21 oct 2015

Piensa mal y acertarás



En todos los aspectos de nuestra vida necesitamos hacer conjeturas sobre lo que acontecerá en el futuro para no vernos sorprendidos por los acontecimientos. Y en no pocas ocasiones, esta actividad especulativa se rige por la norma general de “Piensa mal y acertarás”.

En esta ocasión nos hemos propuesto averiguar si debe considerarse una buena táctica la de desconfiar por principio de la honestidad de nuestros semejantes a fin de reducir el riesgo de ser traicionados o, por el contrario, sería más acertado pensar generosamente para evitar ser víctimas de nuestra propia maledicencia.

Tal vez, y como casi siempre, habría que encontrar un punto medio entre la desconfianza y la candidez, pero, si así fuese, ¿dónde está ubicado ese punto medio de máxima eficacia?
Esclarecer este tema y profundizar en él, es la tarea que nos hemos impuesto en esta ocasión.

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La necesidad de predecir el futuro es una constante en la existencia humana. Pasamos la mayor parte de nuestro tiempo haciendo conjeturas sobre lo que ocurrirá en el futuro y de ahí que consideremos la capacidad profética como la más admirable y valiosa de las facultades humanas.

Pero este afán humano de profetizar y vislumbrar por anticipado lo que acontecerá en el futuro resulta comprensible si consideramos que la vida está plagada de peligros que pueden manifestarse de improviso, sin concedernos el tiempo necesario para reaccionar y librarnos de ellos antes de que sea demasiado tarde. Es el caso del insecto que se cuestiona si debe pisar la tela de araña para alcanzar el apetitoso cebo. Sólo si es capaz de predecir el futuro, estará a salvo y podrá transmitir los genes a sus descendientes.

Buena parte de nuestro cerebro está dedicado exclusivamente a predecir el futuro, ya sea consciente o inconscientemente, desde lo que ocurrirá en el siguiente segundo, hasta lo que acontecerá en el plazo de veinte o más años. El resto de nuestro cerebro está dedicado a imaginar actuaciones adecuadas para cambiar ese futuro imaginado, si es que nos parece incompatible con nuestros intereses.

En realidad, y por razón de nuestra compleja estructura social, el trabajo más duro está enfocado a interpretar y a predecir la conducta de nuestros semejantes, porque son estos los  elementos más relevantes para nuestro éxito vital. Y aquí, debemos mencionar dos noticias importantes, una mala y otra buena.

La buena es que disponemos de las neuronas espejo para recrear en nuestra propia mente la de nuestros semejantes y saber así lo que piensan y lo que sienten y, por extensión, lo que harán en el futuro.

La mala noticia es que nuestros semejantes se han hecho expertos en engañarnos, en simular sentimientos falsos y en ocultar los verdaderos, con el único propósito de tergiversar nuestros minuciosos cálculos sobre cuáles serán sus conductas futuras.

Y si damos por cierto todo lo precedente, estaremos de acuerdo en que ha quedado meridianamente claro que nos encontramos inmersos en una compleja y tupida red de interacciones sociales, generadas por un gran número de agentes egoístas que tratan de aprovecharse de nuestra candidez, ya sea para vendernos un reloj de oro falso, ya sea para conseguir nuestros favores sexuales sin cumplir con la contraprestación pactada.

* Y puesto que nuestra propia experiencia personal nos dice que la práctica totalidad de las personas con las que nos relacionamos intentarán, tarde o temprano, abusar de nosotros, dedicamos cuantiosos recursos mentales a interpretar sus comportamientos para predecir cuándo y cómo se producirá el abuso o la traición, con el fin de evitarlo mediante una oportuna y sutil maniobra.

Pero, antes de continuar, convendría contestar a la siguiente pregunta: ¿por qué desean nuestros semejantes traicionarnos o perjudicarnos? Aunque no es el tema de este articulo, mencionaremos, a manera orientativa, las dos razones más frecuentes:

  • La envidia, que es dolor por el bien ajeno, y que puede contrarrestarse infringiendo daño al individuo envidiado y obteniendo placer con su sufrimiento.
  • El beneficio oportunista que se obtiene cuando se incumple un acuerdo tácito o explicito, en el momento en que su incumplimiento nos favorece.

Frente a este comportamiento generalizado de nuestros semejantes, la única actitud razonable y adaptativa es aquella que podríamos resumir en “piensa mal y acertarás” si es que queremos sobrevivir en una sociedad tan competitiva como la humana.

Y es tan obvia la necesidad de esta actitud de desconfianza sistemática, que no vamos a insistir en ella. Sin embargo conviene examinar con detenimiento un importante riesgo, asociado a esta actitud, que se suele pasar por alto: El de pensar mal de nuestros semejantes cuando no hay razón objetiva para ello.

Veamos ahora la razón por la que con cierta frecuencia pensamos “demasiado mal” y por qué esa estrategia nos lleva a “no acertar” con el consiguiente costo asociado.
El ser humano posee un enorme talento para construir historias coherentes (modelos o maquetas) a partir de hechos aislados e inconexos, como demuestran las múltiples teorías conspiratorias que existen para cada acontecimiento importante.

Pero no nos precipitemos en condenar nuestra facultad fabuladora. Esta habilidad resulta esencial para la supervivencia porque es la clave para hacer predicciones, hasta el punto de que antes de poder incluso pensar en hacer predicciones, necesitamos una maqueta virtual, un modelo mental de la situación que actúe a manera de bola de adivino y que admita ser interrogada en términos de: ¿Qué ocurriría si…?.

