que los individuos se ocupen sobre todo del consumo de productos flexibles y antagonizables, destruyendo sus pautas de sociabilidad y dispersándolos. Y los individuos se retraen sobre sí mismos, trabajando, relajándose, haciendo deporte, viajando sin objetivos definidos, oyendo música frenéticamente, buscando amor o sexo sin compromiso, consumiendo lo que sea.
Enrique González Duro, 2005
El riesgo de vivir: las nuevas adicciones del siglo XXI.
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