14 sept 2016

¡Pide un deseo! El mito de las estrellas fugaces



1Recuerdo en mi infancia, en las tranquilas noches de verano al aire libre, oír a algún familiar gritar ¡una estrella fugaz, pide un deseo!, pero cuando quería mirar al cielo, allí no había nada. Sin embargo, cuando vi mi primera estrella fugaz no me dio tiempo a realizar petición alguna, ya que el fenómeno duró un suspiro, un pequeño destello en movimiento de menos de un segundo. A partir de entonces, siempre llevaba preparado un deseo por si aparecía alguna de aquellas súbitas maravillas estelares.
Tarde años en poder explicarme aquel fenómeno; en mi entorno todos abrazaban la explicación mágica sobre estrellas que solo vivían unos segundos (ahora me pregunto si en aquel entorno alguien sabía simplemente lo que era una estrella). Para colmo, la formación científica del profesorado de mi colegio era lamentable; aún recuerdo cuando la maestra de cuarto de EGB se mofó públicamente de mí por decirle (que no preguntarle, uno siempre ha sido muy chulito) que los antepasados de las ballenas andaban por tierra firme. De esta forma, tuve que espera a que el primer libro de astronomía para aficionados cayera en mis manos. Cuando descubrí que no se trataban de verdaderas estrellas, sino de polvo y pequeños guijarros espaciales que se quemaban en la atmósfera, me pareció aún más maravilloso que la hipótesis mítica, quizá porque la entendía. Lo que jamás me explicó nadie es que gaitas tenían que ver esos fragmentos ígneos con los malditos deseos, aunque empecé a comprender porqué nunca se cumplía ninguno.

De entidades divinas a las lágrimas de un santo
Las estrellas fugaces son un fenómeno conocido desde la antigüedad, y siempre han sido consideradas como un acontecimiento muy peculiar. Quizá debido a su baja frecuencia y dificultad de observación, tradicionalmente se han asociado a la «buena suerte» como gran parte de sucesos poco frecuentes. Otros autores consideran que en algunos momentos se les otorgó cierta sobrenaturalidad, de tal forma que pedirles un deseo sería algo parecido a rezarle a un ser divino.
2Normalmente, todas las noches puede verse alguna estrella fugaz si nos alejamos de las fuentes de luz como ciudades y carreteras iluminadas. Pero, como decíamos más arriba, es un fenómeno raro, y podemos estar horas mirando el cielo sin ver ninguna. Sin embargo, existen algunas fechas en las que la frecuencia de estrellas fugaces aumenta considerablemente; son las denominadas “lluvias de estrellas”, como la que acabamos de experimentar a mediados de agosto, conocida como “Las Perseidas” o las próximas “Aurígidas” esperadas para el último día del mes. Sus nombres provienen de la constelación en la que parecen originarse, Perseo en el primer caso y Auriga en el segundo.
Estas lluvias de estrellas han venido a aumentar el ya importante factor mitológico de las estrellas fugaces: en algunos momento del año, desde un puntos determinados del espacio, nos “bombardean” centenares o miles de estrellas fugaces.
Las Perseidas, quizá las más famosas de todas las lluvias de estrellas (aunque no todos los años las más espectaculares) tienen otro nombre, esta vez dentro de la historia cristiana: son llamadas las “Lágrimas de San Lorenzo”, dada la proximidad con la ejecución del Santo, quemado vivo en Roma en agosto de 258.
Nada más que polvo y piedras (meteoroides, meteoros y meteoritos)
Todo este entorno mítico-romántico resulta, empero, explicado por algo mucho más simple de lo que podríamos pensar a priori. En términos astronómicos, las estrellas fugaces son meteoros o, lo que es lo mismo, el fenómeno luminoso (estela) que deja un meteoroide al atravesar la atmósfera. ¿Y qué es un meteoroide? pues simples partículas de polvo, hielo o roca que se encuentran en el espacio como restos de la cola de un cometa o vestigios de la formación del sistema solar, no mayores a 50 metros de diámetro. Estos meteoroides, al penetrar en la atmósfera  a gran velocidad, se calientan hasta entrar en incandescencia e ionizar el aire que les rodea; esto produce la breve estela luminosa que observamos desde la superficie; a esto es a lo que llamamos meteoro. Si el meteoroide no se consume totalmente a su paso por la atmósfera y alguna porción alcanza la superficie terrestre, entonces se denomina meteorito. En ocasiones, si el meteoroide es muy grande y más que el típico destello breve típico de las estrellas fugaces, produce una bola de fuego mayor y más visible, se denomina “bólido”.
Esto ya nos explica muchas más cosas: no se trata de estrellas de comportamiento incomprensible, su corta duración se debe a que generalmente son pequeños fragmentos que se consumen rápido, y es normal que podamos observarlas prácticamente cualquier noche, dada la gran frecuencia con la que restos de cometas y asteroides llegan a nuestra atmósfera.
Sin embargo, nos queda un fenómeno interesante por explicar. ¿Por qué en algunas fechas determinadas podemos observar muchísimos más meteoros de lo normal? ¿A qué se deben estas “lluvias de estrellas”?
Atravesando colas de cometa
Las lluvias de estrellas, como las Perseidas o las Aurígidas antes mencionadas, se producen cuando la tierra atraviesa la órbita de un cometa, donde quedan multitud de pequeñas partículas producto de la desintegración del mismo a su paso cerca del sol; podemos decir que son los restos de la cola que tapizan toda la órbita del cometa. Al atravesar esta región, miles de estas partículas penetran en la atmósfera formando meteoros que pueden llegar a observarse con frecuencias tan altas como 500 a la hora.
Esto explica otra peculiaridad de las lluvias de estrellas que no se observa en los meteoros aislados de cualquier noche estrellada: parecen provenir todas desde el mismo punto del espacio que es, obviamente, el punto de fuga de la órbita del cometa. Normalmente, reciben el nombre de la constelación desde donde parecen originarse: Perseo en las Perseidas y Auriga en las Aurígidas.
3
Todos los cometas que cruzan la órbita terrestre producen lluvias de estrellas, sean éstas más o menos intensas. El famoso cometa Halley es el origen de las Eta Acuáridas (21 de abril – 20 de mayo) y de las Oriónidas (2 de octubre – 7 de noviembre); aunque ambas de mucha menor actividad que las ya mencionadas Perseidas (16 de julio – 24 de agosto) producidas por el cometa 109P/Swift-Tuttle. Dado que las estelas de los cometas pueden tener millones de kilómetros de ancho, estas lluvias de meteoros pueden prolongarse durante días e incluso semanas, lo que la Tierra tarda en atravesarlas.
Decíamos que el mito de las estrellas fugaces se explicaba de forma sencilla, y así es. No obstante, esto no hace que sea menos impresionante, e incluso romántico si queremos, el pensar que en esas noches tranquilas en las que observamos una lluvia de meteoros, estamos atravesando la región por la que transita regularmente un cometa…

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1 comentario:

Anónimo dijo...

La estrellas creen que los fugaces somos nostros

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