Algunas películas –quién no recuerda a Rocky Balboa levantándose de la lona y siempre reaccionando en el último round– nos han hecho ver la voluntad humana como un recurso inagotable, que entre más se usa más se manifiesta –en una especie de lucha épica con nosotros mismos. Y aunque esta visión no necesariamente esté equivocada, neurocientíficos han propuesto una teoría que sugiere que la voluntad es un recurso cerebral limitado, ligado al consumo de glucosa.
En su libro Willpower: Rediscovering the Greatest Human Strength, coescrito con John Tiernet, el psicólogo Roy Baumeister plantea que la voluntad se alimenta de un suministro limitado de químicos que se acumulan en el cerebro: es “una forma medible de energía mental que se consume al usarla, igual a la gasolina en un auto”. Baumeister llama a esto “agotamiento del ego” y se basa en un experimento realizado con estudiantes y galletas con chispas de chocolate. A algunos estudiantes se les permitió comer estas dulces tentaciones sin espera; a otros se les ordenó que se abstuvieran. Después, ambos grupos tuvieron que completar una serie de rompecabezas. Los estudiantes que habían sido forzados a resistirse a las crujientes galletas tiraron la toalla rápidamente y dejaron de resolver los rompecabezas. Los come-galletas, en cambio, se mantuvieron en el reto.
Existen numerosos estudios científicos, hasta 1000, en los que se sugiere que la voluntad está alimentada por la glucosa. De aquí surge la dificultad de bajar de peso, la paradoja de que para no comer se necesita voluntad, pero para tener voluntad se necesita comer (glucosa).
Tierney y Baumeister esbozan una teoría de la administración de la voluntad: es importante llevarsela leve. Por ejemplo, si una persona logra no fumar una semana, se recomienda darle un descanso a la voluntad, dejar de apretar los controles, tal vez con una buena cena o consentirse de alguna forma. También se recomienda outsourcear la voluntad, encontrando, por ejemplo, a alguien que te motive a ir al gimnasio –cuando no tienes glucosa o los químicos de tu cerebro vuelan bajo tal vez él tenga una reserva. “Las personas con el mejor autocontrol no son los que lo usan todo el día. Son personas que estructuran sus vidas para conservarlo”. Uno pensaría, según dice Tierney, que las personas de gran voluntad libran una lucha permanente, forzándose a levantar su puño de hierro (inflaqueable) pero: “Eso no es correcto. Lo que parece es que las personas con mucho autocontrol minimizan los problemas”.
¿Los niños que se resisten a los malvaviscos tienen mayor éxito en la vida?
El experimento seminal de la voluntad fue realizado en Stanford hace 40 años. 300 niños de 4 y 5 años fueron expuestos a ricos malvaviscos; podían tener uno inmediatamente o dos en 15 minutos. Se les dejó solos con los dulces y se les observó. Un pequeño grupo de los niños no pudo resistirse y tomó el dulce inmediatamente, otros aguantaron unos tres minutos y la tercera parte del grupo logró esperar los 15 minutos de la prueba. Aquellos que esperaron más, pruebas posteriores demostraron, tuvieron mejor desempeño en la escuela y lograron mejores resultados en pruebas psicométricas –incluso resultaron ser más populares y sanos. La voluntad es ciertamente una cualidad valiosa en múltiples formas, hasta más que uno de esos irresistibles dulces de todos los colores.
El dúo de Tierney y Baumeister, sin embargo, señala que la voluntad puede ejercitarse como si fuera un músculo. Baumeister hizo un experimento con un grupo de adultos a los que les pidió que hicieran una serie de ejercicios, como lavarse los dientes o controlar una computadora con su mano menos diestra. Midió su “agotamiento de ego” antes y después y realizó una serie de pruebas de resistencia resolviendo anagramas: realizar los ejercicios aumento la voluntad de los participantes. “El comportamiento habitual trabaja en piloto automático. Para incrementar el poder de la voluntad, debes de sobreescribir el piloto automático y tomar control deliberado”, dice el psicólogo Baumeister. La voluntad en cierta forma es un juego oscilatorio entre saber obtener la fuerza del exterior –como quien surfea en el mar y cansado deja que las olas lo lleven a la playa– y detener ese dejarse ir cotidiano, para controlar con creatividad el timón.
