Cada día, a cada minuto, seleccionamos inconscientemente mucho de los datos que guardaremos en nuestra memoria a largo plazo. Nuestro interés personal por ellos, su importancia subjetiva o su capacidad para causarnos determinados sentimientos como la sorpresa, el miedo o la alegría son algunos de los factores implicados en que un determinado recuerdo persista en algún recóndito lugar de nuestro cerebro.
Por esa razón, datos o hechos que consideramos superfluos, aburridos o irrelevantes suelen ir directos al olvido con mayor o menos rapidez. Y es también una de las explicaciones por las que tenemos mayor facilidad para aprender aquello que nos gusta o nos resulta interesante que aquello nos parezca un coñazo interminable.
Estos factores implicados en la selección inconsciente de datos para la memoria a largo plazo han ido ligados al ser humano probablemente desde sus comienzos. Sin embargo, con el desarrollo de sistemas de información inmensos y de accesibilidad casi instantánea, se le da otra vuelta de tuerca a la selección inconsciente de datos para que permanezcan en nuestra memoria. ¿Para qué memorizar un determinado hecho o dato cuándo podemos acceder a él en cuestión de segundos? Es una pregunta tan obvia que ni siquiera nos hace falta plantearla. Inconscientemente, ya sabemos que si una determinada información está guardada en algún sitio al que podamos acceder, es mucho más probable que olvidemos esa información o la recordemos con menor detalle mientras, eso sí, ponemos especial interés en recordar dónde o de qué manera hemos llegado a esa información.
A este curioso fenómeno potenciado por las tecnologías de la información y la comunicación (TICs) se le dio el nombre de “efecto Google“ en el año 2011. Es la tendencia que existe a olvidar información que sabemos que puede buscarse fácilmente en Internet a través de buscadores como Google. Este efecto fue evidenciado y estudiado con detalle mediante cuatro experimentos diferentes en ese mismo año y sus resultados fueron publicados en la revista Science por los investigadores Betsy Sparrow, Jenny Liu y Daniel M. Wegner: Los efectos de Google en la memoria: las consecuencias cognitivas de tener la información en la punta de los dedos. Francis explica muy bien en su blog los pormenores de los estudios en: El “efecto Google” y la internet como el disco duro de nuestro cerebro.
En realidad, el efecto Google en sí mismo se dio por primera vez en la historia de la humanidad, con mucha menor intensidad, cuando el hombre comenzó a grabar información de forma accesible ya fuera en papiros, libros… Aunque fue la alfabetización masiva de la población, mucho más tarde, la que permitió que estos sistemas de almacenamiento de información llegaran a casi todo el mundo. En la antigua Grecia ya hubo algún ilustre filósofo que percibió los efectos que podría tener sobre la memoria a largo plazo el texto escrito. Así, por ejemplo, Platón citaba a Sócrates en el texto Fedro afirmando con preocupación que la memoria se volvía dependiente del texto escrito, cuando estaba tan disponible.
En la actualidad, Internet se parece cada día más a una memoria RAM a la que accedemos para recuperar cierta información de forma temporal. Sin duda, esto hace que nuestra memoria sea más dependiente de múltiples tecnologías pero, al mismo tiempo, la refuerzan de una forma nunca antes vista. Jamás en la historia de la humanidad, el ser humano ha estado expuesto a tanta información y con tanta inmediatez. Además, la tendencia es que esto vaya todavía a más, en un mundo cada vez más conectado. Si tenemos en cuenta que la memoria de los ordenadores es precisa e invariable con el tiempo, mientras que la nuestra es turbia y tiende a distorsionarse con el tiempo, hemos encontrado el complemento ideal a nuestro analógico e impreciso cerebro.
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