Si el reloj es la respuesta, ¿cuál es la pregunta?
UN RELOJ NO ES UN INSTRUMENTO PARA MEDIR LA HISTORIA, SINO UNA HERRAMIENTA CAPAZ DE MEDIRSE A SÍ MISMO HASTA LÍMITES INVEROSÍMILES.
Nuestra experiencia del paso del tiempo es una construcción fascinante y compleja; sin embargo, para la física cuántica es sólo un añejo punto de partida: una más de las coordenadas cuyas hipótesis se desestabilizan y desmadejan una por una. Pero uno de los científicos que entienden el tiempo mejor que nadie es el guardián del reloj (¡vaya cargo!) de los Estados Unidos, Tom O’Brian.
O’Brian es el operario de una de las máquinas más sofisticadas jamás construidas, que impresiona tanto por la precisión de su función como por la sencillez de la misma: es uno de los relojes atómicos más precisos del mundo, sólo amenazado por el de Andrew Ludlow, que puede compensar incluso cambios gravitacionales.
En opinión personal de O’Brian, “el tiempo es un constructo humano”, “una manera de poner algún tipo de orden en este universo fascinante y complejo a nuestro alrededor.”
El reloj de O’Brian utiliza átomos de cesio para contar 0.0000000000000001 de segundo a la vez. Su precisión es tal que si se le hubiera echado a andar hace 300 millones de años, mucho tiempo antes de la aparición de los dinosaurios, el reloj no se habría descalibrado.
¿Pero qué tiempo marca realmente el reloj, este reloj o cualquier reloj?
Jun Ye, uno de los científicos que construyó el reloj de estronio de Boulder, Colorado, afirma que este es capaz de llevar correctamente la cuenta del tiempo por 5 mil millones de años. “Es más o menos la edad de la Tierra. Nuestra meta es tener un reloj que, durante toda la edad del universo, no pierda un segundo.”
Y es que, en cuestión de relojes, todas nuestras opiniones parecen desfasadas, a destiempo. Incluso podríamos decir que la búsqueda por llevar la cuenta del tiempo tiene lindes religiosos-trascendentes que hay que recalcar. Pensemos que algunas de las más increíbles creaciones de la antigüedad fueron calendarios y sistemas para contabilizar el tiempo, para fijar la materia huidiza en acumulación de instantes concretos: segundos, minutos, días, años, siglos, milenios, eras, eones, dioses.
Micah Hanks ha considerado incluso la posibilidad de que estas piezas de relojería magistral puedan contradecir nuestra idea de un tiempo homogéneo, permanente, inmutable. Los relojes atómicos son los más precisos de su tipo, una cumbre de la tecnología, pero no pueden hacer sino medir su propio funcionamiento.
Un reloj es un instrumento que se mide a sí mismo. Que puede medirse a sí mismo con infatigable precisión, pero que –fuera de permitirnos sincronizar nuestros relojes con los de todos los demás, reproduciendo con finalidad la misma ilusión de experiencia colectiva a través del calendario– nunca podrá decirnos qué es el tiempo, ni cómo funciona.
Un reloj, aún el más avanzado del mundo, parece destinado para decirnos desde los más disímiles puntos de vista –religiosos, iniciáticos, científicos– la respuesta a la pregunta qué hora es. No es tarea menor.
Twitter del autor: @javier_raya
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