Este libro, más que tratarse de divulgación de ciencia, se trata de divulgación de cosas de la vida y observaciones desde un punto de vista muy personal. En sus páginas nos va explicando diferentes historias en las que las moralejas van saliendo poco a poco. Las primeras historias no me acababan de convencer, incluso llegué por momentos a encontrarlas un tanto irrelevantes, pero a partir de la cuarta o quinta historieta sí que empecé a entender dónde quería llegar. Los temas de los que habla son de los más variados, desde los anticonceptivos, pasando por la caída de Enron hasta la seguridad en el tráfico. Les hago un resumen de los temas e ideas que más me han llamado la atención.
Nos atraen las personas que se arriesgan. Asociamos la voluntad de arriesgarnos a sufrir un gran fracaso con la valentía. Pero estamos equivocados. Hay más heroísmo en desafiar al impulso humano en emprender los dolorosos pero útiles pasos para blindarse contra lo inimaginable.
En 1951 el Papa Pio XII aprobó el método Ogino-Knaus para los católicos por considerarlo un método “natural” de regular la procreación: no mataba el esperma como los espermicidas, no frustraba el proceso normal de procreación como el diafragma, ni mutilaba los órganos, como la esterilización; y por ello la aceptó.
Jeffrey Skilling, hallado culpable en 2006 de múltiples delitos de fraude, relacionados con el colapso financiero de Enron, dijo tener remordimientos por lo que había sucedido, ya que buenos amigos suyos, según él, habían muerto; pero se declaró inocente de todos los cargos que se le imputaban.
El experto en seguridad Georgy Treverton ha hecho una división entre dos conceptos: enigmas y misterios. Un enigma es algo cuya respuesta no sabemos ni podemos saber con la información que tenemos; por ejemplo, el paradero de Bin Laden: no se tiene la información. Un misterio sería qué es lo que iba a pasar en Irak después de derrocar a Sadam Hussein era un misterio. Había muchas fuentes de información que podían analizarse. Era un problema complejo, pero se tenía la información.
Si las cosas se ponen feas en un enigma, el culpable es quien retiene la información; pero en los misterios no es tan sencillo, pues uno tiene diferentes focos de información y puede llegar a conclusiones equivocadas.
Hay quien califica el caso de Enron como un enigma. Hubo, incluso, quien lo comparó con el caso Watergate, que fue realmente un enigma hasta que los periodistas Woodward y Bernstein tiraron del hilo. Pero realmente, Enron fue un misterio. El problema básico era que nadie entendía lo que hacían. Pero quien sí lo entendió pudo darse cuenta. En 1998 un grupo de seis estudiantes de Empresariales de la Universidad de Cornell decidió hacer su trabajo sobre la clave de Enron. Repasaron la contabilidad analizando sus negocios uno tras otros. Las conclusiones de aquellos estudiantes fueron que Enron perseguía una estrategia mucho más arriesgada que sus competidores y esto fue antes de que Enron llegara a su máximo. El informe se publicó en la web de la facultad de Empresariales de Cornell y la recomendación de los estudiantes que aparecía en la primera página era una muy clara: “Vendan”.
Joann Elmore, epidemióloga del Centro Médico de la Universidad de Washington Harborview pidió una vez a diez radiólogos experimentados que examinaran 150 mamografías, 27 de las cuales habían desarrollado cáncer de mama, mientras que las restantes 123 estaban sanas. Los resultados fueron un tanto sorprendentes en la disparidad de diagnósticos. Por ejemplo, mientras que un primer radiólogo detectó un 85% de los cánceres otro detectó un 37%. Una cierta mamografía fue un tanto desconcertante, pues tres de los radiólogos consideraron que era normal, dos consideraron que era anormal pero probablemente benigna, cuatro no fueron capaces de decidirse y el último estaba convencido de que era cáncer. La paciente estaba perfectamente normal. Así que todavía nos queda mucho que aprender en este sentido.
Gilbert Welch advirtió que dadas las tasas actuales de mortalidad por cáncer de mama, 9 de cada 1000 mujeres de 60 años morirán por esta causa en los 10 próximos años. Si cada una de estas mujeres se hiciera una mamografía cada año el número se reduciría a 6, lo que significaría que el radiólogo que atendiera a esas 1000 mujeres tendría que examinar unas 10.000 radiografías a lo largo de todo un decenio para salvar 3 vidas. Es un dato que da para pensar.
Otra de las cosas de las que trata es la del concepto de plagio. Por ejemplo, vemos un artículo escrito y lo copiamos íntegramente sin citar las fuentes. Esto podría considerarse un plagio. Ahora bien, sustituimos unas cuantas expresiones, cambiamos algunas frases. ¿Lo sigue siendo? Ahora hacemos un “refrito” de dicho artículo. Si alguien escribe una novela con la misma historia o similar a “El silencio de los corderos”, pero totalmente diferente en cuanto al contenido, ¿pensaremos que es un plagio?
