“El que ama se vuelve humilde. Aquellos que amor tienen, por así decirlo, empeñaron una parte de su narcisismo”. (Sigmund Freud)
De
la frase de Freud ya podemos deducir que amor y narcisismo son conceptos
opuestos: el amor (hacia otros) socava el amor propio por asi decir. En efecto
el amor nos vincula con el otro, algo que tiene sus riesgos, mientras que el
narcisismo es un repliegue sobre nosotros mismos.
El narcisismo es
efectivamente un espejo, como lo es la mirada del que nos mira y lo es el oído
del que nos habla y escucha. A través de la mirada ese otro nos sostiene y nos
transforma: mirar es pues nutritivo, tan nutritivo como mamar o alimentar.
La mirada rebota en el espejo del otro y le incita a través de
la seducción a abandonar esa especie de nihilismo que es el amor encapsulado en
uno mismo (narcisismo) y que no tiene más resultado que un engorde sistemático
del Yo, que pierde así su condición reparadora y se transforma en una especie
de cáncer emocional.
Y es por eso que los narcisistas no puede amar, el amor no les
interesa, más que eso: han renegado del amor. Pero el narcisismo tiene otros
efecto secundarios y que dependen de la grandiosidad del Yo narcisista. Uno de
ellos es la envidia.
Usualmente solemos pensar que la envidia es un sentimiento que
afecta sobre todo a los deprivados de afecto. Identificamos la deprivación
afectiva con la comprensión de la envidia.
La envidia es un sentimiento muy complejo y mal comprendido, se
trata de algo retorcido y que afecta tanto al envidioso como al envidiado.
La primera confusión procede del hecho de confundir envidia con
codicia. El codicioso anhela lo que el otro posee y trata de robárselo para apropiárselo.
Tanto la codicia como la envidia son comparativas, es decir necesitan un
principio de realidad que dirija el deseo hacia aquello que no tenemos o que
tememos perder.
Efectivamente la envidia
afecta sobre todo a los narcisistas, a los egocéntricos, a los orgullosos o a
los soberbios. ¿Cómo es posible que algunas personas que parecen que vayan
“sobrados” sean a la vez tan envidiosos? Lo cierto es que todos tenemos
ejemplos en nuestro entorno para ponerles cara a este tipo de personas que
combinan el orgullo con la envidia. Vamos a retomar aqui el texto de un
comentario de una lectora que dejó aqui despues de visionar el video en un ultimo post:
Caín mató a Abel por envidia,
porque aún siendo Caín el primogénito y el que heredaría la autoridad de ser el
cabeza de familia junto con el legado patrimonial … llevaba realmente mal que
el padre tuviera predilección por su hermano, por Abel. Y la envidia, a veces,
más que una carencia o falta sufrida por algo que no se tiene y que conocemos
como codicia, contiene otros elementos más subterráneos y quizás más poderosos
como influencias que empujan mucho más que esa carencia o falta observada. Y
estos elementos bien pudieran ser la soberbia y la codicia, pues el orgullo del
que se estima grandioso, que lo quiere todo para sí, llega a desear incluso lo
que no tiene o concibe como estimable o apreciable, y de esa soberbia nace la
envidia, la acaparación, el goce de sustraerle a ese otro que sí sabe
apreciarlo, sólo por el goce de arrebatárselo para seguramente repudiarlo y
despreciarlo una vez obtenido. Es el goce en el robo, en la sustracción, y ojo,
en un robo con violencia, y cuando no se puede robar el cariño, se quita del
horizonte al sujeto que era ese objeto de predilección, y el hecho está
consumado.
Dicho de otro modo: la envidia de Cain se parece mucho a la
codicia, puesto que en ella puede observarse una carencia: el amor del padre se
ha decantado definitivamente por Abel. Cain odia y mata a Abel precisamente por
esta razón: cambia muerte por un cariño, el del padre al que no puede acceder.
La envidia de Kevin.-
La envidia de Kevin no
tiene nada que ver con la envidia de Cain. Kevin asesina a Celia porque a sus
ojos es un ser débil, porque tiene afectos, sentimientos, todo eso que él no
tiene ni desea de lejos tener, pero que sí envidia, no para poseerlos él subjetivamente, porque si los deseara por si
mismos, haría o lucharía por ellos … sino que por el efecto del orgullo y la
codicia no tolera que otros a quienes considera inferiores, disfruten de algo
que él no puede disfrutar, y por eso comienza con la manipulación y el sadismo con
su hermana, que es una aniquilación cotidiana, como a plazos y que tendrá una
consumación final.
