27 feb 2015

Cómo el medio ambiente controla lo que piensas

¿REALMENTE CREES QUE TUS PENSAMIENTOS SON SÓLO TUYOS? UN ESTUDIO AYUDA A DILUCIDAR CÓMO CONSTRUIMOS LO QUE PENSAMOS DE MANERA INTERDEPENDIENTE CON EL ENTORNO

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La concepción moderna de un individuo libre y racional se basa en la noción de que ejercemos libremente nuestro pensamiento, y es este librepensar lo que nos hace individuos, lo que nos otorga nuestra existencia individual. Suponemos que aquello que somos, que está ligado a aquello que pensamos, es algo que surge de nuestra propia individualidad, de nuestra razón que delibera con autonomía. La esencia del individualismo es que la esencia es individual y por lo tanto cada uno define su propia existencia, es amo y señor de su destino, no necesita de transferencia u otredad. Esta es la asunción fundacional de nuestra cultura cartesiana, pero aunque ha sido capaz de construir los sólidos edificios de la ciencia y la tecnología, separando bloque tras bloque de la masa informe o de una especie de ápeiron indiferenciado, sus bases no son tan sólidas como creemos.
La idea de que mis pensamientos son sólo míos y estoy solo en mi cabeza hermética –con mi alma o mi conciencia en los confines del cerebro– puede ser fácilmente discutida. Una visión sistémica cuestiona seriamente el paradigma del racionalismo que al atomizar el mundo en innumerables fragmentos para analizarlos y verlos a detalle sin el ruido de sus relaciones también proyecta este modelo a la herramienta que utiliza para hacer el análisis: la mente humana (el experimento afecta al experimentador). Es parte del dogma de nuestra civilización creer que contamos con una especie de blindaje –una cabeza dura– que nos protege del medio ambiente en el que vivimos. Creemos, en pleno ejercicio de nuestra razón, que somos dueños de nuestro fuero interno y tenemos una frontera clara y definida que impide que los pensamientos de los demás o del mundo se cuelen. Y si esto sucede, si una voz ajena se filtra, esto es el síntoma por antonomasia de una patología o al menos de una mente débil que se deja influenciar, como si esta influencia del entorno pudiera ser evitada por una mente más fuerte.
Consideremos un sencillo ejemplo de cómo factores externos nos obligan a pensar cosas que no queremos. Investigadores de la Universidad de San Francisco pidieron a un grupo de participantes que observaran una imagen –por ejemplo, un sol– pero que evitaran pensar en la palabra que corresponde a esa imagen o en el número de letras que tiene esa palabra. Los investigadores notaron que alrededor de 80% de las veces, las personas automáticamente conjuraban la palabra “sol” en su mente y un 50% de las veces contaban hasta 3 en silencio.
En primera instancia se nos puede escapar el profundo significado de este estudio. Nuestra experiencia cotidiana está anegada de estas señales que provocan y esculpen nuestros pensamientos. Desde la publicidad con la que nos encontramos constantemente o los contenidos de los medios que consumimos hasta la comunicación interpersonal y señales más sutiles del ambiente; todo esto, en cierta manera controla nuestro flujo de conciencia de manera externa y en contra de nuestra voluntad. El mundo nos da tanto o más el pensamiento de lo que nosotros lo producimos. Los estímulos que percibimos en el mundo se vuelcan hacia dentro –nuestra piel y nuestra psique son permeables– y nos in-forman (aunque luego no logremos distinguir de dónde viene esa información que se convierte en la sustancia de nuestro pensamiento, res cogitans).
“Nuestros pensamientos conscientes parecen estar protegidos de nuestros alrededores, pero descubrimos que están mucho más estrechamente ligados al ambiente externo de lo que nos damos cuenta, y tenemos menos control de lo que vamos a pensar el siguiente momento”, dice Ezequiel Morsella, autor del estudio. Los investigadores hablan de una “maquinaria inconsciente” generadora de muchos de los pensamientos que tenemos.
Evidentemente la investigación citada no significa que estemos siendo controlados telepáticamente o que en este momento estemos recibiendo vibraciones mentales que se apoderan de nuestra conciencia o simplemente nos hacen inclinarnos a pensar esta u otra cosa. Simplemente lo anterior, si lo tomamos en su más amplio ramillete de significados, nos habla de que existe una gran cantidad de estímulos, la mayoría de los cuales son inconscientes, que participan en la generación de cada pensamiento, que hacen que surja a la superficie este pensamiento y no aquel. Esto no sólo ocurre en el laboratorio, ocurre cada instante como resultado de habitar en el mundo, en un sistema abierto de alta densidad informativa. Es evidente que ver un anuncio en la calle nos sugiere un pensamiento, pero también el sonido del viento, el calor de este día o el espacio y la iluminación de esta habitación nos provocan pensamientos con ciertas cualidades que no son del todo arbitrarias y que no están sólo en nosotros, sino que están en las cosas. Los anuncios y los programas que vemos suelen provocarnos pensamientos más literales, mientras que los paisajes, los rostros y el arte suelen propiciar pensamientos metafóricos. De esta relación entre el estímulo –ora más explícito, ora más sutil– y su transformación en un cierto tren de contenido mental es que podemos decir que el pensamiento es permanentemente una cocreación entre el mundo y la mente (y seguramente también las emociones del cuerpo), cuyas barreras se disuelven en los bucles de retroalimentación de la información. 
En ocasiones algunas personas suelen creer descubrir pensamientos ajenos, intrusos psíquicos que corren por su mente. Se suele decir “ese pensamiento no es mío” o “algo se me metió”. Y, como hemos visto, esto parece ser algo común y corriente. Es decir, muchos pensamientos vienen de fuera. Pero, son tantos los pensamientos cuya génesis está en factores ambientales externos, la mayoría de los cuales escapan al umbral de nuestra conciencia, que parece sumamente difícil separar esos pensamientos específicos, extranjeros incómodos, que se infiltran en nuestra conciencia. La porosidad es demasiada y a última consecuencia nos lleva necesariamente a redefinir lo que es “externo” e “interno”, de nuevo disolviendo las fronteras. Asimismo esto cuestiona la naturaleza misma del pensamiento: tal vez el pensamiento es algo que existe solamente como un flujo nodal, una sustancia circulatoria que se trasvasa entre recipientes, una señal que existe a nivel cuántico y la mente es sólo el transistor más sofisticado que conocemos para procesar y retransmitir esta señal. Dicho esto, la intuición de que en ocasiones existe una enajenación o una especie de violación y posesión de la psique es una sensación tan extendida entre diversas personas y culturas, que no debemos de desdeñarla. Si bien acaso sólo sea una variación en intensidad de algo que ocurre siempre en mayor o menor medida –una conversación que siempre está corriendo, pero que sólo a veces sintonizamos conscientemente. En otros tiempos se creía que los dioses y los espíritus de los muertos constantemente intervenían en nuestras vidas y que las musas y los ángeles inspiraban ideas y enviaban mensajes; hoy este mismo efecto de posesión y comunicación es considerado la manifestación inequívoca de una psicopatología.

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“Somos lo que pensamos”, dice el Dhammapada, texto atribuido a Buda. Ciertamente “somos lo que pensamos”, el pensamiento va esculpiendo poco a poco, como las gotas de agua que caen sobre una piedra, nuestra realidad, pero lo que pensamos (y quien piensa) es un colectivo, una ecología de conciencias, una serie de relaciones, una red de afectaciones, de reflejos y proyecciones. Somos, entonces, el mundo: inmanencia colectiva.
Twitter del autor: @alepholo

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