6 abr 2014

Esencia y Personalidad (y II)

imitación
Si tienes hijos ya sabes a estas horas en qué consiste la esencia. Y si no los tienes es seguro que has podido hacer esta misma observación en sus mascotas. No hay dos individuos iguales.
Los niños traen en origen un temperamento especial, no son una tabla rasa, cuando venimos al mundo ya damos muestras de por donde anda nuestra esencia, asi hay niños plácidos y dormilones, otros demandantes y llorones, los hay agresivos y los hay que tienen miedo a hacer daño. Hay niños que no paran quietos y niños que prefieren jugar solos e “ir a su bola”. Hay niños que prefieren los juegos violentos, que exploran su entorno, que corren riesgos y que son temerarios y los hay miedosos, cobardes o pusilánimes.
Dicho de otra manera, cada uno de nosotros cuando viene al mundo trae consigo una constitución, podriamos decir una carga genética determinada, un recuerdo de nuestra vida fetal y una configuración epigenética determinada. Se trata de nuestra esencia, aquello que en verdad nos pertenece, lo que es nuestro. La gema de la que habla Hofsdadter, el bucle vacío.
Lo que es lo mismo que decir que eso que llamamos personalidad en realidad es algo ajeno a nosotros mismos. La personalidad es una construcción que vamos haciendo a lo largo de nuestra vida y que a veces opera en sinergía con nuestra esencia y a veces sucede todo lo contrario y se construye por antagonismo.
Un ejercicio psicológico fundamental y que todos debemos llevar a cabo con nosotros mismos es precisamente lograr esta discriminación: ¿Qué es esencia y que es personalidad en nosotros mismos? ¿Sabemos diferenciar nuestra verdadera esencia de lo que son añadidos posteriores?¿Sabe usted discriminar en una persona cualquiera esta diferencia?
La esencia y la personalidad ocupan lugar, tienen -por asi decir- contenidos y un espacio propio. Lo interesante es que en las personas -al menos en las personas comunes de nuestro entorno- la personalidad ocupa más espacio que la esencia.
La esencia detiene su crecimiento muy pronto y su espacio es ocupado rápidamente por la personalidad. Sólo en los niños o en las personas muy incultas, simples o toscas podemos observar directamente la esencia, en el resto de nosotros -psicológicamente muy trabajados y deformados- la esencia es ocupada precozmente por eso que llamamos rasgos de personalidad.
El rasgo de personalidad es en realidad un constructo destinado a favorecer o a oponerse a los rasgos de la esencia en función de consideraciones de positivación o negativización del rasgo esencial. Obviamente existe una deseabilidad social sobre determinados rasgos, una deseabilidad que viene definida por la cultura. En nuestros entornos por ejemplo se privilegian rasgos relacionados con la autonomía,el individualismo, el poder, la soberanía sobre el propio cuerpo, el éxito académico o económico, la delgadez, etc.
Estos rasgos privilegiados por la cultura pueden entrar o no en conflicto con nuestra esencia. Esta es la razón por la que percibimos que los rasgos de personalidad son una posibilidad de ser, una especie de creodo o camino preformado por los que discurre nuestra identidad y es la razón por la que las personas confunden el Ser con su personalidad y también explica la intensa adherencia que evoca ese rasgo que se defiende “como si” fuera en realidad el Ser.
En realidad un rasgo de personalidad es algo ajeno al Ser y se forma por imitación.
Pero no se imita cualquier cosa, se imita sobre todo aquello que ofrece menor resistencia al desplazamiento de la energía de una determinada emoción. Es por eso que las emociones (en realidad la motivación) sigue creodos preformados, hasta que alcanzan el reposo (descarga al exterior) y es por eso que la mejor explicación que tenemos a mano para ilustrar esta tendencia de los seres humanos a adherirse a lo conocido es la idea de hábito. En realidad un rasgo de personalidad se forma por hábito y su mecanismo de formación es la habituación y la sensibilización.
La sensibilización como mecanismo de aprendizaje, (la segunda memoria).-
La habituación es la forma como nos insensibilizamos progresivamente ante lo predecible, disminuimos nuestra dedicación -por así decir- al estímulo que finalmente nos aburre y deja de provocar respuestas. Así nos sucede tanto con lo placentero como con lo irrelevante o lo aburrido, pero evolutivamente hablando tiene su explicación: la habituación nos permite excluir de nuestra conciencia los aspectos desagradables o displacenteros de nuestro entorno, por ejemplo nos podemos habituar a trabajar en ambientes ruidosos, simplemente nos habituamos al ruido y lo percibimos menos intenso de lo que es. Seguramente la habituación es un mecanismo que surgió para propiciar adaptaciones a ambientes tóxicos, es por eso que nos hacemos resistentes al alcohol o adictos a una droga (aunque aquí hay otros mecanismos implicados), simplemente necesitamos cada vez más dosis para conseguir el mismo efecto.
La sensibilización sin embargo parece algo paradójico: ante lo nuevo o lo amenazante aumentamos nuestra respuesta refleja: el caracol de Kandel utiliza el sifón con más frecuencia incluso cuando el estímulo ha cesado o ha disminuido su intensidad. Dicho de otra manera: un estímulo que cuando apareció era nuevo o amenazante propicia una reacción a largo plazo en el sentido de que aumenta la respuesta cualitativamente relacionada con aquella señal. Bien pensado también tiene su lógica evolutiva: imagínese usted viviendo su primer año de vida en un ambiente de privado, sin estímulos o empobrecido en su variedad de cuidadores, parece lógico que en un ambiente así nuestro sistema nervioso haga algo por sí mismo a fin de neutralizar aquella de privación ambiental. Lo que hace es sensibilizarse, es decir autoprovocarse una especie de estimulación artificial a fin de llenar el ambiente de predictibilidad, seguridad y sincronías.
Dicho de otra manera, un rasgo de personalidad es un hábito que se adquiere por imitación conductual y quizá por sensibilización o habituación -neuronalmente hablando- y una vez establecido funciona como un imán. Es decir un campo magnético que atrae hacia si las conductas, cogniciones y predicciones que le son compatibles.
Y es por eso que lo caracterial sólo atiende a sí mismo, un poco lo mismo que sucede con la memoria.
cocodrilos
Un buen ejercicio de salud mental es volver constantemente sobre la propia esencia, indagar qué de nosotros y de nuestra identidad es un plagio (un bucle extraño) y qué pertenece a nuestra propia esencia y más allá de eso intentar coordinar ambos aspectos, como si de un matrimonio bien avenido se tratara. Hacer que nuestra esencia y nuestra personalidad se lleven bien, se conjugen y se coordinen en cooperación constante, que se complementen por así decir. Más allá de eso hay que vigilar los tamaños -la ocupación de espacio-, ese conflicto eterno de figura-fondo, donde lo esencial es siempre desplazado al fondo del cuadro y lo contingente y accidental ocupa el centro del mismo.
Y no olvidar nunca que un rasgo de tu esencia puede ser el mejor aliado para tener éxito. Tus defectos pueden ser tus virtudes.
El sabio es aquel que es capaz de poner las circunstancias a su favor.
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