PERCIBIR AQUELLO QUE CONECTA LOS MUNDOS Y DOTAR A ESA IMAGEN DE REALIDAD, PARA LUEGO TAL VEZ USARLA COMO UN PUENTE HACIA LOS SECRETOS DE LA PSIQUE
Dentro de la mitopoética nórdica encontramos al Bifröst, un puente arcoíris que une el mundo de los dioses (Asgard) y el mundo de los hombres (Midgard). La mayoría de las culturas tienen referencias a figuras que unen el cielo con la tierra (muchas veces árboles, torres o escaleras mágicas), estableciendo un delicado balance en la danza simbólica, pero el Bifröst es uno de los más poéticos y cuenta con ciertos avatares en la cultura moderna (el “más allá del arcoíris” del Mago de Oz o el mismo Rainbow Bridge del new age de José Argüelles).
La palabra bifröst significa alternativamente “arcoíris ardiente”, “arcoíris vibrante” o “camino resplandeciente”. Según el académico Andy Orchard, etimológicamente proviene de “bil” que significa “un momento”, lo cual sugiere la naturaleza efímera de un arcoíris, lo cual conecta con el verbo “bifa” (brillar o temblar), de lo que deduce: “el trémulo camino al cielo”.
En las sagas nórdicas se dice que este puente será destruido el Día del Juicio Final, el Ragnarök, cuando Heimdallr hará sonar su funesto cuerno. Mark Dotson ve en este puente casi etéreo una metáfora de la metaxia platónica. La metaxia o metaxis es el espacio intermedio que hace participar a las cosas de este mundo con las formas originales del mundo de las ideas, que es también el mundo numinoso (luminoso de los dioses). Eros viaja en ese meta-espacio conectándonos con lo divino (el amor es lo que nos hace ver y aspirar a lo divino). Seres alados (como Hermes o Eros o los ángeles), flechas, puentes, árboles, escalas, nos vinculan con ese mundo invisible. Y también la imaginación, concebida como un órgano de percepción, el órgano de la metaxia por antonomasia, que nos hace sensibles a las imágenes y a los arquetipos con los cuales se ha construido esta realidad, una sombra de la luz eterna. El Bifröst conjuga todo esto.
Dotson ve en este flamante arcoíris una imagen del alma, que es el puente entre la materia y el espíritu. En la mitología nórdica se temía que Thor fuera a destruir el puente por su gran fuerza, por lo que este cruzaba las aguas sin usar el camino arcoíris. El balance entre el cielo y la tierra es sumamente delicado y se pronosticaba que infaliblemente esta conexión se rompería.
Podemos preguntarnos si este tipo de espacios numinosos intermedios son sólo metáforas y antiguas mitografías, o en realidad hay un hipervínculo secreto entre los dioses y los hombres. Quizás un puente que debemos de tejer cotidianamente, fortificando el alma, puesto que, como sugería John Keats, “este mundo es el valle de la fragua del alma”. El puente arcoíris tal vez ya ha sido destruido por la brutal fuerza de lo sagrado (¿en respuesta a lo profano?) o tal vez nunca ha estado del todo tendido entre nuestro mundo y un mundo más sutil. Pero tal vez pueda ser extendido, al menos dentro del reino imaginal, de aquello que podemos llevar –como el oro debajo del arcoíris que apilaban los duendes– de los sueños a nuestra existencia con plenitud y continuidad. Continuar por un sendero flamante que tiembla y se desvanece pero hacia el cual podemos porfiar y tal vez sostener. Asir una imagen para acercarnos a lo sagrado: hacer del arcoíris un arco de luz petrificada. Ya no esa tendencia moderna evanescente, sino solidificar lo etéreo, un arcoíris sólido, una imagen con cuerpo, una psique material (o animaterial) cuyo cuerpo se extiende por el mundo (es el mundo entero).
Twitter del autor: @alepholo
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