Los seres humanos somos arrojados a este mundo problemático sin haberlo pedido y más aún nacemos con un inevitable destino determinado, por un lado, por un grupo de características intelectuales que a cada persona nos tocó en suerte y por el otro lado, el conjunto de circunstancias particulares que nos rodean.
La mayoría de las personas nacen con una escasa fortaleza intelectual, por esa razón son CREYENTES y eso les impide afrontar los sucesos desconocidos, inevitables e inexplicables, provocándoles una enorme angustia y por lo tanto una vida miserable, es decir una persona sin VALOR ni FUERZA para vivir la vida por sí mismo, recurriendo a un ser imaginario para que lo cuide y lo proteja. Pero su misma limitación intelectual les proporciona una solución a su angustia, al ponerlos fuera del alcance de sus propias limitaciones y llevarlos a la ignorancia de ellos mismos y ocultarles el porqué son creyentes, al grado extremo de que ningún creyente sabe qué es lo que tiene que lo hace ser creyente y nada más que creyente.
Por otra parte las circunstancias particulares de los creyentes hacen que tradicional y culturalmente sea inaceptable que una persona adulta tenga temores infundados y las religiones creadas exprofeso les proporcionan el alivio que necesitan a ese temor irracional a lo desconocido, lo inevitable y lo inexplicable, generándoles ideas de dioses súper-poderosos que les brindarán salvación, protección, vida eterna y explicaciones absurdas pero efectivas contra la ansiedad, el estrés y las vicisitudes de la vida, de esa manera el creyente en dioses puede vivir “normalmente” en su propio mundo feliz con “alucinaciones controladas” y colateralmente, su equilibrio emocional hará más llevadera la relación con el resto de la población o minoría que no requiere dioses en su vida.
Por lo anterior, resulta ocioso e inhumano el pretender quitarles los dioses a los creyentes, ya que para ellos es un asunto de vida o muerte.
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