La teoría de que la voluntad es un recurso limitado, que se alimenta de glucosa y no de un mar ilimitado –y ubicuo– de energía mental que solo hay que saber liberar, ha sido disputada por el investigador Greg Walton de Stanford, quien cree que se trata en alguna medida de una profecía autocumplida. “Entre más personas creen que el poder de la voluntad es un recurso fisiológico limitado, es más fácil de encontrar evidencia ostensible de que este es el caso”.
Michael Inzlicht, psicólogo de la Universidad de Toronto, argumenta que, aunque es evidente que la glucosa mejora el autocontrol, también se sabe que estar en un estado de ánimo de felicidad, tener opciones en una situación o el hecho de estar poniendo atención, todo esto, puede mejorar el poder de la voluntad.
¿La panacea de la neurociencia o la conciencia más allá de la máquina?
Existe una tendencia en la neurociencia a encontrar una explicación directamente relacionada a la química del cerebro para todo tipo de fenómenos, desde la voluntad hasta Dios o la maldad. Sin embargo, esta visión de la realidad parece exhibir un reduccionismo, al concebir a la conciencia como un fenómeno enteramente localizado en el cerebro, un subproducto de la materia cerebral o de las conexiones neurales, limitado a este complejo órgano. Es decir todo lo psicológico tiene una explicación meramente fisiológica. Aunque todo fenómeno psíquico pueda tener una contraparte física, esto no significa necesariamente que lo físico es la causa y realidad única de lo que sucede.
Una concepción distinta a la que propone la neurociencia, se encuentra en la filosofía y en la magia. En la obra de Arthur Schopenhauer, tenemos una oposición entre el mundo de la voluntad y el mundo de la representación: la voluntad siendo una especie de realidad metafísica que se desobla en el mundo material y la representación una ilusión , una pobre manifestación de esa misma voluntad en el mundo cotidiano. “La voluntad es el fondo en sí de la naturaleza fenomenal… es la esencia íntima de todas las cosas… la voluntad como cosa en sí no es su causa sino la esencia misma de las cosas”, escribió el filósofo alemán que incursionó profundamente en los Vedas. La voluntad es la unidad de la naturaleza que “se objetiva en el mundo entero” y es “la esencia de toda energía latente”. Es decir, según Schopenhauer, aunque su definción de voluntad es algo distinta del autocontrol que en ocasiones usan como sinónimo algunos neurocientíficos, la voluntad existe en el mundo –es en realidad la cara última y primera del mundo– de manera inagotable, como si el vacío (que se torna sinónimo de una dimensión de potencia) tuviera energía infinita. Aquí Schopenhauer encuentra parangón en el trabajo del físico David Bohm, para quien el mundo de la voluntad es equivalente a un Orden Implicado, una totalidad holográfica y el mundo de la representación al orden explicado. “Cuando los físicos calculan la mínima cantidad de energía que una onda puede tener, encuentran que cada centímetro cúbico de espacio vacío contiene más energía que toda la energía de la materia en el universo conocido” (Will Keepin, David Bohm, Noetic Science Journal).