A toro pasado, las cosas parecen sencillas, pero muchas veces no lo son. Lo malo es no aprender de las experiencias o, sencillamente, no hacer nada. Por ejemplo, ¿pudo preverse el 11S? La CIA sabía que dos presuntos activistas de Al-Qaeda, Jalid Al-Mihdhar y Nawaf Al-Hazmi, habían entrado al país y el FBI detuvo al presunto terrorista Zacarias Moussaoui debido a su comportamiento sospechoso en la escuela de vuelo. El conjunto de circunstancias estaba servido y hoy parece evidente que era el objetivo pero realmente, ¿era obvio el ataque?
Hace una distinción entre pánico y ahogamiento en determinadas situaciones. Por ejemplo, un avión que tenía que aterrizar no se le encendió la luz del tren de aterrizaje que estaba perfectamente desplegado. La bombilla se había fundido, pero los pilotos no tenían modo de saber si realmente estaba desplegado o no. Se centraron tanto en ese problema que no se dieron cuenta de que el piloto automático se había desactivado. El avión se estrelló. Es un efecto que los psicólogos llaman “estrechamiento de la percepción”. Esto sería un caso de ahogamiento. Es un caso de pensar demasiado y se pierde el instinto. El pánico es todo lo contrario: uno tiende al instinto y se piensa demasiado poco. El pánico es lo que sucede en ejemplos como en los accidentes de submarinismo.
También explica cómo los seres humanos gestionamos el riesgo. Por ejemplo, cuando se descubrió que el Challenger había estallado por las junta tóricas se modificó el diseño y las juntas que llevaron después eran mucho mejores. Ahora bien, parece incuestionable de que las probabilidades de accidente eran mucho menores. ¿Es así realmente? Pues esta respuesta que parece tan obvia no lo fue para ciertos investigadores que dijeron que el hecho de poner una seguridad añadida hace que los procedimientos sobre el tema se relajen. Sin embargo, si no se pueden tomar medidas, entonces se pone mucha más atención en ello.
Un claro ejemplo es lo que sucedió cuando se implantó el ABS en una flota de taxis en Munich, mientras que a otro grupo de control no se les puso. Ambos grupos se sometieron a observación durante tres años. Cabría esperar que en los taxis con ABS la probabilidad de accidente disminuiría en terrenos resbaladizos. Pues bien, resultó que la tasa de accidentes no dismunuyó tanto como se esperaba porque los que llevaban ABS se transformaron en conductores que iban más rápidos ya que confiaban en que el ABS les resolvería la frenada en aquel momento. Por tanto, el ABS no sirvió intrínsecamente para reducir los accidentes.
Es lo que propone la llamada teoría de la homeostasis del riesgo. La idea básica fue presentada por el psicólogo canadiense Gerald Wilde en su libro Target risk, y consiste en que nuestro cerebro tiene tendencia a compensar riesgos inferiores en un área asumiendo riesgos mayores en otra.
Otro ejemplo: si guardamos los frascos con productos peligrosos fuera del alcance de los niños y ahora nos dicen que dichos frascos tienen una garantía enorme de que no los podrán abrir, ya nos preocupamos menos de ponerlos fuera del alcance.
El 3 de septiembre de 1967, Suecia pasó de conducir por el carril izquierdo al derecho. Todo apuntaba a que durante aquella época habría más accidentes. Pero no, la gente compensó la falta de familiaridad conduciendo con más cuidado y, de hecho, las víctimas de tráfico cayeron en un 17%. Posteriormente, cuando la gente se acostumbró a circuar por la derecha, los niveles de siniestralidad volvieron paulatinamente a ser los anteriores al cambio. El propio Gerald Wilde dijo medio en serio medio en broma, que los países verdaderamente interesados en evitar accidentes deberían plantearse hacer un cambio así de forma habitual.
O sea, que porque hayamos arreglado algo que iba mal, tendemos a creer, como decía Feynman, que “el riesgo no es tan alto porque la última vez nos libramos”.
Luego habla de tipos de genios, de los que destacan desde un principio, cuando son casi críos, y de los que consiguen su genialidad cuando son mayores porque la tarea o la forma de funcionar requiere una maduración. Este tema es, para un servidor, un tanto delicado, pues decir que alguien es un genio es algo que tiene que cogerse con pinzas. A veces, hemos despreciado personas y se les ha considerado genios años después de que se murieran. Con eso ya digo bastante, ¿no? Aun así, me gusta la forma en la que lo ha tratado el libro.
Por todo ello, finalizo recordando que no es un libro de divulgación de ciencia, sino más bien de aprendizajes y experiencias de la vida. Es bastante entretenido, no es de los que calificaría “absolutamente maravillosos” pero sí de muy entretenidos, divertidos e informativos. Para todos los públicos.
Título: Lo que vio el perro
Autor: Malcolm Gladwell
Traductor: Pedro Cifuentes
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