¿Alguien se ha preguntado qué ocurriría si hiciéramos reiteradas huelgas de consumo?
Me refiero, obviamente, a prescindir conscientemente de comprar o adquirir bienes y servicios absolutamente superfluos y, por tanto, prescindibles. Se prima la cantidad inundatoria, no la calidad de lo que compramos. E incluso se nos seduce y convence con sofisticadas triquiñuelas y envolventes tácticas de marketing y publicidad para que compremos, aunque sea a plazos y endeudándonos de por vida. Esta enervante carrera hacia la nada por las autopistas de la obsolescencia programada, endeudan a los individuos, a las familias y a los Estados. Hemos pasado del “Estado de bienestar intuido” al “Estado del derroche manirroto”; de la alpargata y de la albarca al smarphone y a la tableta.
La tecnología es maravillosa, pero en manos de ciudadanos formados y críticos no fácilmente manipulables. Somos ahora ya deudores hipotecados de nuestra fragilidad, estupidez e inconsistencia y mentes facilmente manipulables.
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