A su padre lo asesina por
pusilánime, pues estos guerreros odian lo tibio, y en cambio admira sin que lo
sepa a su madre, porque sólo se ama lo semejante, y la falta de afectividad de
Eva, por afinidad, es para él admirable, alguien a quien considera un igual y a
quien desde que nace va a configurar con ella un círculo interesante de lucha
de poder, pero de poder en términos de fuerza, como dos machos alfas escorándose
….Fíjense que es Kevin quien gana, pues en esos asesinatos difusos, anónimos y
masivos, él está matando a su madre, pues en sí mismo, realmente consigue con
esos asesinatos en masa, matar a su contrincante, la deja estigmatizada, muerta
en vida, muerta socialmente y no sé si ya profesionalmente, y así puede que ya
no viaje tanto … La maza, el tiro con arco ha alcanzado el centro de la
persona, ha hecho diana, pues es un garrotazo, un mazazo en todos los ámbitos
del ser, pues asesina y rompe el vínculo familiar, pues no sólo la deja viuda,
sino también la despoja de la maternidad del segundo hijo, de la niña, y ya
sólo quedan ellos dos, ya para siempre estará disponible. La aferra a él, pues
su vida pasará a girar sólo en torno a esas visitas de los sábados como la de
algunas viudas que sólo viven y respiran para visitar el cementerio una vez a
la semana. y después pasar a off hasta el sábado siguiente …
La envidia para San Agustín.-
“La “Superbia”, la “arrogantia”
tiene su consecuencia en la “invidia”, que es la aniquilación de los éxitos y
alegrías de los demás, eran casi sinónimos en la antigüedad, y se oponían a su
antídoto la “humilitate”, que no implicaba la anulación de la propia
personalidad, sino respeto por la ajena.
En absoluto la envidia es hija
del fracaso o deficiencia, de un sentimiento carencial, sino todo lo contrario,
de ahí que sea tan difícil identificarla, tanto en uno mismo como en el
prójimo. La envidia parte de la excelencia, de un elevado estatus (intelectual,
social) cuya exclusividad el envidioso está dispuesto a sostener a casi
cualquier precio, porque en ella radica su esencia, su ego, el origen
inconfesable de su oscura felicidad. Sin tener esto presente es imposible
acercarse al retorcido sentimiento de la envidia.
El envidioso no está contento
con lo que tiene, que es mucho o bastante, quiere que el otro no tenga, eso
forma parte de su placer. En cierto modo el envidioso es un sádico al que le
divierte ser envidiado.
Lo que resulta abominable, y no
estamos hablando de un simple pecado de catálogo de moralista cristiano, es
interponerse, actuar para mantener forzadamente en la perpetua tiniebla a todos
para así aumentar nuestro brillo, no querer el progreso ajeno porque atenuaría
nuestra luz.
Con su “chinchate”- el afortunado
envidioso siente alegría por la desgracia ajena, o lo que es lo mismo, tristeza
por la alegría de otros, por su progreso, por la simple razón de que disminuye
su gloria y excelencia al acortar la distancia que los separa de él.
Era este el parecer de San
Agustín, que sabía muy bien lo difícil que es sustraerse del innoble
sentimiento de soberbia que suelen experimentar las personalidades que destacan
y son excelentes; pero mucho más grave que la soberbia consideraba a su hija la
envidia, pues con ella el soberbio daba un paso hacia el abismo, pues comenzaba
a medir su gloria por la infelicidad de los demás. “Cum igitur superbia sit
amor por excellentiae propiae, invidia sit odium felicitatis alienae”.
El soberbio, amando su propia
excelencia, envidia a sus iguales, porque se alinean con él, o a los inferiores, temiendo que se
puedan equiparar con él, o a los superiores, viendo que no se puede equiparar
con ellos. De este modo, siendo soberbio se convierte en envidioso.
De todo esto se puede deducir
facilmente que los envidiosos fueran aquellos afortunados con dones y
habilidades que tendían a exhibir y a complacerse al máximo y en esa situación
de crédito ajeno temían ser desplazados por otros de igual o mayores dones y esplendores”.
Dicho de otra forma: la envidia es hija de la soberbia. Su
subproducto.
La envidia según Melanie
Klein.-
La envidia, según la
analista de niños Melanie
Klein, se desarrolla durante el período que va desde el nacimiento
hasta el primer año de vida y es una respuesta a la dependencia e indefensión
totales del niño respecto de la madre. “Desde el comienzo de su vida el niño
acude a la madre para satisfacer todas sus necesidades”, escribió Melanie Klein.
El pecho materno, hacia el cual están dirigidos los deseos del niño, es sentido
instintivamente no sólo como una fuente de nutrición sino como la fuente de la
vida misma.
No obstante, en la primera
relación del bebé con la madre se introduce inevitablemente un elemento de
frustración, porque “aun en el caso de que se sienta satisfactoriamente
alimentado, ello de ninguna manera reemplaza la unidad prenatal con la madre”. La frustración e indefensión
que el niño hambriento experimenta son las raíces de la envidia. El bebé “envidia” a su madre por el
poder que ella tiene de alimentarlo o privarlo del alimento. En su frustración,
quiere devorar la fuente de su alimento y del poder de ella: el pecho.
