21 feb 2017

El “efecto pueblo”

Por qué importan los contactos cara a cara

Después de The sexual paradox, donde explicaba cómo influyen las diferencias evolutivas de sexo en las brechas de género en el trabajo, Susan Pinker –hermana del psicólogo cognitivo Steven Pinker– ha regresado a la divulgación científica con un libro que estudia la influencia en el bienestar, la salud y la felicidad humana de las relaciones sociales cara a cara (The Village Effect: How Face-to-Face Contact Matters. Atlantic Books. 2014).
En un mundo de redes sociales virtuales, y de aparente interconectividad global a través de Internet, Pinker propone regresar a los fundamentos. Al fin y al cabo la capacidad para relacionarnos con los demás no evolucionó en un contexto desencarnado, sino en el ámbito local de la familia y la tribu. En este contexto primordial la cognición social significaba supervivencia y los sentimientos de soledad eran uno de los peores signos de alarma. No extraña que la soledad tenga todavía efectos adversos en el sistema inmunitario, que impacte en nuestra memoria, y que sea un factor de riesgo en especial para las mujeres.
El aislamiento social es, de hecho, uno de los peores síndromes modernos. Entre el 20 y el 40% de los habitantes de las sociedades occidentales se sienten solos, y casi el 7% experimenta una soledad intensa en su vida.
Foto: Susie Lowe. Susan Pinker
Las conexiones sociales son esenciales, pero no todo tipo de “contacto social” es igual: importan más las relaciones próximas –como ilustra el caso de los centenarios de Cerdeña. Según estudios, las personas que tienen más contactos cara a cara tienen dos años y medio más de esperanza de vida como promedio. Aunque los introversos necesitan un menor contacto social que los extrovertidos –un caso convincentemente defendido por Susan Cain–, como explica Pinker “todos necesitamos una cierta cantidad de contactos significativos cara a cara para mantener el metabolismo social”. Las redes sociales cercanas son mucho más importantes que el “pensamiento positivo” para salir bien parado de los peores trances de la salud, como el cáncer.
Es más, también importa el sexo de nuestras redes sociales. Pinker llama “efecto femenino” a los efectos benéficos específicamente aportados por el contacto social con las mujeres, algo que quizás explique por qué las mujeres tienen más expectativa de vida que los hombres.
También es importante dónde están ubicadas nuestras redes: el “efecto pueblo” que da título al libro. Sorprendentemente, el capital social que tiene lugar cara a cara es más importante para predecir la expectativa de vida que la clase social. Cuanto mayor es el “capital social” de una comunidad, medido por la participación cívica, la confianza y la reciprocidad vecinal, más viven las personas. Esto tiene también su lado “oscuro”, pues niveles muy altos de confianza comunitaria también suelen ser seguidos por niveles altos de desconfianza ante los extranjeros.
La religión es uno de los factores que más ayudan a cohesionar este “capital social” que se necesita para construir comunidades saludables y confiadas. Se sabe que las personas más religiosas son más saludables, más felices, más altruistas y viven más tiempo que las menos religiosas, aunque los efectos benéficos de la religión no tendrían tanto que ver con las creencias espirituales, sino con la virtud de las religiones para reunir a la gente, y para fomentar la confianza mutua. Como explican los científicos cognitivos Norenzayan y Shariff la idea de Dios como un vigilante moral evolucionó para cubrir la necesidad de hacer cooperar a sociedades cuya escala había sobrepasado ya hace milenios el tamaño tradicional de la tribu (el “número de Dunbar”), y sólo muy recientemente la evolución de los “estados de bienestar” y formas de vigilancia secular, como la policía y la ley, están comenzando a reemplazar el rol tradicional de las instituciones religiosas.
Con un estilo elegante e informado, Pinker pasa revista en este libro a una ciencia reciente que muestra una asociación robusta entre la calidad de nuestros contactos sociales y nuestros índices más importantes de salud y bienestar. Una de las conclusiones más importantes es que las ventajas que nos aportan los contactos sociales de mayor calidad, normalmente aquellos que tienen lugar cara a cara en un entorno local, no pueden ser suplidas por los contactos “virtuales” que proporcionan las redes sociales en Internet. Las implicaciones de esta ciencia moderna son amplias y sensibles. Entenderla mejor nos servirá para educar mejor a los niños, para prevenir problemas de salud mental en los adultos y para preservar mejor el capital social en comunidades amenazadas por riesgos de anomia, la epidemia de la soledad urbana y un individualismo cada vez más desbocado.
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