Hay muertos bien muertos. Muertos cuyas decisiones y ambiciones causaron tanto dolor, que apenas merecen caer en el olvido de los vivos. Huelga decir que nunca he deseado la muerte de nadie, ni mucho menos matar. Pero al menos permitidme no sentir punzadas por la muerte de algunos. Mis lágrimas, al igual que las tuyas, son un bien escaso y sólo se derraman por y para quien merece recibirlas: los que hicieron de mi mundo un lugar más confortable, los que grabaron gratos recuerdos en mi memoria, los que ayudaron a construir la historia de mi vida, los que motivaron con su ausencia un vacío difícil de restaurar. Sufrí la muerte de muchos seres queridos y ya llevo mucho peso cargado en mis hombros de ataùdes, quiero decir.
Pregúntate, pues, si tus acciones merecen el desprecio de alguien. Pregúntate si habrá quien se alegre de tu muerte. Pregúntate si el odio provocado mereció la pena. En caso afirmativo, tu paso fugaz por el mundo habrá sido un auténtico fracaso. Y todo el dinero cosechado no te absolverá de nada. No hay muertos VIP, no hay cadáveres de oro. La nada no entiende de eso. No así el recuerdo de los vivos cuando mueres, capaz de revivir tu nombre.
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