Aun en el caso de que no
aceptemos la idea de Melanie
Klein de que el bebé “envidia” el
poder que su madre tiene de alimentarlo, podemos sí aceptar la idea de que ese
primer vínculo con la madre contiene los elementos fundamentales de la futura
relación del bebé con el mundo. Si el vínculo es amoroso y satisfactorio, el
bebé desarrollará un sentido básico de seguridad y confianza hacia la gente. Si
el vínculo no es ni amoroso ni satisfactorio, se desarrollarán una inseguridad
y una envidia profundamente arraigadas y el bebé se convertirá con el tiempo en
un adulto envidioso. Cada vez que la envidia se desencadena en un adulto de
esas características, las heridas de la primera infancia se reabren con todo su
poder destructivo.
Melanie Klein piensa
que los celos se basan en la envidia, pero que de todos modos son muy
diferentes de ella. La distinción que ella establece entre ambos es similar a
la que planteamos aquí: “La envidia es el sentimiento de enfado porque otra
persona posee y disfruta algo deseable, y el impulso envidioso apunta a
despojarla de ese algo o echarlo a perder”. Los celos, por su parte, conciernen
a la relación de la persona con por lo menos otras dos personas, “y se
relacionan principalmente con un amor que el individuo siente que le
corresponde y le ha sido arrebatado, o bien está a punto de serle arrebatado”.
La envidia, según la
describe Melanie
Klein, es una emoción anterior, más primitiva y más destructiva que
los celos. Es diferente del deseo que impulsa a los celos, en el que se trata
de proteger la relación o de recuperar al ser amado. Cuando en una situación
de celos hay un componente de envidia éste se manifiesta como impulso de
destruir a la persona que goza de la ventaja envidiada, sea ésta el rival o el
amado, que tiene el poder de hacernos felices y prefiere no ejercerlo. (Ultimo epígrafe extraido de esta web)
Personalmente no creo demasiado en la hipótesis de Melanie Klein
en el sentido de una envidia primaria por parte del bebé, de existir algo asi
no mereceria la pena llamarlo envidia sino más bien ” una consciencia de
dependencia por parte del bebé” o "inconsciencia por parte de los padres" y que está bastante bien explicada en el
concepto de narcisismo, esa etapa donde el niño ya reconoce a la madre pero no
sabe que la madre es un individuo diferente y separado de él mismo. Si la
vivencia del bebé narcisista es esa es muy poco probable que podamos hablar
aqui de envidia.
En realidad el niño
comienza a darse cuenta de que su madre es un sujeto diferente a él mismo
cuando supera la fase de angustia de separación. Antes de eso el niño sigue suponiendo
que él y su madre son un único organismo.
Del mismo modo me resulta discutible el pensar la gratitud como
un derivado del rencor o la admiración como un derivado de la envidia. La
envidia sería primaria y la admiración como resto afectivo seria un derivado
sublimatorio. Pero por experiencia profesional creo que la gratitud puede ser
primaria con más frecuencia que el rencor. Ambas, envidia y admiración seria
los subproductos de esa escisión original con la que venimos los humanos de
serie, unos -los humildes- suprimirían la envidia mientras los envidiosos
suprimirían la capacidad de admirar (sublimar).
Lo que es cierto es que
algunas personas en la clinica nos han enseñado que las pulsiones de
devaluación (envidia) y las de idealización configuran dos polos bien definidos
de la fluctuación en determinados sujetos. Los TLPs por ejemplo son personas
que ahora devaluan y después idealizan, señalando con su fluctuación la
incapacidad para integrar las dos pulsiones en una. La envidia seria el
sentimiento que neutralizaría la excesiva idealización del otro siempre y
cuando ambas pulsiones puedan vivirse en una nueva síntesis. Una imposibilidad
que se conoce con el nombre de difusión de la identidad.
Para mi la envidia es un sentimiento muy complejo y abigarrado,
de origen arcaico ciertamente pero no necesariamente primario. Más bien lo veo
como un subproducto de la grandiosidad narcisista y de la rabia y miedo
vivenciados en las primeras experiencias.
No hay envidia sin maledicencia y sin erosión de los logros del
otro y tampoco podemos hablar de envidia sin grandiosidad (soberbia). Dicho de
una manera más fácil de entender: yo puedo sentirme mal con los éxitos del otro
y puedo sentirme alegre por sus fracasos. Se trata de dos clases distintas de
envidia.
Hay algo en la manzana que impide ver el rostro de este hombre.
O lo que es lo mismo: hay algo en la manzana que impide mirar y
ver y ser visto.
Neurociencia / Cultura
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