El problema está en que una vez que se ha esbozado un modelo explicativo, cuesta mucho renunciar a él, y antes que cambiarlo, se suele preferir seguir adelante con el mismo modelo. Para conservar su coherencia interna, se descarta, o reinterpretan los elementos que no encajan en la trama ideada, en lugar de revisar y cuestionar, desde el principio, la verosimilitud de la maqueta virtual. Es lo que suelen hacer los marxistas, los freudianos, o los creyentes en alguna fe religiosa, capaces de reinterpretar y asimilar sin dificultad, cualquier acontecimiento o descubrimiento nuevo que ponga en entredicho sus creencias irracionales, su modelo virtual, y con tanto más ahínco cuanto más tiempo e ilusión han invertido en él.

También se da este fenómeno en la elaboración y desarrollo de teorías sobre las personas y acontecimientos que tienen lugar en nuestras vidas. Por ejemplo, si somos celosos y nuestra pareja cancela una cita, sin aportarnos una explicación que nos resulte satisfactoria, empezamos a sospechar que nos está siendo infiel. A partir de ese momento, todo lo que ocurra, o deje de ocurrir, será interpretado en clave de la teoría inicial y, como consecuencia, nuestro comportamiento y actitud hacia ella irá evolucionando a media que se consolida la teoría de la infidelidad.

Aunque existe la posibilidad de que nuestra teoría de la infidelidad fuese correcta, y eso nos permitiera idear contramedidas para minimizar el perjuicio, también podría ocurrir que nos estemos equivocando desde el principio y hayamos perdido la oportunidad de cuestionarnos la hipótesis inicial (la infidelidad), impulsados por el afán de ver confirmada nuestra conjetura profética. Si continuamos por ese camino, es muy probable que nuestro cambio de actitud hacia  nuestra pareja, que ahora creemos infiel, genere una reacción adversa en ella que confirme nuestra teoría de que ha dejado de amarnos, llegando finalmente a la paradoja de haber generado una falsa profecía con el poder de autocumplirse.

No han sido pocas las relaciones familiares, de amistad, y amor que, en virtud de este proceso perverso, han evolucionado hasta romperse sin que ninguna de las partes acierte a explicárselo, siendo la verdadera causa del proceso una conjetura errónea de un individuo demasiado proclive a pensar mal o poco riguroso a la hora de valorar la objetividad de los hechos que ha desencadenado una escalada de agresiones mutuas.

Para evitar estos lamentables casos, que pueden traer a nuestras vidas muchos sinsabores y dolorosas pérdidas, es conveniente fijarse el propósito de evitar hacer conjeturas e interpretaciones que no estén plenamente justificadas y ratificadas por los hechos objetivos.
Dejarse llevar por una hipótesis sin fundamentar sobre la conducta de nuestros semejantes, puede meternos en un callejón sin salida que nos lleve a perder una valiosa relación.

--- Y ahora, recapitulemos:  Si queremos evitar los efectos nocivos que las conjeturas erróneas sobre nuestros semejantes pueden acarrearnos, sigamos estas sencillas normas:
  • Cuando detectemos en nuestros semejantes una conducta incomprensible, no nos empeñemos en encontrar una explicación a toda costa. En la mayoría de los casos, la causa nos resultará inaccesible por mucho que nos esforcemos en descubrirla.
    Por ejemplo, es posible que nuestra pareja haya recibido una noticia que la ha deprimido, pero que por su naturaleza privada no puede difundir. Si nos empeñamos en descubrir la causa de su estado de ánimo circunspecto, tal vez lleguemos a la conclusión de que se siente molesta con nuestra compañía y con ello iniciaremos una interpretación de alto riesgo que puede desembocar en una teoría tan errónea como peligrosa.
  • Si detectamos en la conducta de una persona con la que nos relacionamos, un cambio brusco de actitud hacia nosotros, suspendamos el juicio hasta que transcurran varias semanas. Démosle tiempo para que cambie o rectifique y respondamos con afecto ante sus actitudes provocativas o incomprensibles. Si su actitud persistiera y se hiciese crónica, cabría interrogarla con diplomacia sobre si hay alguna razón para su cambio de actitud (podría deberse a una interpretación errónea de algún hecho relacionado con nuestra propia conducta).
    En el caso de que no nos facilitara explicaciones satisfactorias, sería el momento de empezar a considerar una estrategia de defensa activa.
  • En cualquier caso, siempre existe la posibilidad de que el comportamiento atípico de la otra persona obedezca a un plan de ataque o de traición, como sería el caso de una pareja que ha encontrado otra alternativa mejor y se siente incómoda y agresiva con nosotros.
    Como nunca podemos estar seguros de si esta actitud es sólo aparente o auténtica, transitoria o permanente, producto de nuestra imaginación o de nuestra intuición certera, lo más práctico es actuar como si no nos hubiéramos dado cuenta, pero tomando las medidas oportunas para minimizar el riesgo de que se trate de una auténtica traición.
    Es decir, manejar las situaciones dudosas manteniendo la teoría emocional de que no existe una autentica traición, pero ajustando la propia conducta (no explicita) para prevenir, en la medida de lo posible, los daños más graves que podrían ocasionarse en el supuesto de que la traición se confirmase.
    Por ejemplo, si hemos decidido tener descendencia con nuestra pareja, habría que diferir la fecha aduciendo otras razones, hasta tener una idea clara de la naturaleza del problema que hemos detectado, o nos ha parecido detectar, en su comportamiento.

En resumen, evitar entregarse a interpretaciones negativas de la conducta de nuestros semejantes y no dejar que éstas interfieran con nuestra actitud, pero tomar precauciones discretas para prevenir los riesgos que se podrían derivar de una posible confirmación de nuestras conjeturas más pesimistas. 




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