Gracias al entusiasmo marketero por Twitter y Facebook tendemos a olvidar que existen las redes sociales invisibles: es decir, las redes sociales de verdad, las que establecemos cara a cara en nuestra vida diaria, y también las que se articulan en espacios digitales privados (el e-mail, el chat, el celular). Y para la protesta, sea justificada o injustificada, democrática o vandálica, no hay nada mejor que no dejar rastro público.
Precisamente gracias al celular, específicamente a la red de mensajería del Blackberry, es que pudieron articularse los disturbios en Londres.
Las razones de la protesta se pierden en medio de la tensión social que se vive al norte de Londres, con ghettos, pandillas y pobreza. Hace un par de semanas se cerraron unos clubs juveniles municipales y los vecinos advirtieron: "habrá disturbios". Unos días después, un joven negro llamado Mark Duggan murió abaleado por la policía londinense. Los forenses demostraron que Mark nunca disparó una sola bala. Su muerte desató los disturbios, saqueos e incendios que todos vimos durante el fin de semana pasado.
Scotland Yard advirtió que estaba monitoreando Twitter y Facebook, donde era bastante fuerte el activismo que protestaba contra la muerte de Duggan. De hecho, gracias al monitoreo en Twitter, la policía logró impedir una de las concentraciones. Pero no fue suficiente. Las coordinaciones se habían trasladado a una red social invisible: Blackberry Messenger (BBM).
Según The Guardian, la mayoría de adolescentes británicos (37%) tienen un Blackberry. Este tipo de celular tienen un sistema de mensajería privado, su propia red social, que le permite a los usuarios mandar no solo mensajes de texto a una persona, sino a varias, un sistema one-to-many. Sólo necesitas saber el número PIN del usuario de BBM. El sistema es muy popular no solo entre los adolescentes británicos, sino también aquí en Perú. El secreto: es gratis.
Por cierto, este es un sistema común a los smartphones. Los iPhones y celulares con Android tienen una red parecida a través de aplicaciones como Viber o la popular WhatsApp. Como el celular está permanentemente conectado a la red, enviar un mensaje de texto no cuesta nada y, lo mejor: en teoría, las proveedoras del servicio (como Telefónica o Claro) no las pueden rastrear, porque el mensaje no usa la red telefónica para viajar.
Por eso es que el Primer Ministro, David Cameron, le pidió a RIM que abra sus bases de datos y la compañía canadiense aceptó. Inmediatamente, el blog de RIM fue hackeado y les dejaron una advertencia: si colaboran con la policía, los hackers publicarán información (nombres, direcciones, teléfonos) sobre los empleados de RIM.
El gobierno británico no se inmuta e incluso ha ido más lejos. Cameron ya habla de "detener las comunicaciones a través de estas webs y servicios cuando sepamos que están tramando violencia, desorden y crimen".
¿El problema es la tecnología? ¿Por qué una de las democracias más avanzadas del planeta quiere recurrir a políticas empleadas por autocracias del Medio Oriente? ¿Quién decide qué plataforma se apaga? ¿Sólo los Blackberries? ¿Todo Internet? ¿Sólo Twitter? ¿Los foros, el Facebook, los correos electónicos? ¿Los iPhones? En realidad las posibilidades de conexión son tantas y tan variadas que apagar una vía solo le abre el camino a otra.
Los indignados de Madrid, los vándalos de Londres, los revolucionarios de El Cairo, los estudiantes de Santiago. ¿Qué tienen en común? No los define una ideología en común; menos aún una marca de celular o una plataforma .com.
Los define la edad, la generación, la experiencia de vida. Nacieron rodeados de tecnología de la comunicaciones. No usarla -en cualquiera de sus encarnaciones- sería tan absurdo como para sus padres hubiera sido comprarse caballos para transportarse. Estas tecnologías, por cierto, se caracterizan por la satisfacción inmediatas de sus demandas. Una línea de chat, un mensaje de texto, un tuit pueden ser -y son- contestados de inmediato. En cambio, sus demandas sociales o políticas, no.
Hay un desfase, una brecha, entre la generación de políticos que actualmente gobierna y los jóvenes que protestan smartphone en mano: se necesitan acciones y gestos más rápidos. Vale la pena recordarlo en un país con un presidente que, en 15 agitados días, solo le ha brindado al país una declaración a la prensa y seis tuits.
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