Estos días ha muerto Robert Ettinger, el padre de la criónica, esa idea / movimiento social con tintes científicos –aunque bastante cuestionada– que propone que la gente sea congelada tras su muerte cerebral confiando en que años o siglos después pueden ser despertados y curados de sus enfermedades como si nada hubiera pasado.
Hay diversas empresas dedicada a estos menesteres, aunque solo dos operan legalmente en EE UU (Alcor y el Cryonics Institute): se enfrentan a no pocos problemas técnicos y legales, tales como llegar a tiempo con los equipos de criopreservación cuando alguien fallece, mantener las naves y neveras con los «clientes» siempre a la temperatura adecuada, obtener los permisos legales, que no los acusen de congelar a gente todavía viva en el lecho de muerte –dado que haciéndolo así dicen que se multiplican las posibilidades de sobrevivir– y rarezas por el estilo. Mi detalle favorito: que como congelar un cuerpo es bastante caro, del orden de 140.000 euros, aunque por unos 70.000 euros pueden también congelarte sólo el cerebro que es lo que realmente importa.
Ettinger tenía 92 años y como llevaba tiempo pachucho y se estaba preparando para el gran momento; según dicen los familiares lo han podido congelar «de forma óptima», así que ahora descansará junto a otros cientos de cuerpos (y cerebros) a ver si hay suerte y en los siglos venideros pueden descongelarlos.
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