Un sistema similar al que estructuró Schopenhauer fue delineado por Carlos Castaneda en su saga de antropología y brujería (que algunos consideran literatura fantástica). El brujo yaqui Don Juan Matus expone la existencia de dos mundos: el tonal (el mundo de la representación) y el nagual (el mundo de la intención o voluntado). El nagual es una especie de energía insondable, mística a la manera de Wittengstein, y por lo tanto del dominio del silencio. El hombre de conocimiento, en ocasiones, llega a ser poseído por esta energía, por esta intención cuya raíz horada el mundo del tonal, encontrando una fuente magnifica de poder: tal que se convierte en el nagual: en la voluntad del mundo. Algunos pensaran que argumentar desde la trinchera de Castaneda un tema que ha sido traído a la mesa por la neurociencia es caer en un batidillo new age que reduce la seriedad de la discusión. Mi intención con esto no es adoptar un argumento que pretenda tener la verdad o responder a una pregunta, sino encontrar un contrapunto para romper la piñata y ampliar la discusión: el único conocimiento sólido me parece es que los conocimientos que tenemos sobre las cosas no suelen ser mucho más que perspectivas formuladas desde cierta visión del mundo –desde cierto promontorio–, reflejos de una realidad mental parcial. A vees unos más útiles que otros (pero el arte es inútil, entonces…). Incluir a la magia en la misma frase interrogatoria que la ciencia es un ejercicio muy sano desde el punto de vista epistemológico.
Que uno se pueda convertir en el nagual, en la voluntad, o servir de la intención que fluye por el universo como un río silencioso de energía, parece contradecir la teoría de que la voluntad es un recurso limitado (aunque quizás sea necesario comer algo de fruta y chocolates para que el Tao te sobrecoga). Sugiere que, en cambio, la voluntad se alimenta de algo imperecedero e ilimitado y el ejercicio fundamental para aumentar nuestra reserva sería básicamente sincronizarse con ese cauce. Sincronizarse con una energía supuestamente infinita que incluso podría tener una inteligencia inscrita en su flujo (“en este fujo la mente y la materia no son sustancias separadas, sino más bien son aspectos deiferentes de un movimiento único y continuo”, escribió Bohm ) o dejarse poseer por un dios dinámico –usando el entendimiento de Roberto Calasso de la manía, y de la energía de los espíritus de la naturaleza: las ninfas y la serpiente. ¿Cómo entrar en este ritmo cósmico que nos arrastra con el élan vital de lo divino? Eso es algo obedece a otro ámbito –¿al de los maestros espirituales?– y que requiere posiblemente toda una serie de ejercicios y prácticas que no estoy seguro de conocer y menos poder comunicar, solamente intuyo una veta que podría tener que ver con una visón de lo dionisiaco –”la luz plena de verano” era el epiteto de esta divinidad–, del pánico que se libera en el bosque, o del fauno, que encarna al espíritu de la naturaleza animal (la fauna) y gusta divertirse solo por el hecho de ser (have fun).
Usando la técnica dada por Tierney, de apoyarse en alguien más cuando la propia voluntad amenaza con cejar, el famoso novelista gráfico Alan Moore, nos dosifica un poco de glucosa metafísica:
Cuando hacemos la voluntad de nuestro Ser verdadero, inevitablemente estamos haciendo la voluntad del universo. En la magia esto es visto de manera indistinta: que cada alma humana es de hecho el alma del universo en sí mismo. Y siempre y cuando estés haciendo lo que el universo quiere, entonces será imposible hacer algo mal.
Una última reflexión sobre el poder del voluntad. Moore ciertamente se inspira aquí en la filosofía de Thelema (o voluntad) de Aleister Crowley. Crowley escribió que “todo acto intencional es un acto mágico”, si nos tomamos la libertad de substituir voluntad por intención, descubrimos que la voluntad es un acto esencialmente mágico –magia definida como “la ciencia Ciencia y el Arte de hacer que un Cambio ocurra en conformidad con la Voluntad” (Crowley), es decir voluntad y magia son intercambiables. ¿Pero por qué tiene tanto poder la voluntad, tal que se dice que mueve montañas o que es mágica? Quizás justamente porque es un recurso que se alimenta del universo en su cauce inagotable –y misterioso. Aunque no habría que olvidar que el universo (o la vida) es como una caja de chocolates y nunca sabes cuánta glucosa te va a tocar.
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